domingo, 27 de mayo de 2018

DOS LIBROS, Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones. / Astor Piazzolla & Jorge Luis Borges -- El Tango (1965) con Luis Medina Castro. / Milonga de Manuel Flores (Troilo-Borges-Bioy) y otros...





Un ensayo magistral, que llama a las cosas por su nombre poniendo los acentos donde van. Meridiana claridad. Borges, apoyándose en ese par de sabios ingleses que han sido Wells y Russell, habla desde la causa del ser humano y denuncia, con ellos, las patrañas sobre las que se han apoyado algunos hombres de letras para doctamente apuntalar y justificar las malas artes y bajezas sobre las que tanto se han apoyado oportunamente los enceguecidos amantes del poder y los  propugnadores de las malevas causas, esto es, las de toda barbarie, movimientos sociales o de masas cuyo “leit motiv” no ha sido nunca otro que el de que una minoría gobernante avasalle al individuo.


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lacl


DOS LIBROS, Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones.

El último libro de Wells —Guide lo the New World. A Handbook of Constructive World Revolution— corre el albur de parecer, a primera vista, una mera enciclopedia de injurias. Sus muy legibles páginas denuncian al Fuehrer, "que chilla como un conejo estrujado"; a Goering, "aniquilador de ciudades que, al día siguiente, barren los vidrios rotos y retoman las tareas de la víspera"; a Edén, "el inconsolable viudo quintaesencial -de la Liga de las Naciones"; a José Stalin, que en un dialecto irreal sigue vindicando la dictadura del proletariado, "aunque nadie sabe qué es el proletariado, ni cómo y dónde dicta"; al "absurdo Ironside"; a los generales del ejército francés, "derrotados por la conciencia de la ineptitud, por tanques fabricados en Checoeslovaquia, por voces y rumores radiotelefónicos y por algunos mandaderos en bicicleta"; a la "evidente voluntad de derrota" (will for defeat) de la aristocracia británica; al "rencoroso conventillo" Irlanda del Sur; al Ministerio de Relaciones Exteriores inglés, "que parece no ahorrar el menor esfuerzo para que Alemania gane la guerra que ya ha perdido"; a Sir Samuel Hoare, "mental y moralmente tonto"; a los norteamericanos e ingleses "que traicionaron la causa liberal en España"; a los que opinan que esta guerra "es una guerra de ideologías" y no una fórmula criminal "del desorden presente"; a los ingenuos que suponen que basta exorcizar o destruir a los demonios Goering y Hitler para que el mundo sea paradisíaco.

He congregado algunas invectivas de Wells: no son literariamente memorables; algunas me parecen injustas, pero demuestran la imparcialidad de sus odios o de su indignación. Demuestran asimismo la libertad de que gozan los escritores en Inglaterra, en las horas centrales de una batalla. Más importante que esos malhumores epigramáticos (de los que apenas he citado unos pocos y que sería muy fácil triplicar o cuadruplicar) es la doctrina de este manual revolucionario. Esa doctrina es resumible en esta disyuntiva precisa: o Inglaterra identifica su causa con la de una revolución general (con la de un mundo federado), o la victoria es inaccesible e inútil. El capítulo XII (página 48-54) fija los fundamentos del mundo nuevo. Los tres capítulos finales discuten algunos problemas menores.

Wells, increíblemente, no es nazi. Increíblemente, pues casi todos mis contemporáneos lo son, aunque lo nieguen o lo ignoren. Desde 1925, no hay publicista que no opine que el hecho inevitable y trivial de haber nacido en un determinado país y de pertenecer a tal raza (o a tal buena mixtura de razas) no sea un privilegio singular y un talismán suficiente. Vindicadores de la democracia, que se creen muy diversos de Goebbels, instan a sus lectores, en el dialecto mismo del enemigo, a escuchar los latidos de un corazón que recoge los íntimos mandatos de la sangre y de la tierra. Recuerdo, durante la guerra civil española, ciertas discusiones indescifrables. Unos se declaraban republicanos; otros, nacionalistas; otros, marxistas; todos, en un léxico de Gauleiter, hablaban de la Raza y del Pueblo. Hasta los hombres de la hoz y el martillo resultaban racistas. . . También recuerdo con algún estupor cierta asamblea que se convocó para confundir el antisemitismo. Varias razones hay para que yo no sea un antisemita; la principal es ésta: la diferencia entre judíos y no-judíos me parece, en general, insignificante; a veces, ilusoria o imperceptible. Nadie, aquel día, quiso compartir mi opinión; todos juraron que un judío alemán difiere vastamente de un alemán. Vanamente les recordé que no otra cosa dice Adolfo Hitler; vanamente insinué que una asamblea contra el racismo no debe tolerar la doctrina de una Raza Elegida; vanamente alegué la sabia declaración de Mark Twain "Yo no pregunto de qué raza es un hombre; basta que sea un ser humano; nadie puede ser nada peor" (The Man that Corrupted Hadleyburg, página 204). 

