martes, 16 de junio de 2020

Fragmentarias: Único manuscrito del Barón de Teive (Fernando Pessoa) / El fin de los modernos, en El hombre común, G. K. Chesterton. / El mago B. B. King.






Ha caído sobre nosotros la más profunda y mortal de las sequías de los siglos: la del conocimiento íntimo de la vacuidad de todos los esfuerzos y de la vanidad de todos los propósitos.

Único manuscrito del Barón de Teive (Fernando Pessoa)






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El fin de los modernos, G. K. Chesterton.

Todas las escuelas del pensamiento, moderadas, revolucionarias o reaccionarias, están de acuerdo en que el futuro está plagado de nue­vas posibilidades o peligros, en que las diferentes formas de rebelión en arte o en pensamiento son el comienzo de los grandes cambios y, es­pecialmente, en que ciertos genios, creadores o destructivos, han abier­to las puertas de un nuevo mundo. Los comunistas podrán pensar que son las puertas del Paraíso; los conservadores, que son las del Infier­no. Pero sustancialmente, ambos creen que marcan, no solamente el fin del mundo, sino también el comienzo de otro mundo. Los escrito­res modernos que han sido aclamados alternadamente por dinámicos o demoníacos, no son más que los precursores de otros todavía más di­námicos o más demoníacos. Ambas partes se han puesto, en este as­pecto, totalmente de acuerdo; pero tengo la desgracia de disentir con ambas.
Creo que lo más importante de lo que, de una manera general, po­demos llamar futurismo, es que no tiene futuro. Aún tiene un presente muy airoso e interesante. En verdad, tiene un pasado pintoresco y ro­mántico. La vida de D. H. Lawrence, por ejemplo, se ha convertido ya en una simple leyenda, que puede tener cualquier antigüedad; y el en­canto romántico y algo sentimental que ya lo rodea está tan distante y es tan difuso como el que rodeó a Byron o a Burns. En cuanto al pre­sente, ningún período puede ser completamente opaco cuando en él escribe Aldous Huxley; pero es conveniente destacar qué escribe. En Un mundo feliz demuestra que, por más sombríamente que vea el pre­sente, odia definitivamente el futuro. Y sólo difiero con él en que no creo que haya futuro para odiar.
Tomo estos dos nombres como típicos de lo que en la última déca­da se ha dado en llamar modernismo o rebelión; pero la tesis que yo sugeriría abarca algo más grande y tal vez más sencillo. Los elementos revolucionarios en nuestra época no marcan el comienzo sino el final de una época de revolución. Vacilaría antes de calificar de rechazables a un montón de hombres de letras distinguidos y a menudo sinceros; de lo contrario, le hubiera dado ese título breve y conveniente a este artículo. Prefiero poner el mismo significado, o quizás la misma metá­fora, en las palabras de un poeta revolucionario (cuya actual falta de popularidad basta para demostrar cuán inseguro es el futuro de la poe­sía revolucionaria) y, mientras brindo a la memoria de Lawrence o a la salud de Huxley, murmuro las palabras:

Todo tuyo, el último vino que sirvo
es el último que derramo en el cáliz.

Esto va a sugerir la misma idea pero con palabras menos agresivas. Resumiendo, es cierto, sin duda, en las palabras de Jefferson Brick (el pionero de la rebelión) que la Libación de la Libertad a veces es de san­gre; pero, sea sangre o vino, la copa está muy próxima a secarse.

El fin de los modernos, en El hombre común, G. K. Chesterton. Son los párrafos iniciales.



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El mago King



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