De
su libro Siete noches, en el que se reúnen siete maravillas verbales del
maestro.
Salud!
lacl
LA
DIVINA COMEDIA Jorge Luis Borges
SEÑORAS,
SEÑORES:
Paul Claudel ha escrito en una página
indigna de Paul Claudel que los espectáculos que nos aguardan más allá de la
muerte corporal no se parecerán, sin duda, a los que muestra Dante en el
Infierno, en el Purgatorio y en el Paraíso, Esta curiosa observación de
Claudel, en un artículo por lo demás admirable, puede ser comentada de dos
modos.
En primer término, vemos en esta
observación una prueba de la intensidad del texto de Dante, el hecho de que una
vez leído el poema y mientras lo leemos tendemos a pensar que él se imaginaba
el otro mundo exactamente como lo presenta. Fatalmente creemos que Dante se
imaginaba que una vez muerto, se encontraría con la montaña inversa del
Infierno o con las terrazas del Purgatorio o con los cielos concéntricos del
Paraíso. Además, hablaría con sombras (sombras de la Antigüedad clásica) y
algunas conversarían con él en tercetos en italiano.
Ello es evidentemente absurdo. La
observación de Claudel corresponde no a lo que razonan los lectores (porque
razonándola se darían cuenta de que es absurda) sino a lo que sienten y a lo
que puede alejarlos del placer, del intenso placer de la lectura de la obra.
Para refutarla, abundan testimonios. Uno
es la declaración que se atribuye al hijo de Dante. Dijo que su padre se había
propuesto mostrar la vida de los pecadores bajo la imagen del Infierno, la vida
de los penitentes bajo la imagen del Purgatorio y la vida de los justos bajo la
imagen del Paraíso. No leyó de un modo literal. Tenemos, además, el testimonio
de Dante en la epístola dedicada a Can Grande della Scala.
La epístola ha sido considerada apócrifa,
pero de cualquier modo no puede ser muy posterior a Dante y, sea lo que fuere,
es fidedigna de su época. En ella se afirma que la Comedia puede
ser leída de cuatro modos. De esos cuatro modos, uno es el literal; otro, el
alegórico. Según éste, Dante sería el símbolo del hombre, Beatriz el de la fe y
Virgilio el de la razón.
La idea de un texto capaz de múltiples lecturas
es característica de la Edad Media, esa Edad Media tan calumniada y compleja
que nos ha dado la arquitectura gótica, las sagas de Islandia y la filosofía
escolástica en la que todo está discutido. Que nos dio, sobre todo, la Comedia,
que seguimos leyendo y que nos sigue asombrando, que durará más allá de nuestra
vida, mucho más allá de nuestras vigilias y que será enriquecida por cada
generación de lectores.
Conviene recordar aquí a Escoto Erígena,
que dijo que la Escritura es un texto que encierra infinitos sentidos y que
puede ser comparado con el plumaje tornasolado del pavo real.
Los cabalistas hebreos sostuvieron que la
Escritura ha sido escrita para cada uno de los fieles; lo cual no es increíble
si pensamos que el autor del texto y el autor de los lectores es el mismo:
Dios. Dante no tuvo por qué suponer que lo que él nos muestra corresponde a una
imagen real del mundo de la muerte. No hay tal cosa. Dante no pudo pensar eso.
Creo, sin embargo, en la conveniencia de
ese concepto ingenuo, ese concepto de que estamos leyendo un relato verídico.
Sirve para que nos dejemos llevar por la lectura. De mí sé decir que soy lector
hedónico; nunca he leído un libro porque fuera antiguo. He leído libros por la
emoción estética que me deparan y he postergado los comentarios y las críticas.
Cuando leí por primera vez la Comedia, me dejé llevar por la
lectura. He leído la Comedia como he leído otros libros menos
famosos. Quiero confiarles, ya que estamos entre amigos, y ya que no estoy
hablando con todos ustedes sino con cada uno de ustedes, la historia de mi
comercio personal con la Comedia.
Todo empezó poco antes de la dictadura. Yo
estaba empleado en una biblioteca del barrio de Almagro. Vivía en Las Heras y
Pueyrredón, tenía que recorrer en lentos y solitarios tranvías el largo trecho
que desde ese barrio del Norte va hasta Almagro Sur, a una biblioteca situada
en la Avenida La Plata y Carlos Calvo. El azar (salvo que no hay azar, salvo
que lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la
causalidad) me hizo encontrar tres pequeños volúmenes en la Librería Mitchell,
hoy desaparecida, que me trae tantos recuerdos. Esos tres volúmenes (yo debería
haber traído uno como talismán, ahora) eran los tomos del Infierno, del
Purgatorio y del Paraíso, vertidos al inglés por Carlyle, no por Thomas
Carlyle, del que hablaré luego. Eran libros muy cómodos, editados por Dent.