En este libro, como en otros —The Fate of Homo Sapiens, 1939; The Common Sense of War and Peace, 1940—, Wells nos  exhorta a recordar nuestra humanidad esencial y a refrenar nuestros miserables rasgos diferenciales, por patéticos o pintorescos que sean. En verdad, esa represión no es exorbitante: se limita a exigir de los estados, para su mejor convivencia, lo que una cortesía elemental exige de los individuos. "Nadie en su recto juicio —declara Wells— piensa que los hombres de Gran Bretaña son un pueblo elegido, una más noble especie de nazi que disputan la hegemonía del mundo a los alemanes. Son el frente de batalla de la humanidad. Si no son ese frente, no son nada. Ese deber es un privilegio."

Let the People Think es el título de una selección de los ensayos de Bertrand Russell. Wells, en la obra cuyo comentario he esbozado, nos insta a repensar la historia del mundo sin preferencia de carácter geográfico, económico o étnico; Russell también dispensa consejos de universalidad. En el tercer artículo —Free thought and official propaganda— propone que las escuelas primarías enseñen el arte de leer con incredulidad los periódicos. Entiendo que esa disciplina socrática no sería inútil. De las personas que conozco, muy pocas la deletrean siquiera. Se dejan embaucar por artificios tipográficos o sintácticos; piensan que un hecho ha acontecido porque está impreso en grandes letras negras; confunden la verdad con el cuerpo doce; no quieren entender que la afirmación: Todas las tentativas del agresor para avanzar más allá de B han fracasado de manera sangrienta, es un mero eufemismo para admitir la pérdida de B. Peor aún: ejercen una especie de magia, piensan que formular un temor es colaborar con el enemigo... Russell propone que el Estado trate de inmunizar a los hombres contra esas agüerías, y esos sofismas. Por ejemplo sugiere que los alumnos, estudien las últimas derrotas de Napoleón, a través de los boletines del Moniteur, ostensiblemente triunfales. Planea deberes como éste: una vez estudiada en textos ingleses la historia de la guerra con Francia, reescribir esa historia, desde el punto de vista francés. Nuestros "nacionalistas" ya ejercen ese método paradójico: enseñan la historia argentina desde un punto de vista español, cuando no quichua o querandí.

De los otros artículos, no es el menos certero el que se titula Genealogía del fascismo. El autor empieza por observar que los hechos políticos proceden de especulaciones muy anteriores y que suele mediar mucho tiempo entre la divulgación de una doctrina y su aplicación. Así es: la "actualidad candente", que nos exaspera o exalta y que con alguna frecuencia nos aniquila, no es otra cosa que una reverberación imperfecta de viejas discusiones. Hitler, horrendo en públicos ejércitos y en secretos espías, es un pleonasmo de Carlyle (1795-1881) y aun de J. G. Fichte (1762-1814); Lenin, una trascripción de Karl Marx. De ahí que el verdadero intelectual rehúya, los debates contemporáneos: la realidad es siempre anacrónica.

