martes, 31 de octubre de 2017

Cuando la "locura" le clama a la "cordura"... Nostalghia, de Andrei Tarkovski










Cuando la "locura" le clama a la "cordura"...

El deliberado auto de fe del "loco" Domenico sobre la estatua ecuestre, antes de inmolarse por el fuego, es un incontestable alegato contra una sociedad que se siente muy confortable con el mesianismo y el enajenamiento del individuo.

La escena de seres como estatuas anticipa ya la moda de los selfies… Anoche mientras contemplábamos esta escena, Yineska me contaba el episodio de una joven muy bella tomándose selfies, como una estatua de sonrisa congelada, ante un aparador de una tienda en Chacaíto. Yo le dije: no ha de ser casualidad que me lo cuentes cuando vemos esta patética y conmovedora escena...

Habla por sí sola. Sobran las palabras. 
lacl
(20 de Noviembre de 2016)





Chet Baker - Portrait in black and White, sobre una pieza de Antonio Carlos Jobim.



Chet Baker - Portrait in black and White.

Cielos. No hallo qué hacer con esta pieza. Es que me he enamorado de esta ofrenda del feeling (o filin, como se quiera). Es más fuerte que yo. Todo el concierto es una belleza, que dejaré debajo de esta pieza de Jobim. Pero esta dicción, este pastel audio colorido es como una pócima para recomponer el alma. Dejo esta locuacidad del alma a varias manos que me tiene, como decimos en criollo,  la empalizada en el piso. No sé cuál sea la razón, pero ha logrado que vuelva a degustar, en toda su magnitud, la conversación introspectiva... Chet, un mago. Y sus amigos también, Danko, Van Der Geyn y Engels...
Salud!

lacl

...









sábado, 28 de octubre de 2017

TALA DE ÁRBOL, Tadeusz Różewicz / VIDEO. Comment les arbres communiquent entre eux : découvrez le "réseau internet" de la forêt




El video y las notas de la publicación anexa me han traído a la memoria un poema de Tadeusz Rozewicz que es una anticipación; las gracias a Pablo Antillano, por sacar esa publicación a flote.

Con respecto al poema, recuerdo que lo leímos en un encuentro organizado para celebrar la poesía polaca, que de eso se trataba el sencillo evento: de leer en voz alta a los poetas de Polonia. Es un poema de una decantación que uno percibe sencilla, pero es en esa sencillez donde se descubre el asombro, en todo su esplendor.

Al final, un niño se nos acercó, de la mano de su madre vivamente emocionado, para preguntarnos más sobre ese poeta. Había sido tocado por la poesía o, acaso, por su Diosa.

TALA DE ÁRBOL

En memoria de Jaroslav Iwaszkiewicz autor de: "Jardines"

Una ansiedad incesante
reina entre las copas

un árbol marcado
para su tala
con una señal blanca de aniquilación
todavía respiraba
sus brazos y ramas
arañando
las nubes huidizas

las hojas temblaban y languidecían
sintiendo muerte

los árboles no se mueven
de un lugar a otro
en busca de alimento
no pueden escapar
de la sierra
y el hacha

una ansiedad incesante
reina entre las copas

el corte de árboles es una ejecución
desprovista de ceremonia

escupiendo aserrín
la sierra mecánica
penetra en la corteza la pulpa y el corazón

como rayo
herido por un lado
colapsó
y cayó entre la maleza
con todo su peso muerto
aplastó césped y hierbas
delgadas leves briznas
y temblorosas telarañas

junto con el árbol
destruyeron su sombra
transparente
ambigua
imagen
signo
que aparece
en la luz
del sol y la luna

