sábado, 14 de noviembre de 2020

COROTO. Buenas y malas palabras, Ángel Rosenblat. / Una de las más hermosas composiciones de Tierra de gracia. La Reina · Quinteto Contrapunto





Vamos a zanjar una deuda. Sobre las fuentes de nuestra polifuncional palabra "coroto", sobre la que tantas teorías hay sobre sus orígenes. Sirva, de paso, la divulgación de este artículo, como un modesto pero merecido homenaje a Ángel Rosenblat, a quien tanto le debemos todos los latinoamericanos e hispanoparlantes, en general, y los venezolanos, en especial.

Va dedicado a un amante y cultor de las palabras, nuestro querido amigo Marcelo Sztrum.

Salud!

lacl

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COROTO *

 

Belarmino, el zapatero filósofo de Pérez de Ayala, quería inventar una lengua en que las palabras adquiriesen un sentido amplio, espacioso. Su ideal era encontrar una sola palabra en la que cupieran todas las cosas, como una especie de horma maravillosa que sirviese para todos los pies. ¡Qué lástima que no hubiese conocido nuestro coroto!

 

En la palabra coroto cabe el universo entero. Aunque se conoce también en el Ecuador, Colombia Panamá, Santo Domingo y Puerto Rico (con el valor de trastos, trebejos, bártulos, barajitas), en todas esas regiones su uso es limitado, y se debe sin duda a expansión venezolana.

 

Sobre el origen de coroto hay una hermosa anécdota. Se dice que Guzmán Blanco trajo de París un lienzo de Corot, el famoso paisajista. El general solía recomendar machaconamente al servicio: «¡Cuidado con el Corot!». Las criadas empezaron a burlarse del coroto del general, y la expresión se extendió a los objetos más diversos.

 

Una variante de la anécdota atribuye dos cuadros de Corot al general José Tadeo Monagas. A l desplomarse l a d ictadura monaguista, el pueblo saqueó la residencia presidencial y arrastró por las calles los dos Corots, particularmente apreciados por el presidente. Uno de los ex contertulios, al ver la suerte infortunada de los cuadros, exclamó: «¡Adiós corotos!».

 

La explicación es demasiado bonita para ser verdadera. Además, la palabra coroto era general ya antes de la época de Guzmán Blanco, antes de la caída de los Monagas, que fue en marzo de 1858, y seguramente antes de la existencia misma de Corot. El testimonio más antiguo que tenemos hasta ahora es de Núñez de Cáceres, en su Memoria sobre Venezuela y Caracas. Aunque el amargo Núñez de Cáceres llegó de Santo Domingo en 1823, su Memoria es probablemente de 1851 o 1852, pues cita una sentencia del 5 de agosto de 1850. Todo lo caraqueño lo veía con pesimismo y desagrado, y decía de las casas: «A los ocho o diez años es ya preciso reparar techos y mudar o entremeter vigas, porque están carcomidas, y la casa es un coroto viejo, como dicen vulgarmente».

 

Ya tenía amplia trayectoria en 1858, cuando aparece en Caracas El Pica-y-Juye, consagrado a la sátira política. El 20 de junio menciona, en un presunto catálogo de libros: «Arte de publicar bandos por música», por Felipe del Coroto. El 14 de julio está en polémica con él y le replica con una carta («Mi estimado Felipito») que lleva el siguiente epígrafe, en un sendo latín macarrónico:

 

Magister. —Quid est Corotus?

Discipulus. —Res inutilis, sicut cascus rotus

(Juvenal, Sát. X).

 

Ya se ve que coroto era la cosa inútil, el cacharro roto. Esa carta, en la que aparece repetidas veces la palabra («mi cabeza es un coroto»), termina con un decreto:

 

Nos, Pica-y-Juye, de la Orden del Algarrobo, de los encorotados del 15 de marzo...

 

Considerando

 

1º Que Felipito Coroto me ha dirigido por la prensa insultos

y amenazas imperdonables...

 

Decreto

 

Artículo 1º Felipito Coroto queda borrado para siempre de la lista militar del Algarrobo y de la Legión del Libertador del 15 de marzo...

 

Artículo 2º De ahora en adelante no se llamará Felipe Coroto, sino simplemente Felipe o Felipito, sin más añadidura.

 

En 1859 Daniel Mendoza, en Un llanero en la Capital, lo convierte ya en exclamación eufemística: ¡corotos! Luego hay profusión de corotos en toda la literatura venezolana, desde Peonía y El Sargento Felipe hasta hoy. En Maracaibo lo señalaba José D. Medrano en 1883. Y en Colombia, Rufino José Cuervo en sus Apuntaciones críticas, desde la primera edición, de 1872; es frecuente además en los Cuentos de Tomás Carrasquilla.