Cabían en mi bolsillo. En una página estaba el texto italiano y en la otra el
texto en inglés, vertido literalmente. Imaginé este modus operandi:
leía primero un versículo, un terceto, en prosa inglesa; luego leía el mismo
versículo, el mismo terceto, en italiano; iba siguiendo así hasta llegar al fin
del canto. Luego leía todo el canto en inglés y luego en italiano. En esa
primera lectura comprendí que las traducciones no pueden ser un sucedáneo del
texto original. La traducción puede ser, en todo caso, un medio y un estímulo
para acercar al lector al original; sobre todo, en el caso del español. Creo
que Cervantes, en alguna parte del Quijote, dice que con dos
ochavos de lengua toscana uno puede entender a Ariosto.
Pues bien; esos dos ochavos de lengua
toscana me fueron dados por la semejanza fraterna del italiano y el español. Ya
entonces observé que los versos, sobre todo los grandes versos de Dante, son
mucho más de lo que significan. El verso es, entre tantas otras cosas, una
entonación, una acentuación muchas veces intraducibie. Eso lo observé desde el
principio. Cuando llegué a la cumbre del Paraíso, cuando llegué al Paraíso
desierto, ahí, en aquel momento en que Dante está abandonado por Virgilio y se
encuentra solo y lo llama, en aquel momento sentí que podía leer directamente
el texto italiano y sólo mirar de vez en cuando el texto inglés. Leí así los
tres volúmenes en esos lentos viajes de tranvía. Después leí otras ediciones.
He leído muchas veces la Comedia.
La verdad es que no sé italiano, no sé otro italiano que el que me enseñó Dante
y que el que me enseñó, después, Ariosto cuando leí el Furioso. Y luego el más
fácil, desde luego, de Croce, He leído casi todos los libros de Croce y no
siempre estoy de acuerdo con él, pero siento su encanto. El encanto es, como
dijo Stevenson, una de las cualidades esenciales que debe tener el escritor.
Sin el encanto, lo demás es inútil.
Leí muchas veces la Comedia,
en distintas ediciones, y pude gozar de los comentarios. De todas ellas, dos me
reservo particularmente: la de Mornigliano y la de Grabher. Recuerdo también la
de Hugo Steiner.
Leía todas las ediciones que encontraba y
me distraía con los distintos comentarios, las distintas interpretaciones de
esa obra múltiple. Comprobé que en las ediciones más antiguas predomina el
comentario teológico; en las del siglo diecinueve, el histórico, y actualmente
el estético, que nos hace notar la acentuación de cada verso, una de las
máximas virtudes de Dante.
Se ha comparado a Milton con Dante, pero
Milton tiene una sola música: es lo que se llama en inglés “un estilo sublime”.
Esa música es siempre la misma, más allá de las emociones de los personajes. En
cambio en Dante, como en Shakespeare, la música va siguiendo las emociones. La
entonación y la acentuación son lo principal, cada frase debe ser leída y es
leída en voz alta.
Digo es leída en voz alta porque cuando
leemos versos que son realmente admirables, realmente buenos, tendemos a
hacerlo en voz alta. Un verso bueno no permite que se lo lea en voz baja, o en
silencio. Si podemos hacerlo, no es un verso válido: el verso exige la
pronunciación. El verso siempre recuerda que fue un arte oral antes de ser un
arte escrito, recuerda que fue un canto.
Hay dos frases que lo confirman. Una es la
de Homero o la de los griegos que llamamos Homero, que dice en la Odisea:
“los dioses tejen desventuras para los hombres para que las generaciones
venideras tengan algo que cantar”. La otra, muy posterior, es de Mallarmé y
repite lo que dijo Homero menos bellamente; “tout aboutit en un livre”,
“todo para en un libro”. Aquí tenemos las dos diferencias; los griegos hablan
de generaciones que cantan, Mallarmé habla de un objeto, de una cosa entre las
cosas, un libro. Pero la idea es la misma, la idea de que nosotros estamos
hechos para el arte, estamos hechos para la memoria, estamos hechos para la
poesía o posiblemente estamos hechos para el olvido. Pero algo queda y ese algo
es la historia o la poesía, que no son esencialmente distintas.
Carlyle y otros críticos han observado que
la intensidad es la característica más notable de Dante. Y si pensamos en los
cien cantos del poema parece realmente un milagro que esa intensidad no
decaiga, salvo en algunos lugares del Paraíso que para el poeta fueron luz y
para nosotros sombra. No recuerdo ejemplo análogo de otro escritor, *
únicamente quizá en La tragedia de Macbeth de Shakespeare, que
empieza con las tres brujas o las tres parcas o las tres hermanas fatales y que
luego sigue hasta la muerte del héroe y en ningún momento afloja la intensidad.
Quiero recordar otro rasgo: la delicadeza
de Dante. Siempre pensamos en el sombrío y sentencioso poema florentino y
olvidamos que la obra está llena de delicias, de deleites, de ternuras. Esas
ternuras son parte de la trama de la obra. Por ejemplo, Dante habrá leído en
algún libro de geometría que el cubo es el más firme de los volúmenes. Es una
observación corriente que no tiene nada de poética y sin embargo Dante la usa
como una metáfora del hombre que debe soportar la desventura: “buon tetrágono a
i colpe di fortuna”; el hombre es un buen tetrágono, un cubo, y eso es
realmente raro.