Las diligentes raíces
aún no tienen sospecha
sobre la pérdida del tronco
y la copa

lentamente
la muerte de la superficie del árbol
penetra la tierra

las raíces de los árboles vecinos
se tocan
traban relaciones
y vínculos
junto a hombres y animales
los únicos sensibles seres vivientes

creados a imagen
y semejanza de los dioses

Los árboles
no pueden ocultarse de nosotros

Niños nacidos
sin dolor en clínicas
que maduran
en discotecas
destrozados por la luz artificial
y el sonido
boquiabiertos ante la pantalla de la tv
no conversan con árboles

Los árboles de  la infancia talados, quemados
envenenados muertos
reverdecen sobre nuestras cabezas
en mayo
esparcen hojas encima de las tumbas
en noviembre
crecen dentro de nosotros
hasta la muerte

Tadeusz Różewicz

(Traducción de Rafael Cadenas, El taller de al lado, bid&co editor, Caracas, 2005)

El enlace: http://mobile.francetvinfo.fr/replay-magazine/france-2/envoye-special/video-le-reseau-internet-de-la-foret_2438099.html#xtor=EPR-2

Y el video:



Envoyé spécial. L'internet de la forêt





miércoles, 25 de octubre de 2017

LA SALVA - JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE.



LA SALVA

Una amante pérfida me había sumergido en el deshonor. Su discurso ocupaba mi pensamiento con la imagen de una carrera absurda, en un bajel proscrito. Yo desvariaba en la sala de una orgía cínica.

Los cazadores de ballenas, aventurados antes de Colón y Vasco de Gama en el derrotero de los países inéditos, no habían previsto en sus cartas el sitio del extravío. Las aves del mar sucumbieron de fatiga sobre los palos y mesetas de mi galera. Yo me detuve al pie de unos cantiles inhumanos, bajo un cielo gaseoso.

Recorría en la memoria los pasajes de la Divina Comedia, donde alguna estrella, señalada por la vista augural de Dante, sirve para encaminarlo entre el humo del infierno y sobre el monte del purgatorio.


Mi viaje se verificaba en un mismo tiempo con la orgía decadente. Quise interrumpir el hastío del litoral grave, disparando el cañón de proa. El estampido redujo a polvo la casa del esparcimiento infame.


(Tomado de EL CIELO DE ESMALTE)





martes, 24 de octubre de 2017

Belleza y desventura, una anotación / Gurdjieff - De Hartmann Vol 07: Derviches Trembleurs, Alain Kremski / Rainer Maria Rilke, Ich lebe mein Leben



Una anotación lanzada como un disparo al aire... Se me había extraviado de la memoria, aquí la dejo...

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Por desventura, el mundo no se compone únicamente de belleza. Hay belleza natural, sin dejar de tener en cuenta que hay adversidades y hecatombes que sobrepasan nuestra orfandad. Pero eso es parte del ser, de aquello que, siéndonos, nos trasciende. Pero la más vil de las desventuras es el atentado que el hombre ha erigido en contra de toda búsqueda de belleza y solaz. Por ello es que jamás he evadido ni evadiré la presencia de la fatalidad, pastando al lado de nuestra añoranza (y, en veces, consumada presencia) de sosiego y belleza. Hacer caso omiso de las desventuras que son ocasionadas por nuestro humano pathos es dejar la puerta abierta silenciosamente para que ellas entren y salgan cuando quieran.

lacl, 23 de octubre de 2016



Gurdjieff - De Hartmann Vol 07: Derviches Trembleurs, Alain Kremski  



Rainer Maria Rilke, Ich lebe mein Leben




En un amanecer menguado, lacl, 20 de Octubre, 2017, atardecer… / Mantra.



En un amanecer menguado 
se alza la luna para contestar
desde el recato de su propia mengua.
 
La tenemos por roca inanimada
mas, ni siquiera, al opacarnos
nos igualamos a un cuarto menguante,
pues no hay luz en nuestras despedidas
(aunque fuera por astro prestada),
ni sonrisas prudentes naciendo 
en el seno de nuestra merma.

