Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Es que la poesía es hecha por todos, aunque nos lo neguemos, le decía yo ayer a Marcelo Sztrum.
Viene a cuento. Ayer noche (cerca, muy cerca ya de la medianoche) me ha llamado mi hijo, Sebastian, volvía contento de una sesión musical, a pesar de la dura carga de tener que trasladarse en subway con los bártulos de un baterista. Venía, como he dicho, contento del performance. Él y otros músicos fueron invitados por Shigemasa Nakano, conocido en las redes como shigemusic o @shigemusic (Instagram), un músico y compositor del Japón. Lo cuento porque me viene al recuerdo cómo se conocieron, relato que me hiciera mi hijo unos meses atrás. Un día estaba Sebastian tocando en el subway, a objeto de ayudarse económicamente en una ciudad tan costosa como lo es NY. Bien. Del subway salió el joven Shigemasa Nakano, quien al escuchar a Sebastian, le dijo que le gustaba lo que estaba escuchando y que de pronto podrían tocar juntos. Y eso es la vida. Una junta de soledades que sus pasos entrecruzan…
Y he pescado un extracto del ensayo... Ojalá (Oh, Alá!) que Sebas luego nos envíe algún registro del encuentro. Suele él hacer como hacía yo de joven, hacer sin promulgar. Ahora de viejo es que me he puesto algo bullanguero con mis propios haceres. Que me sirvan de excusa los años....
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30 de Junio de 2018
Post scriptum, 1ro. de Julio 2021: espero conseguir el registro de ese ensayo, para luego agregarlo en este post.
Espartaco, Stanley Kubrick, la censura y esa sectaria manía del ser humano.
lacl
La escena del baño en la película Espartaco, una de las primeras obras de Stanley Kubrick, en la cual Craso intenta obtener los favores sexuales de Antonio, el joven y apuesto gladiador que hace labores de esclavo, no la concibió el director de la película para enaltecer preferencias sexuales, sino para denunciar la forma en que el hombre se vale del poder y lo ejerce de manera abusiva sobre otros seres humanos, cuando se halla en una posición de privilegio.
Esa película, por cierto, la vi siendo apenas un niño; mi padre creía que me llevaba ver otro filme de corte histórico, lo cual no deja de ser cierto, pero la verdad fue que la obra me dejó impresionado y mi papá se quedó preocupado porque cuando salimos del cine le manifesté el dolor que me causó el final de esa historia. Pero yo siempre he estado agradecido de haber podido ver ese film a tan temprana edad, pues invitó a ver el mundo de manera más desengañada a un niño en el que comenzaba a despuntar el juicio personal.
Esta película está basada en una novela que yo nunca leí, si mal no recuerdo es de Howard Fast; pienso que como obra fílmica es más decente que muchas películas o superproducciones de temas históricos, mitológicos o religiosos sobre el mundo antiguo. Stanley Kubrick no estuvo satisfecho con el resultado final de esa película. Sin embargo, pienso que la obra tiene sus méritos. Amparados en el pre code Hays cercenaron muchos minutos de la película. Entre ellos, este segmento del cual coloco un fotograma.
El pre code Hays estuvo vigente hasta fines de los años 60 y la película de Kubrick no se salvó de la censura. Mas yo he colocado el fotograma de esa escena porque he visto que declaran como un asunto de orgullo que se levante la censura a ese segmento para revelar el tema de las preferencias sexuales, cuando la razón por la que deberíamos estar celebrando que se le haya levantado la censura a ese segmento es porque está desnudando los manejos del poder. Stanley Kubrick lo que pretendía revelar con esta escena son los abusos de poder y no deberíamos olvidar que ése es el verdadero trasfondo de esta escena. no el de enaltecer preferencias sexuales, contra las cuales nada tengo, dicho sea de paso, siempre y cuando no se afínquen en el abuso de unos hacia otros.
Pero si hay algo que creo que no debemos darnos el lujo de permitir son las tergiversaciones.
Todo quehacer humano que traspone los murales de la contemplación es lo que podemos denominar como "negocio". Ocio es contemplación. Y es, también, escuela. No lo decimos metafóricamente. Es la raíz etimológica de la palabra griega. Lo aprendimos en virtud de las lecciones impartidas en un seminario inusitado, un "Taller de ocio" impartido por Rafael Cadenas, nuestro querido profesor y maestro, quien entre el generoso material bibliográfico nos deslizó un libro indispensable para nuestra hora inmediata, hora larga cuando se trata de lo colectivo: El ocio y la vida intelectual. El título intenta resumir lo contenido, pues no es el titulo original de las disertaciones allí publicadas.
Pero lo que quiero sigificar, más allá de nuestro natural agradecimiento, es lo que tales experiencias dejaron abonadas en un sevidor, reafirmando algunas convicciones: una, la de que la vida es invivible sin esta redundancia, la del ocio del contemplar, pues en el mirar hay una escuela; y la otra, la que nos enseñara sentimentalmente que la vida buena, por deseable, por la jovialidad interior que nos depara, es la de un convivir. Para convivir genuinamente es menester haber "aprendido" a contemplar, a conectar lo mirado con la mirada interior.
Quienes toman el diario quehacer como el acabado arte de expoliar a otros por la vía del "negocio" son gentes que jamás tuvieron o se dieron la oportunidad de contemplar o de apreciar ese otro tiempo que titila silencioso en la experiencia de un alma sumida en el ocio. En el fondo son como calamares sin tentáculos u hormigas sin antenas...