Recuerdo asimismo la curiosa metáfora de
la flecha. Dante quiere hacernos sentir la velocidad de la flecha que deja el
arco y da en el blanco. Nos dice que se clava en el blanco y que sale del arco
y que deja la cuerda; invierte el principio y el fin para mostrar cuan
rápidamente ocurren esas cosas.
Hay un verso que está siempre en mi
memoria. Es aquel del primer canto del Purgatorio que se refiere a esa mañana,
esa mañana increíble en la montaña del Purgatorio, en el Polo Sur. Dante, que
ha salido de la suciedad, de la tristeza y el horror del Infierno, dice “dolce
color d’ oriental zaffiro”. El verso impone esa lentitud a la voz. Hay que
decir oriental:
dolce
color d’oriëntal zafiro
che
s’accoglieva
nel sereno aspetto
del
mezzo puro infino al primo giro.
Quisiera demorarme sobre el curioso
mecanismo de ese verso, salvo que la palabra “mecanismo” es demasiado dura para
lo que quiero decir. Dante describe el cielo oriental, describe la aurora y
compara el color de la aurora el del zafiro. Y lo compara con un zafiro que se
llama zafiro oriental”, zafiro del Oriente. En dolce color d’ oriental
zaffiro hay un juego de espejos, ya que el Oriente se explica por el
color del zafiro y ese zafiro es un “zafiro oriental”. Es decir, un zafiro que
está cargado de la riqueza de la palabra “oriental”; está lleno, digamos,
de Las mil y una noches que Dante no conoció pero que sin
embargo ahí están.
Recordaré también el famoso verso final
del canto quinto del Infierno: “e caddi come carpo morto cade”. ¿Por qué
retumba la caída? La caída retumba por la repetición de la palabra “cae”.
Toda la Comedia está
llena de felicidades de ese tipo. Pero lo que la mantiene es el hecho de ser
narrativa. Cuando yo era joven se despreciaba lo narrativo, se lo llamaba
anécdota y se olvidaba que la poesía empezó siendo narrativa, que en las raíces
de la poesía está la épica y la épica es el género poético primordial,
narrativo. En la épica está el tiempo, en la épica hay un antes, un mientras y
un después; todo eso está en la poesía.
Yo aconsejaría al lector el olvido de las
discordias de los güelfos y gibelinos, el olvido de la escolástica, incluso el
olvido de las alusiones mitológicas y de los versos de Virgilio que Dante
repite, a veces mejorándolos, excelentes como son en latín. Conviene, por lo
menos al principio, atenerse al relato. Creo que nadie puede dejar de hacerlo.
Entramos, pues, en el relato, y entramos
de un modo casi mágico porque actualmente, cuando se cuenta algo sobrenatural,
se trata de un escritor incrédulo que se dirige a lectores incrédulos y tiene
que preparar lo sobrenatural. Dante no necesita eso: “Nel mezzo del cammin
di nostra vita / mi ritrovai per una selva oscura”. Es decir, a los treinta
y cinco años “me encontré en mitad de una selva oscura” que puede ser alegórica,
pero en la cual creemos físicamente: a los treinta y cinco años, porque la
Biblia aconseja la edad de setenta a los hombres prudentes. Se entiende que
después todo es yermo, “bleak”, como se llama en inglés, todo es ya
tristeza, zozobra. De modo que, cuando Dante escribe “nel mezzo del cammin
di nostra vita”, no ejerce una vaga retórica: está diciéndonos exactamente
la fecha de la visión, la de los treinta y cinco í años.
No creo que Dante fuera un visionario. Una
visión es breve. Es imposible una, visión tan larga como la de la Comedia.
La visión fue voluntaria: debemos abandonarnos a ella y leerla, con fe poética.
Dijo Coleridge que la fe poética es una voluntaria suspensión de la
incredulidad. Si asistimos a una representación de teatro sabemos que en el
escenario hay hombres disfrazados que repiten las palabras de Shakespeare, de
Ibsen o de Pirandello que les han puesto en la boca. Pero nosotros aceptamos
que esos hombres no son disfrazados; que ese hombre disfrazado
que monologa lentamente en las antesalas
de la venganza es realmente el príncipe de Dinamarca, Hamlet; nos abandonamos.
En el cinematógrafo es aún más curioso el procedimiento, porque estamos viendo
no ya al disfrazado sino fotografías de disfrazados y sin embargo creemos en
ellos mientras dura la proyección.
En el caso de Dante, todo es tan vivido
que llegamos a suponer que creyó en su otro mundo, de igual modo como bien pudo
creer en la geografía geocéntrica o en la astronomía geocéntrica y no en otras
astronomías.