 

Después, los testimonios en toda la literatura venezolana son infinitos, y las acepciones, diversas. Puede designar un objeto de nombre desconocido o que no se quiere nombrar: «¡Alcánceme ese coroto!», «¿Qué coroto es ése?». O un objeto despreciable: «¡Tire ese coroto!». Pero puede abarcar todos los objetos de una casa, incluyendo los muebles, o todas las mercancías de un establecimiento, con la estantería: «Fulano se marchó con todos los corotos», «Estoy mudando los corotos». «¡Fulano con sus corotos!» se oye alborozadamente en las prisiones, porque es anuncio de libertad. Coroto puede ser también asunto, negocio. Es decir, que absorbe todos los usos de la palabra cosa: «Tengo que hablarte de un coroto», «Tengo que hacer un coroto». En Fiebre, la novela de Miguel Otero Silva, el maestro Eusebio dice a los que le proponen que entre en un complot contra Gómez y reúna a sus amigos:

 

Yo no puedo invital a más naiden sin decirle, junto con

proponerle el coroto:

 

—Aquí tiene un perol pa que zumbes tiros.

 

Y hasta puede designar el poder, con todas sus prebendas, como en Vidas oscuras, de Pocaterra:

 

—¿Por qué fue que tumbaron a los godos?

 

—Porque querían el coroto para ellos solos.

 

Por eso dice un personaje de Estación de máscaras, de Arturo Uslar Pietri:

 

—Si yo llego algún día a ponerle la mano al coroto, van a saber lo que es mando. De eso sí sé yo.

 

Y Alberto Castillo Arráez, en su novela Al alba los centinelas nocturnos:

 

Doña Felipa, en la retaguardia, organizaba a los crespistas para cuando —como ella decía gráficamente— Crespo volteara el coroto y se diera la cosa.

 

Basheigh, en The Criollo Way, registra el refrán: «Cuando la gallina canta, huevo tiene en el coroto». Que equivale al dicho tradicional: «Cuando el río suena, piedras trae».

 

Estar metido entre los corotos es estar de punta en blanco, luciendo las mejores prendas. ¡Adiós, coroto! es expresiva exclamación de asombro. Y entregar los corotos (como entregar los papeles) es morirse: «¡Qué vida! ¡El día menos pensado uno entrega los corotos!». Y no nos detenemos en usos más restringidos, y hasta impúdicos.

 

¿Y de dónde viene una palabra tan afortunada, si nada tiene que ver con Corot? Su origen es realmente humilde, como el de casi todas las cosas grandes. Es sin duda una voz indígena. El sentido primitivo de la palabra, que todavía se conserva en el Apure, en el Guárico y en Portuguesa, Cojedes y Barinas, es de escudilla o vaso hecho de la corteza de la tapara o de la totuma: es la tapara o totuma después de sacada «la tripa». Si se corta el fruto por la mitad, resultan dos corotos de totuma, pero lo general es que se corte únicamente la parte posterior. También se usa el coroto de coco, para beber agua. El llanero llevaba siempre su coroto en la silla, para su uso personal, y en él bebía su aguardiente. Hemos tenido ocasión de encontrar corotos de éstos en la rústica cocina llanera. Como muchos de los recipientes se hacían igualmente de la corteza de totuma, poco a poco todos se llamaron genéricamente corotos, y hasta se llamó troja de los corotos a una especie de tarima en la que se colocaban todos ellos. Finalmente, pasó a designar cualquiera de los utensilios, y luego cualquier cosa. Al principio, sin duda despectivamente, pero poco a poco como simple expresión familiar.

 

La misma carta del Pica-y-Juye que se burla de Felipe Coroto (14 de julio de 1858), dice: «Cuando recibí tu carta me estaba comiendo un coco más sabroso, y roía el coroto como muerto de hambre, porque me gustan mucho los cocos», «Tenía la cabeza como un coroto, o chirimoyo, o cosa parecida». Y comenta sus versos: «enciérralos bien en un coroto, y después sácalos uno por uno». En esa época no se asociaba el coroto con Corot, que, efectivamente, empezaba a ser famoso en Francia. Era viva aún en Caracas la acepción de escudilla o recipiente y hasta el coroto de coco.