El corpus de la gramática estuvo siempre en el estuche inmaterial de la psique, es como decir que estuvo y sigue estando en los aires; no estuvo antes en ninguna página, pergamino, papiro o petroglifo. Como bien inmaterial que es, la lengua y sus vertientes, con sus meandros, sus cascadas, sus secciones rápidas y sus estancamientos, fluye como el río que deviene en delta.
Pero como el alma colectiva sufre o, quizás, pasa por su peor sequía, acaso haya que volver a los manuales para recordar que hemos enviado a los sótanos una carroza dorada que volaba por los aires y que ha sido sustituida por una andrajosa y gris herramienta que, entre onomatopeyas, muecas y pictografías, intenta hacer que los seres humanos se comprendan.
Vía inútil. La crisis es espiritual o, mejor, anímica. Porque el hombre desprecia todo lo que tiene que ver con su psique y con el don que, a manos llenas, le trae madre natura, porque no aprecia todo lo invaluable que inserto viene en la creación que le antecede, y porque se ha envilecido al punto de que nada le parece más importante que las cosas inmediatas que redunden en un "beneficio" personal, ha erigido una Torre de Babel entre los hablantes de un mismo y empobrecido código, en el que las connotaciones han sido condenadas al ostracismo.
"...En tu mejor momento, todavía no serás lo suficientemente bueno para la persona equivocada. En el peor de los casos, aún valdrás la pena para la persona adecuada..."
(...At your absolute best, you still won't be good enough for the wrong person.
At your worst, you will still be worth it to the right person...)
* COMENTARIO:
Lo he tomado de la red, una red que está plagada de sofismas como el que cito.
¿Porqué me aventuro a calificarlo así? Porque en la modernidad todo lo que concierne al mundo humano está construido desde un espejismo. El espejismo del ego encantado. Ya no es el espejo el encantado, sino ese yo superlativo al que a todo anteponemos. Juzgamos al otro según lo que conviene a nuestras exigencias, no según lo que está en la base de toda relacion: el convivir.
Cuando una persona da por sentado que pueda encontrarse en la vida con la persona equivocada, es de presumir que quien así piensa y prejuzga debe estar muy convencida de que nunca se equivoca y que sólo "el otro" cuenta con la fatal alternativa del equívoco.
Pero no hay problema (y ésta es la segunda parte del sofisma), pues el que prejuzga y exige ese mundo de seres y enseres perfectos a la luz de sus caprichos, siempre tendrá la posibilidad de toparse con la persona "adecuada" o "correcta", esto es, aquella que coincida con esa fantasía que no existe más que en el espejo de ese ego abultado que hemos cosechado en esta distopía de mundo que llamamos progreso...
lacl, 19 de Junio, 2021
* * *
JOHN LENNON. ISOLATION
John Lennon, Aislamiento (Isolation)
La gente dice que todo lo hemos hecho.
¿No saben ellos que estamos aterrados?
Aislamiento.
Estamos temerosos de estar solos,
todos deben tener un hogar.
Aislamiento.
Tan solo un chico y una chica,
tratando de cambiar el mundo entero.
Aislamiento.
El mundo es sólo una pequeña aldea,
todos tratando de derribarnos.
Aislamiento.
Yo no espero que entiendas,
después de que has causado tanto dolor.
Pero, una vez más, no tienes la culpa.
Eres sólo un ser humano, una víctima de la locura.
Texto que surgió en respuesta a un comentario a este graffiti digital...
La paradoja apunta más al lenguaje coloquial que hoy se derrama en toda tertulia que a una tesis filosófica, aun cuando evidentemente toda tesis filosóficamente bien estructurada le confiera cimiento o explicación a determinado statu quo, como bien lo hace el corpus pensamental de Foucoult.
Es decir, la observación nace de la necesidad de intentar comprender las razones sobre las que se apuntala la jerga diaria para instituir o (valga el juego de palabras) "normalizar" el empleo de giros o vocablos que sirvan de muletillas y cuya función puede ser muy acomodaticia, según sea el contexto en el que se la use.
La acción de "normalizar" es un recurso de los hablantes para argüir una premisa sectaria -generalmente un despropósito- con la finalidad de establecerla como norma. Y, como tal, es una estandarización, ese tan anhelado Edén con el que sueñan los tecnólogos, los tecnócratas y los adoradores de Mammon, daemon de la avaricia.
Mas, que exista una norma no implica la preexistencia de una normalidad. Las normas son patrones y, como tales, suelen asemejarse a camisas de fuerza. Si partimos de la base de que no hay un solo ser humano cuya psique viva una vida exenta de patología, deberíamos concluir que la endeblez es la base de todo intento de "normalizar" algo, generalmente una conducta, la cual será la deseable para los clanes o sectas promulgadores de cualquier tesis.
Ello me lleva a concluir que el poderoso inconsciente (individual y colectivo) revela que en el seno del alma humana susurra, incansablemente, un Doctor Caligari, muy deseoso él, de imponerle al resto del mundo lo que sus sigilosos y bien ocultos caprichos le dictan indesmayablemente desde las sombras.