Russell imputa la teoría del fascismo a Fichte y a Carlyle. El primero, en la cuarta y quinta de las famosas Reden an die deutsche Nation, funda la superioridad de los alemanes en la no interrumpida posesión de un idioma puro. Esa razón es casi inagotablemente falaz; podemos conjeturar que no hay en la tierra un idioma puro (aunque lo fueran las palabras, no lo son las representaciones; aunque los puristas digan deporte, se representan sport); podemos recordar que el alemán es menos "puro" que el vascuence o el hotentote; podemos interrogar por qué es preferible un idioma sin mezcla... Más compleja y más elocuente es la contribución de Carlyle. Éste, en 1843, escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan. En 1870 aclamó la victoria de la "paciente, noble, profunda, sólida y piadosa Alemania" sobre la "fanfarrona, vanagloriosa, gesticulante, pendenciera, intranquila, hipersensible Francia" (Miscellanies, tomo séptimo, página 251). Alabó la Edad Media, condenó las bolsas de viento parlamentarias, vindicó la memoria del dios Thor, de Guillermo el Bastardo, de Knox, de Cromwell, de Federico II, del taciturno Doctor Francia y de Napoleón, anheló un mundo que no fuera "el caos provisto de urnas electorales", abominó de la abolición de la esclavitud, propuso la conversión de las estatuas —"horrendos solecismos de bronce"— en útiles bañaderas de bronce, ponderó la pena de muerte, se alegró de que en toda población hubiera un cuartel, aduló, e inventó, la Raza Teutónica. Quienes anhelen otras imprecaciones o apoteosis, pueden interrogar Past and Present (1843) y los Latterday Pamphlets, que son de 1850.

Bertrand Russell concluye: "En cierto modo, es lícito afirmar que el ambiente de principios del siglo XVIII era racional y el de nuestro tiempo, antirracional". Yo eliminaría el tímido adverbio que encabeza la frase.


Astor Piazzolla & Jorge Luis Borges -- El Tango (1965) con Luis Medina Castro.











sábado, 26 de mayo de 2018

Galería musical - Leonard Bernstein - Slava! A Political Overture (1977) / Bernstein: Symphony #2 (The Age of Anxiety) / Leonard Bernstein: qué hace un director de orquesta / Jazz en la Sala de Conciertos. Gunther Schuller - Aaron Copland - Larry Austin





Encantadora es esta Slava! ¿Cómo decir que la música no habla? Bastan estos compases para versarnos y pintarnos en los aires (pues los hace audibles y visibles) sobre la ridícula pirueta de toda epopeya pretendida por la causa de hacerse con el poder (político, se entiende). 
Pura fanfarria.

Salud!
lacl



Leonard Bernstein - Slava! A Political Overture (1977)





Bernstein.

Krystian Zimerman and Leonard Bernstein play Bernstein Symphony #2 (The Age of Anxiety)


Leonard Bernstein: qué hace un director de orquesta


Jazz en la Sala de Conciertos





viernes, 25 de mayo de 2018

Una glosa absolutamente redentora, LA REDENCIÓN DE FAUSTO, Ramos Sucre. / Mozart, Réquiem en re menor K626. Karl Böhm





Una glosa absolutamente redentora de la figura de Fausto. Es un texto que, con increíble concisión, traza un derrotero alternativo ante las consabidas tentaciones del mal de que Fausto es objeto.

Por otra parte, es un intento de búsqueda de la figura femenina. En esta apretada glosa poética se cumple lo que afirmara Robert Graves en La Diosa Blanca: que en todo verdadero poema se canta a la Diosa. Y ella se manifiesta al final para apagar la lámpara de Fausto, lo que abre un abanico de hipótesis.

Y, como le dijera una vez a un amigo, vaya ironista que fue Ramos Sucre, al decir que Mefistófeles fue un antecesor de Hegel. Un punto de vista coincidente con el que manifestara Bertrand Russell con respecto a la dialéctica hegeliana, madre (a su parecer) de muchos de los grandes males de la modernidad...
Salud!
lacl

LA REDENCIÓN DE FAUSTO - JARS - El cielo de esmalte. 1929

Leonardo da Vinci gustaba de pintar figuras gaseosas, umbrátiles. Dejó en manos de Alberto Durero, habitante de Venecia, un ejemplar de la Gioconda, célebre por la sonrisa mágica.

Ese mismo cuadro vino a iluminar, días después, la estancia de Fausto.

El sabio se fatigaba riñendo con un bachiller presuntuoso de cuello de encaje y espadín, y con Mefistófeles, antecesor de Hegel, obstinado en ejecutar la síntesis de los contrarios, en equivocar el bien con el mal. Fausto los despidió de su amistad, volvió en su juicio y notó por primera vez la ausencia de la mujer.

La criatura espectral de Leonardo da Vinci dejó de ser una imagen cautiva, posó la mano sobre el hombro del pensador y apagó su lámpara vigilante.