 

Proceso enteramente análogo se ha cumplido con perol, que empezó siendo un modesto utensilio de cocina (todavía lo es en España), y se ha transformado, como coroto, en designación genérica de cualquier objeto. Y hasta se puede también estar metido entre los peroles o expresar la sorpresa con un enfático ¡adiós, peroles! Y hasta hay perolada como corotada, perolaje como corotaje y perolero como corotero. En el Táchira es frecuente la corota: «Deme esa corota», «Yo no me monto en esa corota». Que se corresponde con la perola de otras partes: «¡Echa palante, que te atortillo la perola!», oímos a un impaciente chofer caraqueño.

 

Del mismo tipo genérico («comodines» las llama Beinhauer) hay una serie de voces en Venezuela, además de coroto y perol y de las castellanas cachivache, cacharro, trasto (se oye mucho traste, como en otras partes de América) o trebejo y bártulos, que también se usan. Quizá los más frecuentes sean bicho y bicha, y sus derivados bicharaco, bicharango, bichurango, bicharanga: «Tráeme acá ese bicho» (en general es todo animal, pero además un libro, un florero, un serrucho, etc.), «Coloque ahí esa bicha» (un paquete, una cosa cualquiera), «¿Cómo se llama ese bicharaco?»,«Niño, cógeme ese bicharango que está ahí», «Ese bichurango arrímelo p’ayá» (en el Táchira; también bichurangas, bichuraco, bichuraca), «Deme la bicharanga esa». Pero también otras: «Recoja sus macundales y márchese» (o sus macundos, en Doña Bárbara). «Ese tereque de silla hay que mandarlo para la barranca» (ya lo registraba Miguel Carmona hace un siglo y se encuentra en Urbaneja Achelpohl y en Pocaterra), «Páseme ese pereto» («¿Para qué guarda ese perete?», en Lara y Portuguesa; «Arrunce esos pereques payá», en el Táchira), «Bote ese peco, que no sirve para nada y estorba» (en el estado Sucre), «Me molestan mucho esos perendengues» (pueden ser de adorno o no), «Bote esos chécheres», «Está allá arriba en el cuarto de los chécheres» (en el Táchira), «Páseme la guarandinga esa», «¿Qué guarandinga es esa?» (en ciertas circunstancias también se pueden usar con valor genérico coso, jaiba, jeringa, lavativa, varilla y la groserísima vaina). Además, tienen vida regional con el valor de baratijas o cosas inútiles, magaya («Los buhoneros no cargan más que magayas», en el Guárico) y guachapeto («Hacéme el favor de quitar esos guachapetos de aquí», en Falcón). Miguel Carmona registraba triquitinales, que hoy no encontramos. Y aun les corresponden dos verbos típicos: curucutear, escudriñar, andar en busca de objetos diversos («Fulano anda por ahí curucuteando») y bichanguear: «¡Bichanguéeme ese paquete!», que puede ser, en Lara, desátelo, átelo, cárguelo, etc., según Silva Uzcátegui. De todas ellas el pereto y el peco coinciden bastante con el coroto: designan la mitad de una tapara (o un trozo de tapara) y cualquier trasto viejo y hasta una persona inútil. Según me informa madame Catrysse, lo mismo ha pasado en gran parte de Bélgica (en Hainaut, por ejemplo) con el francés bidon. De nombre de un recipiente ha pasado a designar los objetos más diversos: «J’emporte tous mes bidons», «Je déménage tous mes bidons».

 

Para el origen y trayectoria de nuestro coroto tenemos una serie de noticias. Humboldt, en su viaje de 1800 por los valles de Aragua, encontró entre Valencia y Güigüe, una serie de montículos que se elevaban de improviso en la llanura, algunos de los cuales —dice— conservaban el nombre de islas (libro V, cap. XVI: «verbigracia, el Islote, y la Isla de la Negra o Corotopona». Julio C. Salas, en sus Etimologías americanas, lo interpreta como «lugar de pericos», pues dice que en la lengua Opone coroto era el perico (según G. von Langerke, citado por Goeje). Agrega que Coroto o Corotare era nombre propio de indios del reparto de encomiendas de Yaracuy, en 1552.

 

Detengámonos en segundo lugar en el Proceso político seguido en 1801-1802 a Francisco Isnardi, un piamontés establecido en Güiria que luego fue secretario del primer Congreso de Venezuela. Las autoridades españolas lo acusaban de estar en relaciones con Inglaterra, potencia enemiga, y «conmover los ánimos de los habitantes» a favor de la Independencia de América. El 20 de agosto de 1801 designaron depositario de sus bienes a don Francisco Cipriani, y en el registro figura en primer lugar: «La casa de bahareque cubierta de corota».