Tan sólo la pueril vanagloria
que se apresta a comenzar el día
cercenando cabezas, degollando gargantas,
como quien ha de podar la mesura.

Y esa fría roca que ya no miramos,
velando nuestros ya vedados sueños
esboza nuevamente una sonrisa,
para luego hundirse impasible
en el sueño del firmamento.


.lacl 20 de Octubre, 2017, atardecer…


MANTRA

Y para balancear, pues no es un canto esperanzador, ya que no versan estas frases sobre la factibilidad de que nuestro sosiego se tienda en comunión con "anima mundi", dejamos este hermoso mantra…




viernes, 20 de octubre de 2017

Mateo Manaure, alma mater. Homenaje... Glosa de Mery Sananes




Hace tiempo que no sumo una colecta de ética-estética a mis archivos, no por falta de ganas, sino porque en los últimos años se ha acelerado un vivir "sinrazonado" que a todos nos acogota con premuras, lances, firuletes y verónicas. Se ha desdibujado el alma del país. Y el entusiasmo tiende a arredrarse ante llamados tan sombríos. Nadie escapa a esa tesitura del alma que se asemeja a la asfixia. Y nadie está exento de enmarañarse en esas fangosas y virulentas redes. En fin, ¿que no hay derecho a que uno cambie un ápice su modo de vida por causa de sinrazones? Eso ni lo dudo ni lo niego, pero el fuego interior de toda esencia vital, aunque no se apague ante tales infortunios, tiende a preferir servir de ascua o rescoldo en la intimidad de una habitación que en el ir y venir de los humanos mentideros. De allí que uno, a su pesar, se vea de pronto entrando a una caverna en la que comienza a vivir de los ecos que suben desde el fondo, se vuelve uno un poco eco de esas voces que no hallan cómo lidiar con una incomprensible humanidad.

Y opta por el misterio.

El silencio es el misterio. Nos previene de vanas lisonjas y fuegos fatuos. Nos incita a cerrar los ojos en la búsqueda del ver. Nos invita a ser también silencio. Porque es menester darle reposo a una percepción cansada, un contemplar harto de infamias. Y en la quietud del sueño todo nuevamente se despierta. Se despierta sin algarabía, sigilosamente. Hoy, al toparme con esta hermosa glosa de Mery Sananes en homenaje de Mateo Manaure, me dije: Y bueno Luis, ¿Qué es lo que te pasa que nos ido a dar ese paseo que tienes pendiente por las estancias de la UCV? ¿Vas a seguir postergando tu ocio como quien deja la pluma en el tintero? ¿Vas a permitir que el desafinado desconcierto venza al melódico tempo? Así que me mueve la gana nuevamente, al recordar esa maravilla que es merodear por los pasillos y recovecos de la universidad y extasiarse ante esa maravilla que es contemplar el regalo legado por Mateo Manaure y toda una legión de artistas a nuestra alma mater. Y a continuación dejo la glosa de Mery en la ocasión de celebrar el octogésimo quinto cumpleaños de Don Mateo Manaure…






MATEO MANAURE: REGISTRO DE LO QUE SERÁ
A SUS OCHENTA Y CINCO AÑOS
18 de octubre de 1926 - y hasta el infinito registro de lo que será
Mateo
Si tan sólo pudiésemos tomar de tus lienzos algunos de los hilos de púrpura, naranja y violetazul con los que dibujas los suelos de esta tierra, entonces te escribiríamos una carta hecha de paisajes. Allí el agua haría conjunción con la luna,  los pastos con el cielo, los luceros con las luciérnagas, y como un río de colores se desbordarían del papel para inundar tus espacios con la misma luz que nos regalas.

¿De qué cántaro está hecho tu corazón, Mateo, que puedes con tu amor amalgamar auroras con areniscas, atardeceres con espigas, lámparas de tierra con linternitas de agua? Como si por la magia de tus manos sembraras huertos en las telas,  solares en las pupilas, manantiales en una sola hebra de color trazada como elipse de la vida.