Y aunque un ave de mal agüero viniera a jurarnos y perjurarnos
que la memoria no tiende pasillos hacia nuestros ayeres
o hacia innúmeros pasajes de lo vivido,
aguardaremos el concierto de la noche,
para sumergirnos en ella y despertarnos,
como aquel joven poeta,
con una rosa en la mano.
lacl, 23 de Mayo, 2021
“Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?”.
Una joya verbal para versar sobre el verbo. Steiner manifiesta su preocupación sobre el porvenir de las lenguas y de la lengua en general. Si algo tiene que ver con el retroceso intempestivo de la especie humana hacia la barbarización en un mundo "tecnificado" es, a no dudarlo, la pérdida de nuestra capacidad para expresarnos. El mundo humano, en general, sufre de una pandemia en su psiquis colectiva e individual: una ingente afasia que crece descontroladamente, como un tumor maligno. Sin más, las palabras de Steiner van a continuación.
Salud, lacl.
GEORGE STEINER
PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS DE COMUNICACIÓN Y HUMANIDADES 2001
Los sueños son el campo neutral de las contradicciones.
El sueño de una lengua común hablada y entendida por todos los seres humanos de este pequeño y frágil planeta es tan antiguo como la historia misma. Encontramos el leitmotif de una lengua adánica en incontables versiones, desarrolladas en la teología, en la liturgia, en los mitos. En el momento de su creación, el hombre hablaba una lengua de origen divino. Esta lengua era tautológica, o sea que las palabras se correspondían con lo que designaban y comunicaban sin la menor posibilidad de equívoco o ambigüedad. El habla era idéntica a la realidad. Por lo tanto, existía la posibilidad de la comunicación directa con Dios, de la comprensión directa de Su discurso. En el principio era el verbo (logos), común al hombre y al Creador. Esta lengua única, es de suponer, habría sido suficiente para toda la humanidad, si los hijos de Adán y Eva hubiesen vivido en el Paraíso, si no hubiera existido el pecado original y la expulsión del Edén. Durante algún tiempo, se siguió hablando este idioma primario, aunque estaba adulterado por la posibilidad de error y falsedad. Llegó la segunda caída en Babel, con la desintegración de una lengua adánica y unificada en un sinfín de lenguas incomprensibles entre sí. Apenas existe una mitología o leyenda cultural conocida que no incluya alguna versión de la historia de Babel. Las causas del desastre se narran de muchas maneras diferentes: un crimen contra los dioses, un descuido fatídico, un accidente misterioso. Pero el acuerdo es universal en cuanto a las consecuencias: de ahí en adelante, las comunidades humanas y las personas están divididas por barreras lingüísticas, por una sordera mutua o una falta de entendimiento. Cada acto de traducir lleva aparejado un rasgo de esta catástrofe primaria.
El sueño de reparar los daños, de restablecer la condición humana de la unidad prebabélica no ha cesado nunca. En diferentes momentos de la historia, distintas lenguas han reclamado su universalidad original. El hebreo nunca ha renunciado a un aura de privilegio original y originario. El griego clásico aspiraba a la singularidad y supremacía, en contraste con el "chapurreo bárbaro". Con el Imperio Romano y la iglesia Católica, el latín se esmeró en demostrar lo obvio que era su derecho a la universalidad, a la auctoritas legislativa sobre la humanidad. Los teólogos calvinistas argumentaban la pureza y la proximidad del holandés a los orígenes predestinados del hombre. De modo perenne han albergado los franceses la sospecha de que Dios habla francés. Carlos V expresó la misma creencia en cuanto al castellano.
Sin embargo, según iba quedando claro que ninguna lengua natural iba a restaurar la armonía y el acuerdo universal, se empezó la búsqueda de una interlingua artificial, de un sistema lingüístico que todos los hombres desearan compartir. Desde el siglo XVII, este sueño ha ocupado grandes mentes y energías. Entre ellas, a Commenius, a Leibniz, y a todos aquellos que, como Spinoza, estaban convencidos de que las discrepancias y errores humanos acabarían si todos los hombres se comunicasen entre sí con un lenguaje compartido. El esperanto es uno entre una docena de construcciones sistemáticas de una lengua mundial. Hoy, por primera vez, esta lengua mundial inunda el planeta. Es el angloamericano, que -en virtud de su dominio económico, comercial, tecnológico y de los medios de comunicación- pronto hablarán tres quintas partes de la especie humana como primera o segunda lengua. Todos los ordenadores se basan en el angloamericano, lo cual refuerza enormemente la codificación de todas las otras lenguas en un angloamericano básico.
Los beneficios son evidentes. Se facilitan enormemente el comercio internacional, el progreso conjunto de la ciencia y de la tecnología, el almacenamiento y accesibilidad de la información, la organización del ocio y del deporte a escala global y el viajar. Un piloto turco aterriza sin problemas cuando habla el angloamericano con un controlador aéreo japonés. En la India, los especialistas en oncología, divididos de otro modo por unas cuatrocientas lenguas, pueden trabajar juntos hablando inglés. Mediante el angloamericano los satélites de comunicación pueden contribuir a superar el fanatismo político e ideológico y la censura de regímenes retrógrados y despóticos. La reclusión en solitario del espíritu humano se está convirtiendo en algo cada vez más difícil de imponer.