Conocemos profundamente a Dante por un
hecho que fue señalado por Paul Groussac: porque la Comedia está
escrita en primera persona. No es un mero artificio gramatical, no significa
decir “vi” en lugar de “vieron” o de “fue”. Significa algo más, significa que
Dante es uno de los personajes de la Comedia. Según Groussac, fue
un rasgo nuevo. Recordemos que, antes de Dante, San Agustín escribió sus Confesiones.
Pero estas Confesiones, precisamente por su retórica espléndida, no
están tan cerca de nosotros como lo está Dante, ya que la espléndida retórica
del africano se interpone entre lo que quiere decir y lo que nosotros oímos.
El hecho de una retórica que se interpone
es desgraciadamente frecuente. La retórica debería ser un puente, un camino; a
veces es una muralla, un obstáculo. Lo cual se observa en escritores tan
distintos como Séneca, Que-vedo, Milton o Lugones. En todos ellos las palabras
se interponen entre ellos y nosotros.
A Dante lo conocemos de un modo más íntimo
que sus contemporáneos. Casi diría que lo conocemos como lo conoció Virgilio,
que fue un sueño suyo. Sin duda, más de lo que lo pudo conocer Beatriz
Portinari; sin duda, más que nadie. Él se coloca ahí y está en el centro de la
acción. Todas las cosas no sólo son vistas por él, sino que él toma parte. Esa
parte no siempre está de acuerdo con lo que describe y es lo que suele
olvidarse.
Vemos a Dante aterrado por el Infierno;
tiene que estar aterrado no porque fuera cobarde sino porque es necesario que
esté aterrado para que creamos en el Infierno. Dante está aterrado, siente
miedo, opina sobre las cosas. Sabemos lo que opina no por lo que dice sino por
lo poético, por la entonación, por la acentuación de su lenguaje.
Tenemos el otro personaje. En verdad, en
la Comedia hay tres, pero ahora hablaré del segundo. Es
Virgilio. Dante ha logrado que tengamos dos imágenes de Virgilio: una, la
imagen que nos deja la Eneida o que nos dejan las Geórgicas;
la otra, la imagen más íntima que nos deja la poesía, la piadosa poesía de
Dante.
Uno de los temas de la literatura, como
uno de los temas de la realidad, es la amistad. Yo diría que la amistad es
nuestra pasión argentina. Hay muchas amistades en la literatura, que está
tejida de amistades. Podemos evocar algunas. ¿Por qué no pensar en Quijote y
Sancho, o en Alonso Quijano y Sancho, ya que para Sancho
“Alonso Quijano” es Alonso Quijano y sólo al fin llega a ser
Don Quijote? ¿Por qué no pensar en Fierro y Cruz, en nuestros dos
gauchos que se pierden en la frontera? ¿Por qué no pensar en el viejo tropero y
en Fabio Cáceres? La amistad es un tema común, pero generalmente los escritores
suelen recurrir al contraste de los dos amigos. He olvidado otros dos amigos
ilustres, Kim y el lama, que también ofrecen el contraste.
En el caso de Dante, el procedimiento es
más delicado. No es exactamente un contraste, aunque tenemos la actitud filial:
Dante viene a ser un hijo de Virgilio y al mismo tiempo es superior a Virgilio
porque se cree salvado. Cree que merecerá la gracia o que la ha merecido, ya
que le ha sido dada la visión. En cambio, desde el comienzo del Infierno sabe
que Virgilio es un alma perdida, un reprobo; cuando Virgilio le dice que no
podrá acompañarlo más allá del Purgatorio, siente que el latino será para
siempre un habitante del terrible “nobile castello” donde están las
grandes sombras de los grandes muertos de la Antigüedad, los que por ignorancia
invencible no alcanzaron la palabra de Cristo. En ese mismo momento, Dante dice:
“Tu, duca; tu, signore; tu, maestro”... Para cubrir ese momento, Dante
lo saluda con palabras magníficas y habla del largo estudio y del gran amor que
le han hecho buscar su volumen y siempre se mantiene esa relación entre los
dos. Esa figura esencialmente triste de Virgilio, que se sabe condenado a
habitar para siempre en el nobile castello lleno de la
ausencia de Dios... En cambio, a Dante le será permitido ver a Dios, le será
permitido comprender el universo.
Tenemos, pues, esos dos personajes. Luego
hay miles, centenares, una multitud de personajes de los que se ha dicho que
son episódicos. Yo diría que son eternos.
Una novela contemporánea requiere
quinientas o seiscientas páginas para hacernos conocer a alguien, si es que lo
conocemos. A Dante le basta un solo momento. En ese momento el personaje está
definido para siempre. Dante busca ese momento central inconscientemente. Yo he
querido hacer lo mismo en muchos cuentos y he sido admirado por ese hallazgo,
que es el hallazgo de Dante en la Edad Media, el de presentar un momento como
cifra de una vida. En Dante tenemos esos personajes, cuya vida puede ser la de
algunos tercetos y sin embargo esa vida es eterna. Viven en una palabra, en un
acto, no se precisa más; son parte de un canto, pero esa parte es eterna.