¿Será por esa humana decisión de recordarle al hombre el hecho de que es humano, en una época que demostró no estar madura aún para esa advertencia? ¿Será por esa  indagación infinita de la tierra, de los ríos, de las hojas, de los pájaros, de los rostros, en los que te has detenido como esforzado arquitecto de todas las texturas que el arrebol dibuja sobre los oleajes de arcilla?

¿Será, Mateo, por ese disparo de amor que haces al mundo, hecho con la pólvora de tus sueños? ¿O será acaso que el río Uracoa, derramando violetas de agua sobre el azul de los bosques, te ofrendó sus encantamientos para siempre?

Tal vez fue aquella madrugada en la que el silencio conjuró todos los ruidos, para que fueras espectador único de aquel enjambre de estrellitas que te cubrieron el asombro hasta envolverte eternamente en su alada fosforescencia. O esa persistente decisión de advertir la raíz de la vida en la amalgama de tejidos que brotan de la tierra y del alma, para que en tus tapices de amor, quedara el registro de las auroras que habrán de ser.

Cómo si no explicar ese estallido de armonías que se tocan y limitan, entrecruzan y difunden, entreveran y suspiran en un almácigo que se hará campo florecido de alegría cuando el hombre aprenda a leer en los antiguos sedimentos la noción exacta de la fiesta de la vida que hace ruta subterránea hacia la cima de los cielos.

Es como si a orillas de tu río, en los andenes de las tierras que recorrió tu afán explorador, hubieses encontrado los signos vitales del planeta, grabados en el rostro de las piedras, en las desembocaduras de los hilos de agua, en el polvo de arcilla que se hace vasija o surco para una misma siembra.

Allí estaban y están todos los dones del hombre,  dispuestos para la celebración de una vida en armonía, pletórica de frutos, flores, granos, pastos, hierbas, soles y bosques de risa.

se hicieron color y cobijo entre tus manos magas, en el interior de tu corazón de lirio y rocío, para derramarse otra vez sobre la tierra, hechos ahora andén de los sueños, espacio de la esperanza, imagen del paisaje de la vida, en las pupilas de un hombre que ama.

Sabías que mientras mezclabas atardeceres con la ingeniería exacta de los panales, mediodías con polvo lunar,  arenas desérticas con gajitos de pomarrosa, se iba secando el color sobre  la tierra, opacando la risa sobre los rostros, acallando la música de las chicharras y los sapitos.

Y te diste a la tarea de rescatar para el hombre maltrecho y devastado de este tiempo, el huerto infinito de la vida. Como si sobre los campos resecos pudieran leerse las simientes que sueñan convertirse en cometas y floraciones.

Así de tus lienzos, Mateo,  emergen espigas y hierbas, pájaros y mariposas, girasoles y bromelias, aliñados con el azúcar dúlcimo de tu corazón enamorado. En ellos queda el registro de lo que será nuestra casa algún día, cuando el hombre aprenda a vivir entre hermanos, cuando se convierta otra vez en hortelano de su propio huerto cósmico y eterno.

Tomamos entonces, Mateo, un ramillete de hebras de tus lienzos, que sembramos desde siempre en el recinto de la palabra que aún no se ha dicho,  para entregártela como una infinita floración de arcoiris.

Sabemos que aún de tu ternura emergerán vuelos altos, vientos largos, aire enamorado, tiempos de ocre florecer y verde tallo, de horizontes naranja, y mediodías azulados, de ríos de amapolas y piedras que desgranan racimos de vides. 

Sabemos que, más allá de todo tiempo, algún día el hombre habitará una casa que tendrá los colores que brotan de tus pinceles. Entonces, aprenderá a reconocerse a sí mismo, y los suelos de la tierra toda tendrán para siempre el aroma de tu lumbre.