No son menos evidentes los peligros, las pérdidas. Cuando muere un idioma, muere con él un enfoque total -un enfoque como ningún otro- de la vida, de la realidad, de la conciencia. Cuando un idioma es arrasado o reducido a la inutilidad por el idioma del planeta, tiene lugar una disminución irreparable en el tejido de la creatividad humana, en las maneras de sentir el verbo esperar. No hay ninguna lengua pequeña. Algunas lenguas del desierto del Kalahari tienen más matices sobre el concepto de futuro, del subjuntivo, que aquellos de los que disponía Aristóteles. Lejos de ser una maldición, Babel ha resultado ser la base misma de la creatividad humana, de la riqueza de la mente, que traza los distintos modelos de la existencia. (He intentado demostrar esto en toda mi obra). De modo incluso más drástico que la actual destrucción de la flora y de la fauna, la eliminación de las lenguas humanas -se calcula que podrían quedar unas cinco mil de las veinte mil que existían hasta hace poco- amenaza con vulgarizar, con estandarizar los recursos internos y sociales de la raza humana.
Por lo tanto, no me consta que haya un problema más urgente que el de la preservación del don de lenguas del Pentecostés, el de la défense et illustration, por usar una expresión conocida del Renacimiento, de cada idioma sin excepción, por muy reducido que sea el número de sus hablantes, por muy modesta que sea su matriz económica y territorial. Aprender un idioma, leer sus clásicos, contribuir a su supervivencia, aunque sea en modesta medida, es ser más que uno mismo.
Y sin embargo aquí subyace una contradicción. La autonomía lingüística, la determinación de sus hablantes de preservar su identidad, de mantener vivo su patrimonio presionado por un orden planetario cada vez más estandarizado, también es fuente de odio y de violencia. Poco más de medio siglo después de las masacres y barbaridades suicidas de dos guerras mundiales, cunden los conflictos étnicos en nuestra Europa. En ellos, los idiomas juegan un papel decisivo y atávico. La limpieza étnica -una expresión espantosa- a menudo es organizada y desencadenada alrededor de la limpieza lingüística. Los intereses racistas y totalitarios prohiben la enseñanza, la publicación en lenguas minoritarias. Intentan arrancar de cuajo la fuerza de los recuerdos y de la esperanza inherentes a un idioma. No es en Oviedo donde debo decir más sobre los Balcanes, sobre Irlanda del Norte o sobre tragedias más cercanas a este lugar.
¿Cómo resolver estas contradicciones fatídicas? ¿Cómo conciliamos el instrumento imprescindible de la creatividad humana y de la dinámica de la historia, implícita en un idioma, con la necesidad igualmente imprescindible de la convivencia, de la tolerancia étnica y de la cooperación? Sólo la educación, sólo el multilingüismo permitido, alentado en la primera infancia, en las escuelas primarias, ofrece alguna posibilidad de solución. Esta paradoja y problema inextricable tiene una especial importancia inmediata aquí, precisamente, porque el español sólo es superado hoy en día por el angloamericano en cuanto a su carácter expansionista -he ahí el ejemplo de los Estados Unidos Hispanos- y, sin embargo, sufre a la vez amargos conflictos internos y reivindicaciones independentistas locales y el apartheid.
No tengo ninguna solución. Un idioma criollo global de los medios de comunicación basado en el inglés americano es una perspectiva demoledora. Igual de demoledora es la continuación de los regionalismos encendidos y odios lingüísticos. Que los que son más sabios que yo traten esta cuestión. Es urgente.
Bajo las circunstancias actuales, quiero decir que algunos problemas son más grandes que nuestros cerebros. Eso puede ser una preocupación, pero también es una fuente de esperanza.
Hay una conexión entre el ser vivo que uno es (por efímero que luzca) y el ser vivo que respira "afuera", sea que le pensemos como mundo, madre natura, cosmos o firmamento. Somos parte de un espejo multidimensional en el que el todo se mira y se refleja. Alma = Cosmos. El alma es parte del cosmos como el cosmos es parte del alma.
Para magos como Merlín es el Dragón que suspira en todas las cosas, en el rumor del viento o en el vuelo de una libélula, pero -también- en aquello que nos supera en lo impensable por lo infinito o desmesurado de su esencia.
Gracias a la Magna Grecia podemos invocar la imagen de Dios Pan, que está en todas partes aunque en ninguna se le atisbe o aprecie fácilmente; pero luego el cristianismo, en su denodada lucha contra el paganismo, le deformaría para asociarle con la figura de Mefistófeles.
Es la historia de un error.
El ser humano se ha empecinado en instaurar la fábula de que somos únicos, indivisibles, maravillosos. Eso es verdad sólo en una ínfima parte, hemos segregado lo humilde de esa verdad. Y nos hemos intoxicado de egoísmo en su más purulenta versión. Toda inflamación, toda expansión, todo recrecimiento incontrolado termina por convertirse en pústula o tumor. Pero hemos perdido el ojo invisible, el que verdaderamente ve más allá de lo que pueden ver nuestros glóbulos oculares. O le hemos atrofiado, grosso modo hablando. Cuando a uno lo llama alguna voz para que contemple lo impensado, lo supuestamente fortuito de alguna experiencia es porque se han activado sentidos ocultos del ser, cual el habla interior, el oído interior, el ojo interior, en viva conexión con, llamémosle así, el Dragón.
lacl, Anotaciones Android, 13 de Junio, 2021, hora del pulmón.