Galería de imágenes 



Leonardo




Durero



Mozart, Réquiem en re menor K626. Karl Böhm



miércoles, 23 de mayo de 2018

Walt Whitman: "…Que Dios proteja nuestras libertades…” / Walt Whitman: poeta de eternidad





"…Que Dios proteja nuestras libertades cuando el dinero tenga finalmente en sus garras nuestras instituciones…”

Walt Whitman

Yo comulgo abiertamente con el planteamiento de Whitman, no obstante crea sinceramente que el admirado poeta haya sido un tanto incauto o soñador al decir eso pues, la noción del dinero es algo sobre lo que casi nadie piensa, pero tan cotidiano como el acto de respirar. Es decir, el dinero es parte de toda institución desde que el mundo humano es mundo. Léase, el dinero es actor principal de un reparto que el hombre se ha inventado para no vivir en el mundo natural, sino en un mundo inventado. Es el mayor de los tahúres, tras el que se disimulan todos los truhanes.

Entonces, lo que hay que rescatar de la propuesta de Whitman es que el mundo humano ha de cambiar si lo que quiere es que se aspire a algo mejor, entendiendo por mejor que haya equidad y concierto entre los hombres. Ardua tarea que no sabemos si se logrará, dado que las fuerzas que apoyan al mayor de los tahúres son muy poderosas y desvergonzadas.

Claro, habrá de entenderse que la candidez de esta frase ha sido una candidez intencionada. Es un llamado de atención disimulado de inocencia, una invitación a abrir los ojos. Y agregamos a continuación otro par de fragmentos de ese libro maravilloso que es Conversaciones, (*) un tanto menos cándidos.

Salud!
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“…La vida americana: cada hombre tratando de derrotar a otro, abandonando modestia, abandonando honestidad, abandonando generosidad para lograrlo, creando una guerra, cada hombre contra cada hombre; todo el desgraciado asunto afinado por ideales de dinero, política de dinero, religiones de dinero, hombres dinero…”


“…Se dice, en son de reproche, que América es material, pero eso para mí es su gloria –el cuerpo debe proceder del alma: el cuerpo es el otro lado del alma…”

(*) Walt Whitman, «Conversaciones», Selección, traducción y presentación Rafael Cadenas. Monte Ávila Latinoamericana, C.A. 1994.


Walt Whitman: poeta de eternidad






sábado, 19 de mayo de 2018

Ghetto y capitalismo. / Britten - War Requiem (J.E.Gardiner, 1993) / Galería de imágenes.





La plaza pública me ha enseñado a mantenerme al margen, mucho es lo pútrido con lo que allí uno se topa. Pero esta nota salió al desgaire, casi sin quererlo, a la hora del pulmón y viendo correr las aguas desde la orilla...

Salud!
lacl



Ghetto y capitalismo.

El ghetto del Siglo XXI, es una nueva fórmula del fascismo que goza del visto bueno de los santos patrones del “mundo libre”. Hace poco una defensora de la red de disimulada izquierda que al presente asola algunas naciones de “Nuestra América” decía, con impudicia, que ya el fascismo no existe. Una militante, entiéndase, del sistema, no puede decir otra cosa. Pero resulta que lo que esa señora defendía (una funcionaria, a todas luces) es esa mutación tropicalizada del fascismo que, en las últimas décadas, señorea en algunas naciones de América vistiendo toga de altruista izquierda, mientras bajo su sotana porta (como siempre) bien dispuestas su hoz y su martillo para dominar al vulgo en general. Su método es primario: comienza siempre por el avasallamiento del lumpen-proletariat, en tanto pregona su populismo de albañal e impone la sempiterna fórmula de adoctrinamiento a que apelan los misioneros de la utopía totalitaria: la de imponer el ghetto a la masa, ya no a una etnia o a un segmento especifico de la población, sino prácticamente a la población entera (excepción hecha de los adalides del nuevo catecismo de salvación y su red de beneficiarios o, si se quiere, funcionariado).