Te abrazo con el creciente amor de siempre.
mery sananes





Isaak Babel, El Despertar. Un cuento magistral (Cuento de Odessa) / Imágenes: Órdenes de ejecución, la de Babel incluida / Isaac Babel's Song






Un relato magistral, El despertar...

El despertar

Toda la gente de nuestra categoría: corredores, tenderos, bancarios y oficinistas de compañías navieras, enseñaban música a sus hijos. Nuestros padres, al no ver salida para mí, idearon una lotería. La montaron sobre los huesos de la gente menor. Odesa quedó afectada por ese delirio más que otras ciudades. Se debía ello a que durante decenios nuestra ciudad suministró niños prodigio a las salas de concierto del mundo. De Odesa salieron Misha Elman, Zimbalist, Gabrilóvich, aquí comenzó Yasha Heifetz.
Al cumplir el niño los cuatro o cinco años, la mamá llevaba a ese ser minúsculo y enclenque al señor Zagurski. Zagurski tenía una fábrica de niños prodigio, una fábrica de enanos judíos con cuellos de encaje y zapatitos de charol. Los encontraba en los tugurios de la Moldavanka y en los patios macilentos del Bazar viejo. Zagurski daba la primera orientación, después los niños eran enviados al profesor Auer de Petersburgo. El alma de aquellos alfeñiques de hinchadas cabezas azules cobijaba una potente armonía. Llegaban a ser virtuosos de fama. Y mi padre quiso darles alcance. Tenía yo catorce años, había rebasado la edad de los niños prodigio, pero por mi estatura y flojedad bien podía pasar por uno de ocho años. En eso estaban todas las esperanzas.
Me llevaron a Zagurski. Por respeto a mi abuelo accedió por muy poco precio: un rublo la clase. Mi abuelo, Leivi-Itsjok, era el hazmerreír de la ciudad y su ornato. Deambulaba con chistera y choclos y arrojaba luz sobre los asuntos más oscuros. Le preguntaban qué era un gobelino, por qué los jacobinos traicionaron a Robespierre, cómo se fabrica la seda artificial, qué es la cesárea. Mi abuelo podía responder a todas esas preguntas. Por respeto a su sabiduría y a su demencia, Zagurski nos cobraba un rublo por clase. Es más, por temor a mi abuelo perdía el tiempo conmigo, porque yo era un caso perdido. Los sonidos se desprendían de mi violín como limaduras de hierro. A mí mismo aquellos sonidos me tronzaban el corazón, pero mi padre no me dejaba en paz. En casa sólo se hablaba de Misha Elman, al que el propio zar liberó del servicio militar. Zimbalist, según las noticias de mi padre, fue presentado al rey de Inglaterra y tocó en el palacio de Buckingham; los padres de Gabrilóvich compraron dos casas en Petersburgo. Los niños prodigio habían enriquecido a sus papás. Mi padre hubiera transigido con la pobreza, pero necesitaba la fama.
—No puede ser —le susurraban los que comían a cuenta suya—, no puede ser que el nieto de un abuelo como ese...
Yo era de distinta opinión. Cuando ensayaba los ejercicios de violín colocaba en el atril un libro de Turguénev o de Dumas y mientras rascaba el instrumento devoraba una página tras otra. De día contaba a los chicos de la vecindad patrañas que de noche pasaba al papel. En nuestra familia la escritura nos venía de herencia. Leivi-Itsjok, que a la vejez se chifló, durante su vida estuvo escribiendo una novela titulada «El hombre sin cabeza». Yo salí a él.
Cargado con la funda y las notas me trasladaba tres veces a la semana a la calle Witte, antes Dvoriánskaya, a casa de Zagurski. Allí, sentadas a lo largo de la pared, hacían cola judías pletóricas de histérico entusiasmo. Sobre sus rodillas débiles soportaban unos violines que en tamaño superaban a quienes llegarían a tocar en el palacio de Buckingham.