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ESTAMPAS
( fotografías de lacl)
(Todas las fotos fueron captadas por este servidor, lacl)
Federico es palabra dada, verbo empeñado, voz de coloridos, sonidos entrantes al mirar. Su magia acaso asciende, como el duende, por una raicilla que se enreda, silenciosa y subrepticia, entre el empeine y el tobillo del descaminado transeúnte. Sus disertaciones en público no sueltan el encanto de esas voces que irrumpen desde el humus y, quizás, desde el otro lado del mundo, ese salón secreto que está allí, suspirando detrás de cada espejo, de cada puerta, entre las sombras y resquicios del viejo armario o en la esquina de la ventana donde la araña deja caer su telar. Es perentorio "escuchar" este voceo, porque leerle es escucharle. Sin más, esta otra cara de un Poeta en Nueva York.
¡Salud!
lacl
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Un poeta en Nueva York, Federico García Lorca.
Señoras y señores:
Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he equivocado de puerta. Unas manos amigas me han empujado y me encuentro aquí. La mitad de la gente va perdida entre telones, árboles pintados y fuentes de hojalata y, cuando creen encontrar su cuarto o círculo de tibio sol, se encuentran con un caimán que los traga o… con el público como yo en este momento. Y hoy no tengo más espectáculo que una poesía amarga, pero viva, que creo podrá abrir sus ojos a fuerza de latigazos que yo le dé.
He dicho «un poeta en Nueva York» y he debido decir «Nueva York en un poeta». Un poeta que soy yo. Lisa y llanamente; que no tengo ingenio ni talento pero que logro escaparme por un bisel turbio de este espejo del día, a veces antes que muchos niños. Un poeta que viene a esta sala y quiere hacerse la ilusión de que está en su cuarto y que vosotros… ustedes sois mis amigos, que no hay poesía escrita sin ojos esclavos del verso oscuro ni poesía hablada sin orejas dóciles, orejas amigas donde la palabra que mana lleve por ellas sangre a los labios o cielo a la frente del que oye.
De todos modos hay que ser claro. Yo no vengo hoy para entretener a ustedes. Ni quiero, ni me importa, ni me da la gana. Más bien he venido a luchar. A luchar cuerpo a cuerpo con una masa tranquila porque lo que voy a hacer no es una conferencia, es una lectura de poesías, carne mía, alegría mía y sentimiento mío, y yo necesito defenderme de este enorme dragón que tengo delante, que me puede comer con sus trescientos bostezos de sus trescientas cabezas defraudadas. Y ésta es la lucha; porque yo quiero con vehemencia comunicarme con vosotros ya que he venido, ya que estoy aquí, ya que salgo por un instante de mi largo silencio poético y no quiero daros miel, porque no tengo, sino arena o cicuta o agua salada. Lucha cuerpo a cuerpo en la cual no me importa ser vencido.
Convengamos en que una de las actitudes más hermosas del hombre es la actitud de san Sebastián.
Así pues, antes de leer en voz alta y delante de muchas criaturas unos poemas, lo primero que hay que hacer es pedir ayuda al duende, que es la única manera de que todos se enteren sin ayuda de inteligencia ni aparato crítico, salvando de modo instantáneo la difícil comprensión de la metáfora y cazando, con la misma velocidad que la voz, el diseño rítmico del poema. Porque la calidad de una poesía de un poeta no se puede apreciar nunca a la primera lectura, y más esta clase de poemas que voy a leer que, por estar llenos de hechos poéticos dentro exclusivamente de una lógica lírica y trabados tupidamente sobre el sentimiento humano y la arquitectura del poema, no son aptos para ser comprendidos rápidamente sin la ayuda cordial del duende.
De todos modos, yo, como hombre y como poeta, tengo una gran capa pluvial, la capa del «tú tienes la culpa», que cuelgo sobre los hombros de todo el que viene a pedirme explicaciones a mí, a mí que no puedo explicar nada sino balbucir el fuego que me quema.
No os voy a decir lo que es Nueva York por fuera, porque, juntamente con Moscú, son las dos ciudades antagónicas sobre las cuales se vierte ahora un río de libros descriptivos; ni voy a narrar un viaje, pero sí mi reacción lírica con toda sinceridad y sencillez; sinceridad y sencillez dificilísimas a los intelectuales pero fácil al poeta. Para venir aquí he vencido ya mi pudor poético.
Los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia. En una primera ojeada, el ritmo puede parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa de hombre y máquina juntos, se comprende aquella típica angustia vacía que hace perdonable, por evasión, hasta el crimen y el bandidaje.
Las aristas suben al cielo sin voluntad de nube ni voluntad de gloria. Las aristas góticas manan del corazón de los viejos muertos enterrados; éstas ascienden frías con una belleza sin raíces ni ansia final, torpemente seguras, sin lograr vencer y superar, como en la arquitectura espiritual sucede, la intención siempre inferior del arquitecto. Nada más poético y terrible que la lucha de los rascacielos con el cielo que los cubre. Nieves, lluvias y nieblas subrayan, mojan, tapan las inmensas torres, pero éstas, ciegas a todo juego, expresan su intención fría, enemiga de misterio, y cortan los cabellos a la lluvia o hacen visibles sus tres mil espadas a través del cisne suave de la niebla.