Es una fórmula que en realidad no ha cambiado tanto, los “dignatarios” de la nueva ola son primates altamente primarios, como los de antaño. Les basta con argüir sobre los peligros y desafueros de un enemigo inexistente al que denominan con epítetos tales como “la derecha”, “el capitalismo salvaje” o “el liberalismo depredador” y señalarles como los causantes de las desgracias de su pueblo. ¿Por qué afirmo que es un enemigo inexistente? Pues, porque tal rivalidad es ficticia. El fascismo populista de la izquierda imperante hoy en día en “Nuestra América”, tal como la denominara Martí, no puede respirar sin las plutocráticas dosificaciones que les llegan de sus tratos con esa porción del mundo a la que ellos tildan y etiquetan como “liberalista salvaje”. Les ha funcionado. ¿Por qué? Porque el dinero no tiene corazón y los gobernantes modernos (píntense como se pinten, de derecha, de izquierda, de centro, de alto o de bajo) en realidad no son otra cosa que operadores bursátiles. En el fondo muy poco les importa el componente básico de las naciones, como lo es su humanidad. Les importa un comino si hay hambre desatada en otras esquinas del orbe. Lo que les mueve y motiva es el provecho. Léase, el provecho para su mesa. Un provecho que analizan con pinzas e instrumentos quirúrgicos a fin de evaluar sesudamente cómo sacan partido de cada situación que les presenta ese tablero de ajedrez que llaman el concierto de las naciones. Entonces vemos de pronto una mefistofélica escena ante nuestros incrédulos ojos: la derecha y la izquierda y hasta el ombligo, pasan a ser divas de una ópera bufa cuyo argumento no hace juego con el libreto. Sobre las tablas son rivales disputándose el amor del pueblo, pero a trastiendas pactan lo que la una le da a la otra en su mercado negro. Esa es la vapuleada realidad.

(lacl, 19/05/18)


  Britten - War Requiem 
(J.E.Gardiner, 1993) 

Impresiona esta versión del Réquiem de Guerra. 



Galería de imágenes 






Fotos de la Guerra de Secesión en la EEUU de América 



Mussolini



Kim Il Sung (Stalin detrás suyo, el poder tras el poder)


Gulag 



Escena del film Andrei Rubliov, de Tarkovski, al igual que la foto de inicio.


El hombre cruzado de brazos en medio del saludo nazi: August Landmessser


Sobran las palabras...


Goebels


Rodin: Los burgueses de Calais


En Caracas asalto y saqueo a la Seguridad Nacional   Archivo fotográfico Biblioteca Nacional



JFK, breve momento antes del magnicidio


Hitler, en fotograma de John Heartfield (Helmut Herzfeld, que así se llamaba antes de su apurada "emigración" de la Alemania Nazi)


jueves, 17 de mayo de 2018

Scila y Caribdis, o comunismo y fascismo, Bertrand Russell. - Andrew Lloyd Webber, Sarah Brightman, Paul Miles-Kingston - Pie Jesu





Russell fue un visionario y predijo con décadas de antelación la caída de la cortina de hierro. Sin embargo, ello no quiere decir que la pelea está ganada ni mucho menos, al contrario, hay múltiples fantasmas de enfermizo comunismo a la manera en que ha sido descrito por Russell, que es una real antítesis de lo que uno pudiera pensar que es y ha de ser nuestro culto por practicar el bien común, su reparto amoroso entre los hombres. Igualmente sucede con múltiples expresiones de fascismo. Hay democracias en las que están tomando auge manifestaciones fascitas entre sus ciudadanos, que demuestran muy poco interés por preservar el recto camino de la ciudadanía. Creo que hay que atender a muchas de las consideraciones de Russell, independientemente de que se hayan escrito hace un siglo, prácticamente. No dejan de tener vigencia, me recuerdan ciertas disertaciones del querido y admirado García Bacca sobre el mismo asunto.
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Scila y Caribdis, o comunismo y fascismo, Bertrand Russell.


En nuestros días, muchos dicen que el comunismo y el fascismo son las únicas alternativas prácticas en política, y que quienquiera que no apoya al uno, apoya, de hecho, al otro. Yo me siento opuesto a ambos, y no puedo aceptar una de las dos alternativas con más facilidad de la que, de haber vivido en el siglo XVI, hubiese encontrado en ser protestante o católico. Voy a exponer, tan brevemente como pueda, mis objeciones, primero al comunismo, después al fascismo, y más tarde a lo que tienen en común.