Se abría la puerta del santuario. Del despacho de Zagurski salían dando traspiés niños cabezudos, pecosos, de cuello delgado como el tallo de una flor y con rubor epiléptico en las mejillas. La puerta volvía a cerrarse, tragándose al enano siguiente. Tras la pared se desgañitaba cantando y dirigiendo el maestro, con pajarita, rizos peligrosos y piernas flacas. El, gerente de la abominable lotería, poblaba la Moldavanka y los negros callejones del Bazar viejo con espectros del pizzicato y de la cantilena. Después, el viejo profesor Auer sacaba un brillo infernal a aquella solfa.
En aquella secta yo no tenía nada que hacer. Enano como ellos, en la voz de mis antepasados escuché otra sugestión.
Me costó dar el primer paso. Un día salí de casa abrumado con la funda, el violín, las notas y doce rublos —el pago por un mes de aprendizaje. Iba por la calle Nézhinskaya y tenía que torcer a la Dvoriánskaya para llegar hasta la casa de Zagurski, pero tiré por la Tiráspolskaya arriba y aparecí en el puerto. Las tres horas que me correspondían pasaron volando en el muelle Práctico. Era el comienzo de la emancipación. La antesala de Zagurski ya no me vio nunca más. Asuntos más importantes ocuparon mi cabeza. Con mi condiscípulo Nemánov comenzamos a visitar en el barco «Kensington» a un viejo marinero llamado mister Trottibearn. Nemánov, un año más joven que yo, se dedicaba desde los ocho años al negocio más extravagante del mundo. Era un genio de la compraventa y cumplía todo lo que prometía. Hoy es millonario en Nueva York, director de la General Motors Co., una empresa tan potente como la Ford. Nemánov me llevaba consigo porque yo le seguía sin rechistar. El compraba a mister Trottibearn pipas metidas de contrabando. Un hermano del viejo marinero torneaba las pipas en Lincoln.
—Gentlemen —nos decía mister Trottibearn—, recuerden que deben hacer a sus hijos con sus propias manos... Fumar una pipa de fábrica es lo mismo que meterse en la boca el pitorro de una lavativa... ¿Saben quién fue Benvenuto Cellini?... Fue un maestro. Mi hermano de Lincoln podría hablarles de él. Mi hermano no impide vivir a nadie. Pero está convencido de que los niños deben hacerse con las propias manos y no con manos ajenas... No hay más remedio que darle la razón, gentlemen...
Nemánov vendía las pipas de Trottibearn a directores de banca, a cónsules extranjeros y a griegos acaudalados... Obtenía el cien por cien de ganancia.
Las pipas del maestro de Lincoln transpiraban poesía. Cada una contenía una idea, una gota de eternidad. En su boquilla ardía un ojo amarillo, los estuches estaban forrados de raso. Yo probé a imaginarme cómo en la vieja Inglaterra vivía Matews Trottibearn, el último artífice de la pipa, que se resistía a la marcha de las cosas.
—No tenemos más remedio que admitir que los hijos deben ser hechos con nuestras propias manos...
Las olas macizas del espolón me alejaban más y más de nuestra casa con olor a cebolla y a suerte judía. Del muelle Práctico pasé a la otra parte del rompeolas. Allí, en un trozo de banco de arena, se instalaron los muchachos de la calle Primórskaya. Desde la mañana hasta la noche, sin ponerse los pantalones, buceaban por debajo de las chalanas, robaban cocos para la comida y esperaban la hora en que de Jersón y de Kamenka llegaban las lanchas con sandías que abrían golpeándolas contra el muelle.
Mi ilusión era aprender a nadar. Me daba vergüenza confesar a aquellos muchachos bronceados que, habiendo nacido en Odesa, no había visto el mar hasta los diez años y que a los catorce no sabía nadar.