La impresión de que aquel inmenso mundo no tiene raíz, os capta a los pocos días de llegar y comprendéis de manera perfecta cómo el vidente Edgar Poe tuvo que abrazarse a lo misterioso y al hervor cordial de la embriaguez en aquel mundo.
Yo solo y errante evocaba mi infancia de esta manera:
«1910. Intermedio».
Yo, solo y errante, agotado por el ritmo de los inmensos letreros luminosos de Times Square, huía en este pequeño poema del inmenso ejército de ventanas donde ni una sola persona tiene tiempo de mirar una nube o dialogar con una de esas delicadas brisas que tercamente envía el mar sin tener jamás una respuesta:
«Vuelta de paseo».
Pero hay que salir a la ciudad y hay que vencerla, no se puede uno entregar a las reacciones líricas sin haberse rozado con las personas de las avenidas y con la baraja de hombres de todo el mundo.
Y me lanzo a la calle y me encuentro con los negros. En Nueva York se dan cita las razas de toda la tierra, pero chinos, armenios, rusos, alemanes siguen siendo extranjeros. Todos menos los negros. Es indudable que ellos ejercen enorme influencia en Norteamérica y, pese a quien pese, son lo más espiritual y lo más delicado de aquel mundo. Porque creen, porque esperan, porque cantan y porque tienen una exquisita pereza religiosa que los salva de todos sus peligrosos afanes actuales.
Si se recorre el Bronx o Brooklyn, donde están los americanos rubios, se siente como algo sordo, como de gentes que aman los muros porque detienen la mirada; un reloj en cada casa y un Dios a quien sólo se atisba la planta de los pies. En cambio, en el barrio negro hay como un constante cambio de sonrisas, un temblor profundo de tierra que oxida las columnas de níquel y algún niñito herido te ofrece su tarta de manzanas si lo miras con insistencia.
Yo bajaba muchas mañanas desde la universidad donde vivía y donde era no el terrible mister Lorca de mis profesores sino el insólito sleepy boy de las camareras, para verlos bailar y saber qué pensaban, porque es la danza la única forma de su dolor y la expresión aguda de su sentimiento, y escribí este poema:
«Norma y paraíso de los negros».
Pero todavía no era esto. Norma estética y paraíso azul no era lo que tenía delante de los ojos. Lo que yo miraba y paseaba y soñaba era el gran barrio negro de Harlem, la ciudad negra más importante del mundo, donde lo lúbrico tiene un acento de inocencia que lo hace perturbador y religioso. Barrio de casas rojizas lleno de pianolas, radios y cines, pero con una característica típica de raza que es el recelo. Puertas entornadas, niños de pórfido que temen a las gentes ricas de Park Avenue, fonógrafos que interrumpen de manera brusca su canto. Espera de los enemigos que pueden llegar por East River y señalar de modo exacto el sitio donde duermen los ídolos. Yo quería hacer el poema de la raza negra en Norteamérica y subrayar el dolor que tienen los negros de ser negros en un mundo contrario, esclavos de todos los inventos del hombre blanco y de todas sus máquinas, con el perpetuo susto de que se les olvide un día encender la estufa de gas o guiar el automóvil o abrocharse el cuello almidonado o de clavarse el tenedor en un ojo. Porque los inventos no son suyos, viven de prestado y los padrazos negros han de mantener una disciplina estrecha en el hogar para que la mujer y los hijos no adoren los discos de la gramola o se coman las llantas del auto.
En aquel hervor, sin embargo, hay un ansia de nación bien perceptible a todos los visitantes y, si a veces se dan en espectáculo, guardan siempre un fondo espiritual insobornable. Yo vi en un cabaret —Small Paradise— cuya masa de público danzante era negra, mojada y grumosa como una caja de huevas de caviar, una bailarina desnuda que se agitaba convulsamente bajo una invisible lluvia de fuego. Pero, cuando todo el mundo gritaba como creyéndola poseída por el ritmo, pude sorprender un momento en sus ojos la reserva, la lejanía, la certeza de su ausencia ante el público de extranjeros y americanos que la admiraba. Como ella era todo Harlem.
Otra vez, vi a una niña negrita montada en bicicleta. Nada más enternecedor. Las piernas ahumadas, los dientes fríos en el rosa moribundo de los labios, la cabeza apelotonada con pelo de oveja. La miré fijamente y ella me miró. Pero mi mirada decía: «Niña, ¿por qué vas en bicicleta? ¿Puede una negrita montar en ese aparato? ¿Es tuyo? ¿Dónde lo has robado? ¿Crees que sabes guiarlo?». Y, efectivamente, dio una voltereta y se cayó con piernas y con ruedas por una suave pendiente.
Pero yo protestaba todos los días. Protestaba de ver a los muchachillos negros degollados por los cuellos duros, con trajes y botas violentas, sacando las escupideras de hombres fríos que hablan como patos.
Protestaba de toda esta carne robada al paraíso, manejada por judíos de nariz gélida y alma secante, y protestaba de lo más triste, de que los negros no quieran ser negros, de que se inventen pomadas para quitar el delicioso rizado del cabello, y polvos que vuelven la cara gris, y jarabes que ensanchan la cintura y marchitan el suculento kaki de los labios.
Protestaba, y una prueba de ello es esta oda al rey de Harlem, espíritu de la raza negra, y un grito de aliento para los que tiemblan, recelan y buscan torpemente la carne de las mujeres blancas.