Siguen viviendo y renovándose en la memoria y en la imaginación de los hombres.
Dijo Carlyle que hay dos características
de Dante. Desde luego hay más, pero dos son esenciales: la ternura y el rigor
(salvo que la ternura y el rigor no se contraponen, no son opuestos). Por un
lado, está la ternura humana de Dante, lo que Shakespeare llamaría “the milk
of human kindness”, “la leche de la bondad humana”. Por el otro lado está
el saber que somos habitantes de un mundo riguroso, que hay un orden. Ese orden
corresponde al Otro, al tercer interlocutor.
Recordemos dos ejemplos. Vamos a tomar el
episodio más conocido del Infierno, el del canto quinto, el de Paolo y
Francesca. No pretendo abreviar lo que Dante ha dicho —sería una irreverencia
mía decir en otras palabras lo que él ha dicho para siempre en su italiano—;
quiero recordar simplemente las circunstancias.
Dante y Virgilio llegan al segundo círculo
(si mal no recuerdo) y ahí ven el remolino de almas y sienten el hedor del
pecado, el hedor del castigo. Hay circunstancias físicas desagradables. Por
ejemplo Minos, que se enrosca la cola para significar a qué círculo tienen que
bajar los condenados. Eso es deliberadamente feo porque se entiende que nada
puede ser hermoso en el Infierno. Al llegar a ese círculo en el que están
penando los lujuriosos, hay grandes nombres ilustres. Digo “grandes nombres”
porque Dante, cuando empezó a escribir el canto, no había llegado aún a la
perfección de su arte, al hecho de hacer que los personajes fueran algo más que
sus nombres. Sin embargo esto le sirvió para describir al nobile
castello.
Vemos a los grandes poetas de la
Antigüedad. Entre ellos está Homero, espada en mano. Cambian palabras que no es
honesto repetir. Está bien el silencio, porque todo condice con ese terrible
pudor de quienes están condenados al Limbo, de quienes no verán nunca el rostro
de Dios. Cuando llegamos al canto quinto, Dante ha llegado a su gran
descubrimiento: la posibilidad de un diálogo entre las almas de los muertos y
el Dante que los sentirá y juzgará a su modo. No, no los juzgará: él sabe que
no es el Juez, que el Juez es el Otro, un tercer interlocutor, la Divinidad.
Pues bien: ahí están Homero, Platón, otros
grandes hombres ilustres. Pero Dante ve a dos que él no conoce, menos ilustres,
y que pertenecen al mundo contemporáneo: Paolo y Francesca. Sabe cómo han
muerto ambos adúlteros, los llama y ellos acuden. Dante nos dice: “Quali
colombe dal disio chiamate”. Estamos ante dos reprobos y Dante los compara
con dos palomas llamadas por el deseo, porque la sensualidad tiene que estar
también en lo esencial de la escena. Se acercan a él y Francesca, que es la
única que habla (Paolo no puede hacerlo), le agradece que los haya llamado y le
dice estas palabras patéticas: “Se fosse amico il re de l’universo / noi
pregheremmo lui de la tua pace”, “si fuese amigo el Rey del universo (dice
Rey del universo porque no puede decir Dios, ese nombre está vedado en el
Infierno y en el Purgatorio), le rogaríamos por tu paz”, ya que tú te apiadas
de nuestros males.
Francesca cuenta su historia y la cuenta
dos veces. La primera la cuenta de un modo reservado, pero insiste en que ella
sigue estando enamorada de Paolo. El arrepentimiento está vedado en el
Infierno; ella sabe que ha pecado y sigue fiel a su pecado, lo que le da una
grandeza heroica. Sería terrible que se arrepintiera, que se quejara de lo
ocurrido. Francesca sabe que el castigo es justo, lo acepta y sigue amando a
Paolo.
Dante tiene una curiosidad. “Amor
condusse noi ad una morte”: Paolo y Francesca han sido asesinados juntos. A
Dante no le interesa el adulterio, no le interesa el modo como fueron
descubiertos ni ajusticiados: le interesa algo más íntimo, y es saber cómo
supieron que estaban enamorados, cómo se enamoraron, cómo llegó el tiempo de
los dulces suspiros. Hace la pregunta.
Apartándome de lo que estoy diciendo,
quiero recordar una estrofa, quizá la mejor estrofa de Leopoldo Lugones,
inspirada sin duda en el canto quinto del Infierno. Es la primera cuartera de
“Alma venturosa”, uno de los sonetos de Las horas doradas, de 1922:
Al
promediar la tarde de aquel día,
Cuando
iba mi habitual adiós a darte,
Fue
una vaga congoja de dejarte
Lo
que me hizo saber que te quería.
Un poeta inferior hubiera dicho que el
hombre siente una gran tristeza al despedirse de la mujer, y hubiera dicho que
se veían raramente. En cambio, aquí, “cuando iba mi habitual adiós a darte” es
un verso torpe, pero eso no importa; porque decir “un habitual adiós” expresa
que se veían frecuentemente, y luego “fue una vaga congoja de dejarte / lo que
me hizo saber que te quería”.