Cuando hablo de un comunista pienso en una persona que acepta las doctrinas de la Tercera Internacional. En cierto sentido, los primeros cristianos fueron comunistas, y también lo fueron algunas sectas medievales; pero tal sentido está hoy anticuado. Voy a exponer mis razones para no ser comunista punto por punto:

1º No puedo aceptar la filosofía de Marx, y menos aún la de Materialismo y empíreo-criticismo, de Lenin. No soy materialista, aunque me haya alejado del idealismo mucho más que algunos materialistas. No creo que haya ninguna necesidad dialéctica en el cambio histórico; esta noción fue tomada por Marx de Hegel, sin su única base lógica, a saber: la primacía de la idea. Marx creía que el próximo estadio del desarrollo humano debe ser en cierto sentido un progreso; yo no veo razón para esta creencia.

2º No puedo aceptar la teoría del valor de Marx ni tampoco, en su forma, la teoría de la plusvalía. La teoría de que el valor de cambio de un producto es proporcional al trabajo requerido en su producción, tomada por Marx de Ricardo, se demuestra falsa por la teoría de la renta del propio Ricardo, y hace ya tiempo que ha sido abandonada por todos los economistas no marxistas. La teoría de la plusvalía descansa sobre la teoría de la población de Malthus, que Marx rechaza en otro lugar. La economía de Marx no forma un todo lógicamente coherente, sino que está construida con la aceptación y el rechazo alternados de doctrinas más antiguas, según acomoda a su conveniencia al formular el proceso contra los capitalistas.

3º Es peligroso tener a cualquier hombre por infalible; la consecuencia es, necesariamente, una excesiva simplificación. La tradición de la inspiración verbal de la Biblia ha hecho a los hombres demasiado predispuestos a buscar un libro sagrado. Pero esta adoración a la autoridad es contraria al espíritu científico.

4º El comunismo no es democrático. Lo que llama "dictadura del proletariado" es, en realidad, la dictadura de una pequeña minoría, que se convierte en una clase gobernante oligárquica. La historia toda demuestra que el gobierno siempre es manejado en interés de la clase gobernante, excepto en la medida en que ésta pueda verse influida por el temor a perder el poder. Ésta es la enseñanza, no solamente de la historia, sino de Marx. La clase gobernante en un estado comunista tiene todavía más poder que la clase capitalista en un estado "democrático". En tanto conserve la lealtad de las fuerzas armadas, puede usar del poder en conseguir para sí ventajas tan perjudiciales como las de los capitalistas. Suponer que ha de actuar siempre para el bien general es mero idealismo estúpido, contrario a la psicología política marxista.



5º El comunismo restringe la libertad, particularmente la libertad intelectual, más que cualquier otro sistema, salvo el fascismo. La completa unificación de los poderes económico y político da lugar a un terrorífico mecanismo de opresión, en el que no hay escapatoria para excepciones. Bajo tal sistema, el progreso pronto se hace imposible, ya que está en la naturaleza de los burócratas oponerse a todo cambio, a menos que incremento su propio poder. Toda innovación seria sólo resulta posible por algún accidente que permita sobrevivir a personas impopulares. Kepler vivió de la astrología. Darwin, de los bienes heredados. Marx, de la "explotación" por Engels del proletariado de Manchester. Tales oportunidades de sobrevivir a pesar de la impopularidad serían imposibles bajo el comunismo.

6º Hay en Marx, y en el pensamiento comunista corriente, una indebida glorificación del trabajador manual en tanto opuesto al trabajador intelectual. Como resultado, se ha logrado el antagonismo de muchos trabajadores intelectuales que, de otro modo, podrían haber visto la necesidad del socialismo y sin cuya ayuda difícilmente sea posible la organización de un estado socialista. Los marxistas llevan la división de clases, en la práctica mucho más que en teoría, a un nivel demasiado bajo en la escala social.

7º La prédica de la lucha de clases hace probable que ésta estalle en un momento en que las fuerzas en oposición están más o menos equilibradas, o aun cuando la hegemonía esté del lado de los capitalistas. Si las fuerzas capitalistas predominan, el resultado es una época de reacción. Si las fuerzas de los dos lados son aproximadamente iguales, el resultado, dados los modernos métodos de guerra, probablemente sea la destrucción de la civilización, que llevaría aparejada la desaparición tanto del capitalismo como del comunismo. Yo creo que, donde hay democracia, los socialistas debieran confiar en la persuasión y emplear la fuerza solamente para repeler un uso ilegal de la fuerza por sus oponentes. Por este método seria posible a los socialistas adquirir una preponderancia tan grande que determinaría que la guerra final fuese breve y no lo bastante grave como para destruir la civilización.