Y, sin embargo, lo verdaderamente salvaje y frenético de Nueva York, no es Harlem. Hay vaho humano y gritos infantiles y hay hogares y hay hierbas y dolor que tiene consuelo y herida que tiene dulce vendaje.
Lo impresionante por frío y por cruel es Wall Street. Llega el oro en ríos de todas las partes de la tierra y la muerte llega con él. En ningún sitio del mundo se siente como allí la ausencia total del espíritu: manadas de hombres que no pueden pasar del tres y manadas de hombres que no pueden pasar del seis, desprecio de la ciencia pura y valor demoníaco del presente. Y lo terrible es que toda la multitud que lo llena cree que el mundo será siempre igual, y que su deber consiste en mover aquella gran máquina día y noche y siempre. Resultado perfecto de una moral protestante, que yo, como español típico, a Dios gracias, me crispaba los nervios.
Yo tuve la suerte de ver por mis ojos, el último crack en que se perdieron varios billones de dólares, un verdadero tumulto de dinero muerto que se precipitaba al mar, y jamás, entre varios suicidas, gentes histéricas y grupos desmayados, he sentido la impresión de la muerte real, la muerte sin esperanza, la muerte que es podredumbre y nada más, como en aquel instante, porque era un espectáculo terrible pero sin grandeza. Y yo que soy de un país donde, como dice el gran padre Unamuno, «sube por la noche la tierra al cielo», sentía como un ansia divina de bombardear todo aquel desfiladero de sombra por donde las ambulancias se llevaban a los suicidas con las manos llenas de anillos.
Por eso yo puse allí esta danza de la muerte. El mascarón típico africano, muerte verdaderamente muerta, sin ángeles ni resurrexit, muerte alejada de todo espíritu, bárbara y primitiva como los Estados Unidos que no han luchado ni lucharán por el cielo.
Y la multitud. Nadie puede darse cuenta exacta de lo que es una multitud neoyorquina; es decir, lo sabía Walt Whitman que buscaba en ella soledades, y lo sabe T.S. Eliot que la estruja en un poema, como un limón, para sacar de ella ratas heridas, sombreros mojados y sombras fluviales.
Pero, si a esto se une que esa multitud está borracha, tendremos uno de los espectáculos vitales más intensos que se pueden contemplar.
Coney Island es una gran feria a la cual los domingos de verano acuden más de un millón de criaturas. Beben, gritan, comen, se revuelcan y dejan el mar lleno de periódicos y las calles abarrotadas de latas, de cigarros apagados, de mordiscos, de zapatos sin tacón. Vuelve la muchedumbre de la feria cantando y vomita en grupos de cien personas apoyadas sobre las barandillas de los embarcaderos, y orina en grupos de mil en los rincones, sobre los barcos abandonados y sobre los monumentos de Garibaldi o el soldado desconocido.
Nadie puede darse idea de la soledad que siente allí un español y más todavía si éste es hombre del sur. Porque, si te caes, serás atropellado, y, si resbalas al agua, arrojarán sobre ti los papeles de las meriendas.
El rumor de esta terrible multitud llena todo el domingo de Nueva York golpeando los pavimentos huecos con un ritmo de tropel de caballo.
La soledad de los poemas que hice de la multitud riman con otros del mismo estilo que no puedo leer por falta de tiempo, como los nocturnos del Brooklyn Bridge y el anochecer en Battery Place, donde marineros y mujercillas y soldados y policías bailan sobre un mar cansado, donde pastan las vacas sirenas y deambulan campanas y boyas mugidoras.
Llega el mes de agosto y con el calor, estilo ecijano, que asola a Nueva York, tengo que marchar al campo.
Lago verde, paisaje de abetos. De pronto, en el bosque, una rueca abandonada. Vivo en casa de unos campesinos. Una niña, Mary, que come miel de arce, y un niño, Stanton, que toca un arpa judía, me acompañan y me enseñan con paciencia la lista de los presidentes de Norteamérica. Cuando llegamos al gran Lincoln saludan militarmente. El padre del niño Stanton tiene cuatro caballos ciegos que compró en la aldea de Eden Mills. La madre está casi siempre con fiebre. Yo corro, bebo buen agua y se me endulza el ánimo entre los abetos y mis pequeños amigos. Me presentan a las señoritas de Tyler, descendientes pobrísimas del antiguo presidente, que viven en una cabaña, hacen fotografías que titulan «silencio exquisito» y tocan en una increíble espineta canciones de la época heroica de Washington. Son viejas y usan pantalones para que las zarzas no las arañen porque son muy pequeñitas, pero tienen hermosos cabellos blancos y, cogidas de la mano, oyen algunas canciones que yo improviso en la espineta, exclusivamente para ellas. A veces me invitan a comer y me dan sólo té y algunos trozos de queso, pero me hacen constar que la tetera es de China auténtica y que la infusión tiene algunos jazmines. A finales de agosto me llevaron a su cabaña y me dijeron: «¿No sabe usted que ya llega el otoño?». Efectivamente, por encima de las mesas y en la espineta y rodeando el retrato de Tyler estaban las hojas y los pámpanos amarillos, rojizos y naranjas más hermosos que he visto en mi vida.