El tema es esencialmente el mismo del
canto quinto: dos personas que descubren que están enamoradas y que no lo
sabían. Es lo que Dante quiere saber, y quiere que le cuente cómo ocurrió. Ella
le refiere que leían un día, para deleitarse, sobre Lancelote y cómo lo
aquejaba el amor. Estaban solos y no sospechaban nada. ¿Qué es lo que no
sospechaban? No sospechaban que estaban enamorados. Y estaban leyendo una
historia de La matiere de Bretagne, uno de esos libros que
imaginaron los britanos en Francia después de la invasión sajona. Esos libros
que alimentaron la locura de Alonso Quijano y que revelaron su
amor culpable a Paolo y Francesca. Pues bien: Francesca declara que a veces se
ruborizaban, pero que hubo un momento, “guando leggemmo il disiato riso”,
“cuando leímos la deseada sonrisa”, en que fue besada por tal amante; éste que
no se separará nunca de mí, la boca me besó, “tutto tremante”.
Hay algo que no dice Dante, que se siente
a lo largo de todo el episodio y que quizá le da su virtud. Con infinita
piedad, Dante nos refiere el destino de los dos amantes y sentimos que él
envidia ese destino. Paolo y Francesca están en el Infierno, él se salvará,
pero ellos se han querido y él no ha logrado el amor de la mujer que ama, de
Beatriz. En esto hay una jactancia también, y Dante tiene que sentirlo como
algo terrible, porque él ya está ausente de ella. En cambio, esos dos réprobos
están juntos, no pueden hablarse, giran en el negro remolino sin ninguna
esperanza, ni siquiera nos dice Dante la esperanza de que los sufrimientos
cesen, pero están juntos. Cuando ella habla, usa el nosotros: habla
por los dos, otra forma de estar juntos. Están juntos para la eternidad,
comparten el Infierno y eso para Dante tiene que haber sido una suerte de
Paraíso.
Sabemos que está muy emocionado. Luego cae
como un cuerpo muerto.
Cada uno se define para siempre en un solo
instante de su vida, un momento en el que un hombre se encuentra para siempre
consigo mismo. Se ha dicho que Dante es cruel con Francesca, al condenarla.
Pero esto es ignorar al Tercer Personaje. El dictamen de Dios no siempre
coincide con el sentimiento de Dante. Quienes no comprenden la Comedia dicen
que Dante la escribió para vengarse de sus enemigos y premiar a sus amigos.
Nada más falso. Nietzsche dijo falsísimamente que Dante es la hiena que
versifica entre las tumbas. La hiena que versifica es una contradicción; por
otra parte, Dante no se goza con el dolor. Sabe que hay pecados imperdonables,
capitales. Para cada uno elige una persona que ha cometido ese pecado, pero que
en todo lo demás puede ser admirable o adorable. Francesca y Paolo sólo son
lujuriosos. No tienen otro pecado, pero uno basta para condenarlos.
La idea de Dios como indescifrable es un
concepto que ya encontramos en otro de los libros esenciales de la humanidad.
En el Libro de Job, ustedes recordarán cómo Job condena a Dios, cómo sus amigos
lo justifican y cómo al fin Dios habla desde el torbellino y rechaza por igual
a quienes lo justifican y a quienes lo acusan.
Dios está más allá de todo juicio humano y
para ayudarnos a comprenderlo se sirve de dos ejemplos extraordinarios: el de
la ballena y el del elefante. Busca estos monstruos para significar que no son
menos monstruosos para nosotros que el Leviatán y el Behemot (cuyo nombre es
plural y significa muchos animales en hebreo). Dios está más allá de todos los
juicios humanos y así lo declara Él mismo en el Libro de Job. Y los hombres se
humillan ante Él porque se han atrevido a juzgarlo, a justificarlo. No lo
precisa. Dios está, como diría Nietzsche, más allá del bien y del mal. Es otra
categoría.
Si Dante hubiera coincidido siempre con el
Dios que imagina, se vería que es un Dios falso, simplemente una réplica de
Dante: En cambio, Dante tiene que aceptar ese Dios, como tiene que aceptar que
Beatriz no lo haya querido, que Florencia es infame, como tendrá que aceptar su
destierro y su muerte en Ravena. Tiene que aceptar el mal del mundo al mismo tiempo
que tiene que adorar a ese Dios que no entiende.
Hay un personaje que falta en la Comedia y
que no podía estar porque hubiera sido demasiado humano. Ese personaje es
Jesús. No aparece en la Comedia como aparece en los
Evangelios: el humano Jesús de los Evangelios no puede ser la Segunda Persona
de la Trinidad que la Comedia exige.