¡Qué tarde hube de aprender cosas útiles! En mi infancia, atado al Gemara, llevé vida de persona docta; cuando crecí empecé a subirme a los árboles.
El arte de nadar resultó inasimilable. Me arrastraba al fondo la hidrofobia de todos mis antepasados —de rabís españoles y de cambistas francfortianos. El agua no me sostenía. Flagelado, rebosando agua salada, volvía a la orilla, al violín y a las notas. Estaba amarrado a las armas de mi delito y las llevaba conmigo. La lucha de los rabís contra el mar prosiguió hasta el día que de mí se compadeció Efim Nikítich Smólich, genio de las aguas de aquella comarca, lector de pruebas de «Novedades de Odesa». El pecho atlético de aquel hombre cobijaba compasión por los niños judíos. Nikítich acaudillaba a multitud de alfeñiques raquíticos; los hallaba en los chinchales de la Moldavanka, los llevaba al mar, los enterraba en la arena, hacía gimnasia y buceaba con ellos, les enseñaba canciones y mientras se tostaba al sol que caía de plomo, contaba historietas de pescadores y de animales. A los mayores Nikítich explicaba que era filósofo naturalista. Los niños judíos se morían de risa escuchando las historietas de Nikítich, chillaban y se arrebozaban como cachorros. El sol les asperjaba con pecas inconstantes, con pecas color lagartija.
El viejo observaba en silencio y de reojo mi cuerpo a cuerpo con las olas. Cuando vio que no había esperanza y que yo jamás aprendería a nadar, me incorporó al grupo de los moradores de su corazón. Allí estaba, con nosotros, su alegre corazón —no se inflaba, no se mostraba ávido, no se alarmaba... Con hombros de cobre, con cabeza de gladiador envejecido, con piernas de bronce, un tanto torcidas, se tumbaba con nosotros más allá del rompeolas, como soberano de aquellas aguas con cáscaras de sandía y manchas de gasolina. Amé a aquel hombre como sólo un niño afecto de histeria y con dolores de cabeza puede amar a un atleta. No me separaba de él y procuraba serle útil.
Díjome:
—No te apresures... Fortalece tus nervios. El saber nadar llegará... No puede ser que no te sostenga el agua... ¿Por qué no te va a sostener?
Viendo mi esmero, como distinguiéndome entre sus discípulos, Nikítich me invitó a su casa, una buhardilla espaciosa y limpia con esteras, me enseñó los perros, el erizo, la tortuga y las palomas. En correspondencia a tales riquezas yo le entregué la tragedia que había escrito la víspera.
—Ya me imaginaba que escribías —dijo Nikítich—, tienes mirada de eso... Por lo general no miras a ninguna parte...
Leyó mis escritos, movió un hombro, pasó la mano por su pelo crespo y canoso y paseó por la buhardilla...
—Cabe pensar —dijo alargando la frase, poniendo un pausa entre cada palabra—, que tienes madera...
Salimos a la calle. El viejo se paró, descargó con fuerza el bastón contra la acera y me miró fijamente.
—¿Qué es lo que te falta?... La juventud es lo de menos, eso se remedia con los años... Te falta el sentido de la naturaleza.
Con el bastón señaló un árbol de tronco rojizo y de copa baja.
—¿Qué árbol es ése?
Yo no lo sabía.
—¿Qué crece en esa mata?
Tampoco lo sabía. Caminábamos por un jardincillo de la avenida Alexándrovski. El viejo señalaba con el bastón todos los árboles, me tomaba del hombro cuando pasaba un pájaro y me hacía escuchar sus trinos.
—¿Qué pájaro canta?
No lograba responder a ninguna de sus preguntas. El nombre de los árboles y de las aves, su clasificación por órdenes, adonde vuelan los pájaros, de dónde sale el sol, cuándo es mayor el rocío —yo desconocía todo eso.