En aquel ambiente, naturalmente, mi poesía tomó el tono del bosque. Cansado de Nueva York y anhelante de las pobres cosas vivas más insignificantes, escribí un insectario que no puedo leer entero pero del que destaco este principio en el cual pido ayuda a la Virgen, a la Ave Maris Stella de aquellas deliciosas gentes que eran católicas, para cantar a los insectos, que viven su vida volando y alabando a Dios Nuestro Señor con sus diminutos instrumentos.
Pero un día la pequeña Mary se cayó a un pozo y la sacaron ahogada. No está bien que yo diga aquí el profundo dolor, la desesperación auténtica que yo tuve aquel día. Eso se queda para los árboles y las paredes que me vieron. Inmediatamente recordé aquella otra niña granadina que vi yo sacar del aljibe, las manecitas enredadas en los garfios y la cabeza golpeando contra las paredes, y las dos niñas, Mary y la otra, se me hicieron una sola que lloraba sin poder salir del círculo del pozo dentro de esa agua parada que no desemboca nunca:
«Niña ahogada en el pozo. Granada y Newburg».
Con la niña muerta ya no podía estar en la casa. Stanton comía con cara triste la miel de arce que había dejado su hermana, y las divinas señoritas de Tyler estaban como locas en el bosque haciendo fotos del otoño para obsequiarme.
Yo bajaba al lago y el silencio del agua, el cuco, etc., etc., hacía que no pudiera estar sentado de ninguna manera porque en todas las posturas me sentía litografía romántica con el siguiente pie: «Federico dejaba vagar su pensamiento». Pero, al fin, un espléndido verso de Garcilaso me arrebató esta testarudez plástica. Un verso de Garcilaso:
Nuestro ganado pace. El viento espira.
Y nació este poema doble del lago de Eden Mills.
Se termina el veraneo porque Saturno detiene los trenes, y he de volver a Nueva York. La niña ahogada, Stanton niño «come-azúcar», los caballos ciegos y las señoritas pantalonísticas me acompañan largo rato.
El tren corre por la raya del Canadá y yo me siento desgraciado y ausente de mis pequeños amigos. La niña se aleja por el pozo rodeada de ángeles verdes, y en el pecho del niño comienza a brotar, como el salitre en la pared húmeda, la cruel estrella de los policías norteamericanos.
Después… otra vez el ritmo frenético de Nueva York. Pero ya no me sorprende, conozco el mecanismo de las calles, hablo con la gente, penetro un poco más en la vida social y la denuncio. Y la denuncio porque vengo del campo y creo que lo más importante no es el hombre.
El tiempo pasa; ya no es hora prudente de decir más poemas y nos tenemos que marchar de Nueva York. Dejo de leer los poemas de la Navidad y los poemas del puerto, pero algún día los leerán, si les interesa, en el libro.
El tiempo pasa y ya estoy en el barco que me separa de la urbe aulladora, hacia las hermosas islas Antillas.
La primera impresión de que aquel mundo no tiene raíz, perdura…
porque si la rueda olvida su fórmula
ya puede cantar desnuda con las manadas de caballos,
y si una llama quema los helados proyectos
el cielo tendrá que huir ante el tumulto de las ventanas.
Arista y ritmo, forma y angustia, se los va tragando el cielo. Ya no hay lucha de torre y nube, ni los enjambres de ventanas se comen más de la mitad de la noche. Peces voladores tejen húmedas guirnaldas, y el cielo, como la terrible mujerona azul de Picasso, corre con los brazos abiertos a lo largo del mar.
El cielo ha triunfado del rascacielo, pero ahora la arquitectura de Nueva York se me aparece como algo prodigioso, algo que, descartada la intención, llega a conmover como un espectáculo natural de montaña o desierto. El Chrysler Building se defiende del sol con un enorme pico de plata, y puentes, barcos, ferrocarriles y hombres los veo encadenados y sordos; encadenados por un sistema económico cruel al que pronto habrá que cortar el cuello, y sordos por sobra de disciplina y falta de la imprescindible dosis de locura.
De todos modos me separaba de Nueva York con sentimiento y con admiración profunda. Dejaba muchos amigos y había recibido la experiencia más útil de mi vida. Tengo que darle gracias por muchas cosas, especialmente por los azules de oleografía y los verdes de estampa británica con que la orilla de New Jersey me obsequiaba en mis paseos con Anita, la india portuguesa, y Sofía Megwinov, la rusa portorriqueña, y por aquel divino aquarium y aquella casa de fieras donde yo me sentí niño y me acordé de todos los del mundo.
Pero el barco se aleja y comienzan a llegar, palma y canela, los perfumes de la América con raíces, la América de Dios, la América española.
¿Pero qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial?
Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez.
La Habana surge entre cañaverales y ruido de maracas, cornetas chinas y marimbas. Y en el puerto, ¿quién sale a recibirme? Sale la morena Trinidad de mi niñez, aquella que se paseaba por el muelle de La Habana, por el muelle de La Habana paseaba una mañana.
Y salen los negros con sus ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz, negritos sin drama que ponen los ojos en blanco y dicen: «Nosotros somos latinos».
Con las tres grandes líneas horizontales, línea de cañaveral, línea de terrazas y línea de palmeras, mil negras con las mejillas teñidas de naranja, como si tuvieran cincuenta grados de fiebre, bailan este son que yo compuse y que llega como una brisa de la isla:
Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba.