miércoles, 15 de abril de 2020

ES NEGRA, Alan Watts / ERES ESO, Alan Watts (Speech)



ES NEGRA, Alan Watts
Imagina a Dios Madre en lugar de Dios Padre, en lugar de una luz cegadora una oscuridad impenetrable de la que surge todo. OM.
Hay un viejo cuento sobre un astronauta que viaje al espacio y, a su regreso, le preguntaron si había estado en el cielo y había visto a Dios.
—Sí —respondió.
—¿Y cómo es Dios?
—Es negra.
Aunque el cuento es muy viejo, es sumamente profundo.
Conocí un monje que empezó siendo agnóstico Luego se puso a leer a Henri Bergson, el filósofo francés que proclamaba la fuerza vital (élan vital) y mientras más leía esta dase dé filosofía, más se convencía de que esa gente en realidad hablaba de Dios.
Personalmente, yo también he leído muchos razonamientos teológicos sobre la existencia de Dios y todos comienzan siguiendo esta línea: Si somos inteligentes y razonables, no podemos ser producto de un universo mecánico y carente de significado. Los higos no crecen en los cardos, ni las uvas crecen en zarzas; por consiguiente, nosotros, en tanto que expresase del universo, en tanto que apertura a través de la cual el universo se observa a sí mismo, no podemos ser una mera casualidad.
Y a que si este mundo se puebla, como los árboles fructifican el universo en sí (la energía subyacente en él, que es de lo que se trata) debe ser inteligente.
Ahora bien, cuando llegamos a esa conclusión, debemos tener mucho cuidado, porque podemos dar un nuevo salto y llegar a una conclusión que carece de garantías: que esa inteligencia, ese maravilloso poder creador que produce todo esto, es el Dios de la Biblia.
¡Mucho cuidado!
Porque ese Dios, en contra de sus propios mandamientos, está hecho a imagen de un tirano paternal, autoritario y benéfico del antiguo Medio Oriente. Resulta muy fácil caer en esa trampa debido a que todo está preparado, institucionalizado por la Iglesia católica romana, por la sinagoga, por las iglesias protestantes... todo está listo para que lo aceptemos.
Bajo la presión del consenso social resulta muy natural suponer que cuando alguien emplea la palabra Dios, se refiere a la figura paterna, porque incluso Jesús utilizó esta analogía del padre para describir su experiencia de Dios.
Tuvo que hacerlo, pues en su cultura no había ninguna otra figura.
Actualmente nos hemos rebelado contra la imagen del padre autoritario, especialmente en los Estados Unidos, que son una república y no una monarquía. Pero rechazar la imagen paternalista de Dios como un ídolo no significa necesariamente ser ateo.
Yo he propuesto algo llamado ateísmo en nombre de Dios. Es decir, una experiencia, un contacto, una relación con Dios desde el fondo de nuestro ser, que no ha de encarnarse ni expresarse en ninguna imagen determinada. Los teólogos en general no están de acuerdo con esta idea.
En mis conversaciones con ellos he descubierto que tienden a ser un poco obstinados sobre la naturaleza de Dios. Insisten en que Dios, de hecho, tiene una naturaleza muy determinada. Este monoteísmo ético sostiene que el poder que gobierna este universo tiene opiniones y reglas sumamente definidas a las que debemos someter nuestra mente y nuestros actos. Si no tenemos cuidado, iremos en contra de los fundamentos del universo y seremos castigados. Dicho en un lenguaje fuera de moda, nos quemaremos eternamente en los fuegos del infierno. En términos modernos, no llegaremos a ser una persona auténtica. (Lo que viene a ser tan sólo otra manera de decirlo.)
Existe la idea de que hay una autoridad detrás del mundo y esa autoridad no somos nosotros, sino alguien más. Esta concepción, judeo-cristiana y musulmana, hace que muchas personas se sientan ajenas a la raíz y base de la existencia. De hecho, hay muchas personas que nunca maduran y siempre están aterradas ante la imagen del abuelo.
Actualmente soy abuelo y los abuelos ya no me aterran. Sé que soy tan estúpido como mis abuelos. Por lo tanto, no estoy dispuesto a inclinarme ante la imagen de un dios con una larga barba blanca.
Nosotros, la gente inteligente, no creemos en realidad en esa clase de Dios. Me refiero a que pensamos que Dios es espíritu, que Dios es indefinible e infinito y todas esas cosas; pero aun así. las imágenes de Dios tienen un efecto mucho más poderoso sobre nuestras emociones que sobre nuestras ideas.