—¿Y te atreves a escribir?... El que no vive dentro de la naturaleza como vive en ella la piedra o el animal, no escribirá en su vida dos renglones dignos... Tus paisajes parecen un descripción de decorados. ¿En qué diablos estuvieron pensando tus padres estos catorce años?...
—¿En qué pensaban?... En letras protestadas, en los chalets de Misha Elman... No se lo dije a Nikítich, me lo callé.
En casa no toqué la comida. Se me atragantaba. «El sentido de la naturaleza —pensaba yo—, Dios mío, ¿por qué no se me había ocurrido a mí?... ¿Dónde busco yo ahora a quien me descifre las voces de los pájaros y me enseñe el nombre de los árboles?... ¿Qué sé yo de eso? Sólo podría distinguir a la lila y sólo cuando está en flor. La lila y la acacia. Las calles Deribásovskaya y Grécheskaya tienen acacias...»
Durante la comida mi padre contó otra historia de Yasha Heifetz. Antes de llegar a Robin se cruzó con Mendelsón, tío de Yasha. Resulta que el niño recibe ochocientos rublos por concierto. Calculen cuánto sale con quince conciertos al mes.
Lo calculé y me salieron doce mil al mes. Multipliqué, llevé cuatro y miré a la calle. Por el patio de cemento, con la capa ligeramente ondeada, los bucles pelirrojos asomando por debajo del sombrero, apoyándose en el bastón, avanzaba majestuoso el señor Zagurski, mi profesor de música. No podría decirse que me echó pronto de menos. Habían pasado tres meses largos del día en que mi violín se posó en la arena del rompeolas.
Zagurski se acercaba a la puerta principal. Yo me dirigí a la puerta de servicio: la habían tapiado la víspera por temor a los ladrones. Entonces me escondí en el retrete. Media hora después a mi puerta estaba congregada toda la familia. Las mujeres lloraban. Bobka restregaba su hombro carnoso contra la pared y se ahogaba en llantos. Mi padre callaba. Comenzó a hablar con una voz tan queda y clara como nunca hasta entonces.
—Soy oficial —dijo mi padre—, y tengo un latifundio. Salgo de cacerías. Los campesinos me pagan renta. Ingresé a mi hijo en el cuerpo de cadetes. No tengo por qué preocuparme de mi hijo...
Calló. Las mujeres resollaban. Después un golpe terrible cayó sobre la puerta. Mi padre cogía impulso y descargaba contra ella todo su cuerpo.
—Soy oficial —gritaba—, salgo de cacerías... Le mato... Y se acabó...
El picaporte saltó; quedaba un pestillo retenido por un solo clavo. Las mujeres se retorcían en el suelo, sujetaban a mi padre por los pies; enloquecido, él se liberaba de ellas. Al ruido acudió una vieja, la madre de mi padre.
—Hijo mío —pronunció en hebreo—, nuestra congoja es grande. No tiene límites. Sólo sangre faltaba en nuestra casa. No quiero sangre en nuestra casa...
Mi padre gimió. Escuché sus pasos que se alejaban. El pestillo colgaba del último clavo.
Seguí en mi fortaleza hasta la noche. Cuando todos se acostaron, mi tía Bobka me llevó a casa de la abuela. Teníamos que caminar un largo trecho. La luz lunar quedó plasmada en arbustos ignotos, en árboles sin nombre... Un pájaro invisible silbó y se apagó, quizá quedó dormido... ¿Qué pájaro era aquél? ¿Cómo se llamaba? ¿Cae el rocío al anochecer?... ¿Dónde está la Osa Mayor? ¿Por qué parte sale el sol?...
Íbamos por la calle Pochtóvaya. Bobka me sujetaba fuertemente de la mano para que no me escapara. Tenía razones. Yo pensaba en la fuga.

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Agregamos un documental...




Execute 346 Stalins resolution Lista de presos a ejecutar 
Presunta firma de Stalin За conforme - Bajo el número 12 figura el nombre de Isaak Bábel