Quiero llegar, por fin, al segundo
episodio, que es para mí el más alto de la Comedia. Se encuentra en
el canto veintiséis. Es el episodio de Ulises. Yo escribí una vez un artículo
titulado “El enigma de Ulises”. Lo publiqué, lo perdí después y ahora voy a
tratar de reconstruirlo. Creo que es el más enigmático de los episodios de
la Comedia y quizá el más intenso, salvo que es muy difícil,
tratándose de cumbres, saber cuál es la más alta y la Comedia está
hecha de cumbres.
Si he elegido la Comedia para
esta primera conferencia es porque soy un hombre de letras y creo que el ápice
de la literatura y de las literaturas es la Comedia. Eso no
im-plica que coincida con su teología ni que esté de acuerdo con sus
mitologías. Tenemos la mitología cristiana y la pagana barajadas. No se trata
de eso. Se trata de que ningún libro me ha deparado emociones estéticas tan
intensas. Y yo soy un lector hedónico, lo repito; busco emoción en los libros.
La Comedia es un libro
que todos debemos leer. No hacerlo es privarnos del mejor don que la literatura
puede darnos, es entregarnos a un extraño ascetismo. ¿Por qué negarnos la
felicidad de leer la Comedia? Además, no se trata de una lectura
difícil. Es difícil lo que está detrás de la lectura: las opiniones, las
discusiones; pero el libro es en sí un libro cristalino. Y está el personaje
central, Dante, que es quizá el personaje más vivido de la literatura y están
los otros personajes. Pero vuelvo al episodio de Ulises.
Llegan a una hoya, creo que es la octava,
la de los embaucadores. Hay, en principio, un apostrofe contra Venecia, de la
que se dice que bate sus alas en el cielo y en la tierra y que su nombre se
dilata en el infierno. Después ven desde arriba los muchos fuegos y adentro de
los fuegos, de las llamas, las almas ocultas de los embaucadores: ocultas,
porque procedieron ocultando. Las llamas se mueven y Dante está por caerse. Lo
sostiene Virgilio, la palabra de Virgilio. Se habla de quienes están dentro de
esas llamas y Virgilio menciona dos altos nombres: el de Ulises y el de
Diomedes. Están ahí porque fraguaron juntos la estratagema del caballo de Troya
que permitió a los griegos entrar en la ciudad sitiada.
Ahí están Ulises y Diomedes, y Dante
quiere conocerlos. Le dice a Virgilio su deseo de hablar con estas dos ilustres
sombras antiguas, con esos claros y grandes héroes antiguos. Virgilio aprueba
su deseo pero le pide que lo deje hablar a él, ya que se trata de dos griegos
soberbios. Es mejor que Dante no hable. Esto ha sido explicado de diversos
modos. Torcuato Tasso creía que Virgilio quiso hacerse pasar por Homero. La
sospecha es del todo absurda e indigna de Virgilio porque Virgilio cantó a
Ulises y a Diomedes y si Dante los conoció fue porque Virgilio se los hizo
conocer. Podemos olvidar las hipótesis de que Dante hubiera sido despreciado
por ser descendiente de Eneas o por ser un bárbaro, despreciable para los
griegos. Virgilio, como Diomedes y Ulises, son un sueño de Dante. Dante está
soñándolos, pero los sueña con tal intensidad, de un modo tan vivido, que puede
pensar que esos sueños (que no tienen otra voz que la que les da, que no tienen
otra forma que la que él les presta) pueden despreciarlo, a él que no es nadie,
que no ha escrito aún su Comedia.
Dante ha entrado en el juego, como
nosotros entramos: Dante también está embaucado por la Comedia.
Piensa: éstos son claros héroes de la Antigüedad y yo no soy nadie, un pobre
hombre. ¿Por qué van a hacer caso de lo que yo les diga? Entonces Virgilio les
pide que cuenten cómo murieron y habla la voz del invisible Ulises. Ulises no
tiene rostro, está dentro de la llama.
Aquí llegamos a lo prodigioso, a una
leyenda creada por Dante, una leyenda superior a cuanto encierran la Odisea y
la Eneida, o a cuanto encerrará ese otro libro en que aparece
Ulises y que se llama Sindibad del Mar (Simbad el Marino),
de Las mil y una noches.
La leyenda le fue sugerida a Dante por
varios hechos. Tenemos, ante todo, la creencia de que la ciudad de Lisboa había
sido fundada por Ulises y la creencia en las Islas Bienaventuradas en el
Atlántico. Los celtas creían haber poblado el Atlántico de países fantásticos:
por ejemplo, una isla surcada por un río que cruza el firmamento y que está
lleno de peces y de naves que no se vuelcan sobre la tierra; por ejemplo, de
una isla giratoria de fuego; por ejemplo, de una isla en la que galgos de
bronce persiguen a ciervos de plata. De todo esto debe de haber tenido alguna
noticia Dante; lo importante es qué hizo con estas leyendas. Originó algo
esencialmente noble.