 

Joaquín Gabaldón Márquez, que prologa el Proceso político, dice: «Esta corota... debe ser alguna manera de palma, u otro vegetal de cobija, que usan en Oriente para el techado de casas». Es posible que haya un error de transcripción por carata, que es efectivamente una palma muy usada en Guayana para techar. De todos modos, corota designa en Bolivia, según el Vocabulario de Ciro Bayo, una planta, la cresta de gallo, y hasta una frutilla muy sabrosa. Es sin duda la misma especie que en la provincia argentina de Salta se llama corota de gallo, una solanácea. En una gran región, muy coherente, de Bolivia y la Argentina (provincias de Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, Tucumán y Salta) las corotas es término grosero para designar los testículos: ya en 1616 aparecía korota con ese valor en quechua (citado por Corominas) y aun antes, en 1612, en aimara (en el Vocabulario, del P. Ludovico Bertonio). ¿Cuál de las dos acepciones, la vegetal o la animal, es la originaria? Entre los dos campos hay constante traslación metafórica (por ejemplo: turna, criadilla, tapara, ahuacate, porongo, papaya, etc., en diversas partes de América). En este caso nos parece que la acepción vegetal es la originaria: también tapara, usado como recipiente, igual que coroto, presenta entre nosotros una traslación análoga. De todos modos, nuestro coroto —hemos visto algo análogo en la difusión de hayaca— testimonia un amplio movimiento lingüístico a través del complejo mundo del Amazonas.

 

¿Estará además relacionado nuestro coroto con el chorote, que entre los cuicas de Trujillo, según Julio C. Salas, designaba una vasija? También chorote es una voz indígena de bastante extensión americana. En los Andes, además de ser una vasija de barro, designa la chocolatera (de ahí cacao chorote, o simplemente chorote, el que se prepara en ese recipiente). Tiene también una serie de usos figurados: «Lo que le queda a usted es un chorote», dice un dentista a la persona que tiene una muela completamente picada por el centro (Picón Febres); chorote es también la habitación en muy malas condiciones o la casa pequeña, ruinosa y desaseada (Aníbal Lisandro Alvarado), y en Lara lo registra Silva Uzcátegui con el valor de trasto viejo. Isidoro Laverde Amaya, que pasó por Cúcuta a principios de 1886 en viaje de Bogotá a Caracas, explicaba coroto como equivalente de chorote, aunque luego lo salvó en la Fe de erratas: «Coroto, cualquier cosa». Pero es curioso que en Costa Rica una voz muy parecida, choroco, signifique trasto o trebejo, como nuestro coroto. No es descartable, pues, el posible parentesco de las dos voces indígenas.

 

A pesar de su brillante fortuna, coroto no ha olvidado del todo su modesta alcurnia: la albahaca de coroto es la que se cultiva en coroto de tapara. Corotear es en los Llanos cazar al tigre a reclamo bufando en media tapara apoyada en el suelo («Mataron un tigre coroteado»). Un objeto encorotado es el ahuecado, cóncavo, y esta acepción la recogía ya Miguel Carmona en El Monitor Industrial, de Caracas, el 12 de marzo de 1859. En Portuguesa se dice que una persona está entaparada o encorotada cuando está encerrada en sí misma («No me gustan las personas encorotadas»), y aun se aplica a las intenciones ocultas: «¡Quién sabe lo que tiene encorotado!», «¡Carga su coroto por dentro!». Y cuando alguien se desenmascara, se dice: «Soltó el coroto». Descorotar —ya lo registraba Lisandro Alvarado— es destapar o quitar el extremo redondeado de un objeto: «A picotazos quedó el pollo con la cabeza descorotada», «Los monos descorotan el coco-de-mono para comérselo». «Hay que descorotar los huevos y vaciar la clara». Se ve que todos esos usos se remontan a coroto en su valor de recipiente de totuma, que se conserva en todos los Llanos, con sus usos variados («No tomen agua en mi coroto», «En la horqueta de tres picos se ponen tres corotos»), y se canta todavía como aguinaldo de Nochebuena:

 

Nosotros somos cinco,

seis con el coroto,

y si no me lo llena,

por Dios que lo boto.

 

Es bondad llenarlo, y se agradece. Y el colmo de la maldad parece ser: «Beberle la mazamorra a un sute y quebrarle el coroto en la cabeza».

 

* El Nacional, Caracas, 2 de enero de 1953. Forma parte de Buenas y malas palabras, Ángel Rosenblat.






La Reina · Quinteto Contrapunto
Una de las más hermosas composiciones de Tierra de gracia. 




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