Y cuando la gente lee la Biblia y canta himnos como «Señor de los Tiempos que estás entronizado en la gloria» y «Dios, inmortal e invisible, el único sabio, inaccesible a nuestros ojos a pesar de la luz», siguen pensando en el señor de barba que vive en el cielo. Todo eso está muy ligado con sus emociones.
Para contrarrestarlo, debemos pensar en imágenes opuestas, y he aquí la imagen opuesta:
Es negra.
Imaginemos en lugar de Dios Padre a Dios Madre y, en lugar de un ser luminoso y resplandeciente, una oscuridad impenetrable.
En la mitología hindú, esta idea es representada por Kali, la Gran Madre, a quien se representa con las imágenes más terribles. Kali tiene colmillos y su lengua chorrea sangre; tiene una cimitarra en una mano, en la otra una cabeza cortada, v está pisando el cadáver de su marido, Shiva. Además, Shiva representa el aspecto destructivo de la divinidad que disuelve todas las cosas a fin de que puedan volver a nacer. Esta madre terrible que se alimenta de sangre es la imagen de la realidad suprema que se encuentra detrás de este universo. Ella representa las cosas más terribles, las que más nos aterrorizan.
Esta imagen es sumamente importante.
Supongamos que, en este momento, nos sentimos bastante bien. La razón por la que sabemos que nos sentimos bastante bien es que, en el fondo de nuestra mente, tenemos la sensación de algo absolutamente terrible que simplemente no debe ocurrir. Y así, en comparación con aquello que no sucede y que no necesariamente debe suceder, nos sentimos bastante bien.
Esa cosa absolutamente horrenda que no debe suceder es Kali.
Debemos empezar a preguntarnos si la presencia de Kali no es, de cierta manera, algo sumamente beneficioso. ¿Cómo podríamos saber que las cosas son buenas a menos que haya algo que no sea bueno en modo alguno?
Es negra. No se trata de un juicio definitivo, sino de una manera de empezar a considerar el problema y de sacar nuestra mente de sus cauces normales.
El sujeto tácito de este juicio, es decir, lo femenino, representa lo que en filosofía se denomina el principio negativo. Lógicamente, a la gente de nuestra cultura que apoya la liberación de la mujer no le gusta asociar lo femenino con lo negativo, ya que lo negativo ha adquirido connotaciones sumamente malas. Decimos que debemos subrayar lo positivo; lo que no es más que una simple actitud machista y chauvinista. ¿Cómo podríamos saber que sobresalimos a no ser por comparación con algo que no sobresale?
No podemos apreciar lo convexo sin lo cóncavo. No podemos apreciar lo firme sin lo vacilante. Por consiguiente, la pretendida negatividad del principio femenino es, obviamente, vivificadora y muy importante.
Pero vivimos en una cultura que no lo advierte. Por ejemplo, nuestra atención se fija en las figuras e ignora los fondos. Al ver una pintura, una representación de un ave, no advertimos el papel blanco que está debajo del dibujo. Al ver un libro impreso, suponemos que lo importante es la impresión y que la página carece de importancia. Pero si reconsideramos todo esto, ¿cómo podría haber una impresión visible sin una página debajo?
De alguna manera, consideramos que las posiciones subyacentes, como las posiciones misioneras, son inferiores. Pero ser subyacente equivale a ser fundamental.
La palabra substancia se refiere a lo que se encuentra por debajo (sub — debajo y stancia — estar). Ser substancial es ser subyacente, ser el sostén, el fundamento del mundo.
Esta es la gran función de lo femenino: ser la sustancia.
Por consiguiente, lo femenino es representado por el espacio, que de noche parece negro.
De no ser por el espacio negro y vacío, no tendríamos ninguna posibilidad de ver las estrellas. Las estrellas brillan en el espacio y los astrónomos están empezando a darse cuenta de que las estrellas son una función del espacio. Ahora bien, esto parece ir en contra de nuestro sentido común, ya que pensamos que el espacio no es otra cosa qué la nada y no nos damos cuenta de que el espacio es totalmente básico para todo.
Es como nuestra consciencia. Nadie puede imaginarse qué es la consciencia. Es el «qué» más esquivo de todos los que existen.
Debido a que es el telón de fondo de todo lo demás que conocemos, no le prestamos mucha atención. Ponemos atención en las cosas que se hallan dentro del campo de la consciencia, en las descripciones, en los objetos, en las supuestas cosas que hay en el campo visual, en los sonidos que se encuentran dentro de nuestra capacidad auditiva, etc. Pero a lo que abarca todo eso (sea lo que sea) no le prestamos mucha atención. Ni siquiera podemos pensar en ello.
Es como intentar verse la cabeza. Intentemos vemos la cabeza y ¿qué encontramos? Ni siquiera una mancha oscura en medio de las cosas; simplemente no encontramos nada.
Y sin embargo, la cabeza es aquello con que vemos, lo mismo que el espacio es aquello donde brillan las estrellas.
Hay algo sumamente raro en todo esto. Eso que no puedes capturar, eso que siempre nos escapa, que es totalmente esquivo...
el vacío
... parece ser absolutamente necesario para que exista cualquier cosa. Ahora llevemos este pensamiento más adelante.
Kali también es el principio de la muerte porque lleva una cimitarra en una mano y una cabeza cortada en la otra.
Pensar en la muerte es tremendamente importante, pero lo eludimos. En nuestra cultura barremos la muerte debajo de la alfombra.
En los hospitales se intenta mantener vivo al paciente durante el mayor tiempo posible, a pesar de que pueda tratarse de una situación totalmente desesperada. No le dicen al paciente que va a morir. Cuando tienen que decir a sus parientes que se trata de un caso «sin esperanza», a menudo se les advierte que no deben decírselo al paciente. Y la familia llega a ver al paciente con una sonrisa fingida y le dicen: «Oye, te pondrás bueno dentro de un mes, más o menos. Después iremos a pasar unos días al mar y escucharás el canto de los pájaros». Y el moribundo sabe perfectamente que eso es una ficción.
Hemos hecho de la muerte algo terrible. Hemos inventado vidas terribles para después de la vida. La versión cristiana del cielo es tan abominable como la versión cristiana del infierno. Nadie quiere pasarse la vida dentro de la iglesia, ¡vamos!
Los niños quedan absolutamente horrorizados al oír himnos como el que dice: «Postrado ante Ti para contemplarte continuamente». Ahora bien, en el nivel teológico se puede retorcer sutilmente este himno para que parezca muy profundo. Estar postrado y contemplar (ver), al mismo tiempo, es una coinci— dentia oppositorum, una coincidencia de opuestos, un concepto muy profundo. Pero para un niño es como un calambre en el cuello.
Nos enfrentamos a la idea de que lo que puede suceder tras la
muerte es que nos encontraremos ante nuestro juez, el que lo sabe todo sobre nosotros, el Gran Papá que sabe lo malos que éramos desde muy pequeños. Con su mirada llegará hasta el centro de nuestra existencia inautèntica... y ¡quién sabe los nervios y la inquietud que sentiremos!
O podemos creer en la reencarnación y pensar que nuestra próxima vida será la recompensa o el castigo por lo que hemos hecho en esta. Bueno, si hemos cometido el crimen perfecto en esta vida, quién sabe qué cosas terribles nos sucederán en la próxima.
Consideramos que la muerte es una catástrofe.
También hay otras personas que dicen: «Cuando estás muerto, estás muerto». Como si no fuera a suceder nada en absoluto. Así que ¿para qué preocuparse? Bueno, en realidad no nos gusta mucho la idea, nos espanta. ¿Te imaginas 16 que sería morir? ¿Dormirse y nunca más despertar?
Hay muchas cosas que no será. No será como si te enterraran vivo. No será como estar eternamente en la oscuridad. Os digo que será como si nunca hubierais existido, en absoluto. No solamente vosotros, sino todo lo demás también. Simplemente no habrá habido nunca nada y no habrá nadie que lo lamente.
Y no habrá problema.
Pensadlo un momento.
Cuando en realidad lo pensamos, sentimos una sensación muy extraña.
Imaginadlo en realidad.
Simplemente detenerse por completo... y ni siquiera podemos hablar de detención, porque no se puede tener detención sin arranque. Y no hubo arranque; no hubo nada.
Si lo pensamos, veremos que así era antes de que naciéramos. Si retrocedemos tanto como nos sea posible en el recuerdo, llegamos a ese estado. Y al anticipamos al futuro a fin de saber cómo será estar muerto, se nos ocurren ideas raras: que ese vado es la contraparte indispensable de lo que llamamos ser. 
Todos pensamos que estamos vivos. Pensamos que estamos realmente aquí. ¿Cómo podríamos experimentar esta realidad, si
no hubiésemos estado alguna vez muertos? ¿Qué nos da una vaga noción de que estamos aquí, si no es el hecho de que, alguna vez, no lo estuvimos? ¿Y de que más tarde, no lo estaremos?
Se trata de un ciclo, como los polos negativo y positivo en electricidad. Este es el valor del simbolismo de Es negra.
Ella, el principio uterino, lo receptivo, el vacío y la oscuridad. ¿Dónde podría brillar la luz, si no en la oscuridad?
Si podemos captar esto, podemos comprender muchas fascinantes consecuencias.
En la naturaleza no hay verdadera negrura. Tengo un gato que supuestamente es negro, pero observándolo de cerca es de color marrón oscuro. Todas las sombras tienen color. Al igual que no hay gatos negros, en realidad no existen personas negras. Yo soy más bien de un rosado pastoso y no verdaderamente blanco, mientras que mis amigos negros son de diferentes tonos de marrón.
Al mismo tiempo, el uso de la palabra negro contiene algo sumamente significativo. Es el principio de la noche. El otro lado de la luz es muy importante porque nos demuestra que la luz no puede ser luz sin el negro. Por consiguiente, debemos abandonar la teología en que la luz y la oscuridad se oponen irreconciliablemente.
La concepción más esquizofrénica posible es pensar que lo blanco y la luz son lo bueno, lo que es total y hay que conservar, mientras que la oscuridad y lo negro son lo malo, que debe abandonarse y rechazarse. La luz y la oscuridad, el blanco y el negro, el yang y el yin, son mutuamente indispensables.
No queremos pensar que la resolución de ambos es una especie de lodosa mezcla de blanco y negro. Intentamos pensar qué es lo que tienen en común la luz y la oscuridad, el blanco y el negro, y que escapa a nuestra imaginación.
Cuando el macho y la hembra se unen (cuando se unen en realidad) sucede algo entre ellos que escapa a su imaginación.
«Te quiero».
¿Qué significa esto?
Una mujer puede preguntar a un hombre: «¿Por qué me amas?»
éste balbucea: «No lo sé. Hay algo en ti que se me escapa. No me pidas que te lo explique, por favor».
Luego, en otra ocasión, el hombre puede decir: «Bueno, la situación es perfectamente clara, es así y asá, todo el mundo lo entiende», y la mujer dice: «Bueno, tal vez, pero yo creo que te has olvidado de algo, de algo muy importante que no has incluido en tu idea. No me parece correcta».
este es el juego sempiterno entre ambos, de manera que ambos son misterios interminables para el otro. Las mujeres parecen avispadas y piensan que comprenden a los hombres. Y los hombres parecen vehementes y piensan que entienden a las mujeres. Pero no es así.
Ninguno de los dos entiende al otro y así es como debe ser. Si entendiéramos todo completamente hasta sus mismísimas raíces, nos aburriríamos.
Todo sería predecible.
¿Qué puede resultar más aburrido que conocer tan bien a una persona que podamos predecir todas sus reacciones? Si automáticamente sabemos cuál será su opinión sobre cualquier tema, no nos molestaremos en hablar de nada. De hecho, una persona tan predecible es muy vulnerable, ya que cualquiera cuyos hábitos sean completamente predecibles es, como decía don Juan a Carlos Castañeda, una presa fácil.
¡Seamos sorprendentes y, además, sorprendámonos a nosotros mismos!
La única manera en que podemos ser verdaderamente irregulares es no sabiendo, intelectualmente, lo que vamos a hacer. Esta es una enseñanza de Jesús. Él dijo que todos los que han nacido del Espíritu son como el viento que sopla donde él quiere, y nosotros lo oímos, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va. También recomendó a sus discípulos que, cuando fueran a hablar, no pensaran de antemano k› que iban a decir, sino que dejaran que el Espíritu los inspirase. (Naturalmente, todos los sacerdotes han sido educados para preparar cuidadosamente sus sermones de antemano.)
A la mayoría de nosotros nos asusta lo desconocido.
Tenemos miedo de no llegar a conocer a Dios (es decir, la base de nuestro ser, la energía que todos expresamos). Atendemos a toda clase de imágenes, ya sean masculinas o femeninas, luminosas u oscuras, sabiendo perfectamente que no podemos llegar a lo que nos es esencial y eso nos preocupa.
Abandonarnos pacífica y auténticamente, de manera sumisa, a la posibilidad de la muerte, a la inexistencia de nuestros recuerdos, de nuestro ego; pasar del es al no es; rendirnos a lo femenino, cosa que hacemos alegremente cuando hacemos el amor, algo estrechamente vinculado en toda la historia simbólica con la muerte: Esos son los pasos que nos provocan tanta angustia.
Nos sentimos fascinados y horrorizados al mismo tiempo por esto que somos y que nunca podremos saber, que nunca podremos controlar.
Y así llegamos ante la presencia del Dios que no tiene imagen.
Detrás de la imagen del padre, detrás de la imagen de la madre, detrás de la imagen de la luz inaccesible y detrás de la imagen de la oscuridad profunda y abismal, hay algo más que no podemos concebir en absoluto. Esto no es ateísmo en el sentido formal de la palabra. Es una actitud profundamente religiosa, ya que en términos prácticos corresponde a una actitud hacia la vida que implica una confianza y abandono totales.
Cuando elaboramos imágenes de Dios, estas no son más que exhibiciones de nuestra falta de fe. Queremos algo de qué cogemos, de qué aferramos, la roca de los tiempos o lo que sea. Pero únicamente cuando no nos aferramos adoptamos una actitud de fe.
De ordinario, si os presentara una idea que os pareciera totalmente negativa, que aboliera todas las certezas que consideráis necesarias y os dejara aparentemente en medio de un vacío, pensaríais que soy un nihilista, un destructor. De alguna manera es cierto: esta es la actitud de Shiva, una actitud destructiva.
Pero, una vez más, llegamos a la idea del ateísmo en nombre de Dios. Únicamente abandonando todas estas concepciones, podemos en realidad descubrimos a nosotros mismos.
Si abandonamos todos los ídolos, encontraremos, desde luego, que este desconocido que es el fundamento del universo somos nosotros mismos.
No es el tú qué piensas que eres.
No es la opinión que tienes de ti mismo.
No es la idea o imagen que tienes de ti mismo.
No es tu sensación crónica del deber.
Tu ser está más allá de todo eso.
Es algo que nunca puedes capturar.
No puedes comprenderlo; ¿para qué?
Si pudieras, ¿qué harías con él?
Nunca puedes llegar a él.
La actitud de fe con respecto a ese misterio central y profundo consiste en dejar de perseguirlo, de intentar capturarlo.
Si eso sucede, pasan las cosas más sorprendentes. Si yo trato de mejorarme y de controlarme levantándome con los cordones de los zapatos, lo único que lograré será desperdiciar energía indefinidamente; simplemente resulta imposible. Cuando dejo de intentarlo, de pronto toda esa energía que he estado malgastando la puedo emplear para otra cosa.
La mayoría de nosotros estamos en un estado de tensión constante, pensando si vamos a sobrevivir o no. Al conducir en la carretera, cada minuto pensamos si vamos a sobrevivir.
Si tomamos un avión pensamos si vamos a sobrevivir. Nos preguntamos de dónde vamos a sacar el dinero para comprar comida al día siguiente. Estamos totalmente absortos en esta necesidad de sobrevivir. Estamos «cansados de vivir y tenemos miedo de morir».
Supongamos que nos damos cuenta de que sobrevivir o no carece de importancia. ¿Realmente necesitamos sobrevivir?
¿No te sentirías mucho mejor si abandonaras la necesidad de sobrevivir?
¿No te sentirías más libre?
¿No dispondrías de más energía para hacer cosas gloriosas?
¿No serías capaz de amar más a los demás si ya no te preocupara si vas a sobrevivir?
Hemos aprendido que debemos continuar, que es nuestro deber.
Pero no lo es.
Todas estas ideas sobre lo espiritual, lo divino y lo que debemos hacer no son la única manera de ser religioso.
Hay un misterio inefable subyacente en nosotros y en el mundo. Es la oscuridad de la que surge la luz. Cuando reconocemos la integridad del universo y que la muerte es tan inevitable como el nacimiento, podemos descansar y aceptar que es así.
No podemos hacer nada más.
Alan Watts, del Libro OM, La sílaba sagrada.
***

ERES ESO, Alan Watts









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