Ulises deja a Penélope y llama a sus
compañeros y les dice que aunque son gente vieja y cansada, han atravesado con
él miles de peligros; les propone una empresa noble, la empresa de cruzar las
Columnas de Hércules y de cruzar el mar, de conocer el hemisferio austral, que,
como se creía entonces, era un hemisferio de agua; no se sabía que hubiera
nadie allí. Les dice que son hombres, que no son bestias; que han nacido para
el coraje, para el conocimiento; que han nacido para conocer y para comprender.
Ellos lo siguen y “hacen alas de sus remos”...
Es curioso que esta metáfora se encuentra
también en la Odisea, que Dante no pudo conocer. Entonces navegan y
dejan atrás a Ceuta y Sevilla, entran por el alto mar abierto y doblan hacia la
izquierda. Hacia la izquierda, “sobre la izquierda”, significa el mal en
la Comedia. Para ascender por el Purgatorio se va por la derecha;
para descender por el Infierno, por la izquierda. Es decir, el lado “siniestro”
es doble; dos palabras con lo mismo. Luego se nos dice: “en la noche, ve todas
las estrellas del otro hemisferio” —nuestro hemisferio, el del Sur, cargado de
estrellas—. (Un gran poeta irlandés, Yeats, habla del starladen sky,
del “cielo cargado de estrellas”. Eso es falso en el hemisferio del Norte,
donde hay pocas estrellas comparadas con las del nuestro.)
Navegan durante cinco meses y luego, al
fin, ven tierra. Lo que ven es una montaña parda por la distancia, una montaña
más alta que ninguna de las que habían visto. Ulises dice que la alegría se
cambió en llanto, porque de la tierra sopla un torbellino y la nave se hunde.
Esa montaña es la del Purgatorio, según se ve en otro canto. Dante cree que el
Purgatorio (Dante simula creer para fines poéticos) es antípoda de la ciudad de
Jerusalén.
Bueno, llegamos a este momento terrible y
preguntamos por qué ha sido castigado Ulises. Evidentemente no lo fue por la
treta del caballo, puesto que el momento culminante de su vida, el que se
refiere a Dante y el que se refiere a nosotros, es otro: es esa empresa
generosa, denodada, de querer conocer lo vedado, lo imposible. Nos preguntamos
por qué tiene tanta fuerza este canto. Antes de contestar, querría recordar un
hecho que no ha sido señalado hasta ahora, que yo sepa.
Es el de otro gran libro, un gran poema de
nuestro tiempo, el Moby Dick de Herman Melville, que ciertamente
conoció la Comedia en la traducción de Longfellow. Tenemos la
empresa insensata del mutilado capitán Ahab, que quiere vengarse de la ballena
blanca. Al fin la encuentra y la ballena lo hunde, y la gran novela concuerda
exactamente con el fin del canto de Dante: el mar se cierra sobre ellos.
Melville tuvo que recordar la Comedia en ese punto, aunque
prefiero pensar que la leyó, que la asimiló de tal modo que pudo olvidarla
literalmente; que la Comedia debió ser parte de él y que luego
redescubrió lo que había leído hacía ya muchos años, pero la historia es la
misma. Salvo que Ahab no está movido por ímpetu noble sino por deseo de
venganza. En cambio, Ulises obra como el más alto de los hombres. Ulises,
además, invoca una razón justa, que está relacionada con la inteligencia, y es
castigado.
¿A qué debe su carga trágica este
episodio? Creo que hay una explicación, la única valedera, y es ésta: Dante
sintió que Ulises, de algún modo, era él. No sé si lo sintió de un modo
consciente y poco importa. En algún terceto de la Comedia dice
que a nadie le está permitido saber cuáles son los juicios de la Providencia.
No podemos adelantarnos al juicio de la Providencia, nadie puede saber quién
será condenado y quién salvado. Pero él había osado adelantarse, por modo
poético, a ese juicio. Nos muestra condenados y nos muestra elegidos. Tenía que
saber que al hacer eso corría peligro; no podía ignorar que estaba
anticipándose a la indescifrable providencia de Dios.
Por eso el personaje de Ulises tiene la
fuerza que tiene, porque Ulises es un espejo de Dante, porque Dante sintió que
acaso él merecería ese castigo. Es verdad que él había escrito el poema, pero
por sí o por no estaba infringiendo las misteriosas leyes de la noche, de Dios,
de la Divinidad.
He llegado al fin. Quiero solamente
insistir sobre el hecho de que nadie tiene derecho a privarse de esa felicidad,
la Comedia, de leerla de un modo ingenuo. Después vendrán los
comentarios, el deseo de saber qué significa cada alusión mitológica, ver cómo
Dante tomó un gran verso de Virgilio y acaso lo mejoró traduciéndolo. Al
principio debemos leer el libro con fe de niño, abandonarnos a él; después nos
acompañará hasta el fin. A mí me ha acompañado durante tantos años, y sé que
apenas lo abra mañana encontraré cosas que no he encontrado hasta ahora. Sé que
ese libro irá más allá de mi vigilia y de nuestras vigilias.
Jorge
Luis Borges, La Divina Comedia. Libro: Siete
noches, en el que se reúnen siete maravillas verbales del maestro.
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