8º Hay tanto odio en Marx y en el comunismo, que difícilmente podemos esperar que los comunistas, victoriosos, establezcan un régimen que no depare oportunidades para la malevolencia. En consecuencia, los argumentos en favor de la opresión seguramente habrán de parecer a los vencedores más fuertes de lo que son, especialmente si la victoria es resultado de una enconada y dudosa guerra. Después de una guerra tal, no es probable que el partido victorioso se encuentre de humor para una sana reconstrucción. Los marxistas tienden a olvidar con demasiada frecuencia que la guerra tiene su propia psicología, que resulta del miedo, y que es independiente de la causa original de la contienda.

El punto de vista de que la única elección prácticamente posible ha de hacerse entre el comunismo y el fascismo me parece definitivamente equivocado por lo que se refiere a los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, y probablemente también a Italia y Alemania. Inglaterra tuvo un período de fascismo bajo Cromwell, y Francia bajo Napoleón; pero en ninguno de los dos casos fue aquél una barrera para la democracia que siguió. Las naciones políticamente inmaduras no son las mejores guías para el futuro político.
Mis objeciones al fascismo son más simples que mis objeciones al comunismo, y, en cierto sentido, más fundamentales. El propósito del comunismo es un propósito con el cual, en conjunto, estoy de acuerdo; mi desacuerdo se refiere a los medios más que a los fines. Pero en el caso del fascismo me disgustan los fines tanto como los medios.

El fascismo es un movimiento complejo; sus formas alemana e italiana difieren ampliamente, y en otros países, si se extiende, puede adoptar otras formas todavía. Tiene, sin embargo, ciertos elementos esenciales, sin los cuales dejaría de ser fascismo. Es antidemocrático, es nacionalista, es capitalista, y busca ganar a aquellos sectores de la clase media que sufren a consecuencia de la evolución moderna y esperan sufrir aún más si se establece el socialismo o el comunismo. El comunismo también es antidemocrático, pero sólo durante algún tiempo, al menos en cuanto sus fundamentos teóricos puedan ser aceptados como determinantes de su política real; por añadidura, su objetivo es servir los intereses de los asalariados, que son mayoría en los países adelantados, y que el comunismo se propone aumentar en número hasta que constituyan la población completa. El fascismo es antidemocrático en un sentido más fundamental. No acepta la mayor felicidad del mayor número como principio justo de gobierno, sino que elige ciertos individuos, ciertas naciones, ciertas clases, como "los mejores" y como únicos merecedores de consideración. Los demás están para que se les obligue por la fuerza a servir los intereses de los elegidos.

Mientras el fascismo está empeñado en la lucha para hacerse con el poder, tiene que acudir a un considerable sector de la población. Tanto en Alemania como en Italia surgió del socialismo, rechazando todo aquello que el programa ortodoxo tenía de antinacionalista. Tomó del socialismo la idea de planificación económica y de incremento del poder del estado; pero la planificación, en lugar de hacerse en beneficio de todo el mundo, se haría en interés de las clases altas y medias de un solo país. Y trata de asegurar tales intereses, no tanto mediante el aumento de la eficiencia, como mediante el aumento de la opresión, tanto de los asalariados como de los sectores antipopulares de la misma clase media. En relación con las clases que quedan fuera del horizonte de su benevolencia, puede, en el mejor de los casos, alcanzar la clase de éxito que puede hallarse en una prisión bien dirigida; algo más que eso, ni siquiera se lo propone.



La objeción radical al fascismo es su selección de una porción del género humano como única importante. Los poseedores del poder han hecho, sin duda, tal selección en la práctica desde que el gobernar fue instituido; pero el cristianismo, en teoría, siempre ha reconocido a cada alma humana como un fin en sí misma, y no como un simple medio para la gloria de otros. La fuerza de la democracia moderna tiene su origen en los ideales morales del cristianismo y ha hecho mucho para apartar a los gobiernos de la preocupación exclusiva por los intereses de los ricos y los poderosos. El fascismo es, a este respecto, un retorno a lo que de peor tenía el antiguo paganismo.

Si el fascismo pudiese triunfar, no haría nada por remediar los males del capitalismo; por el contrario, los haría peores. Los trabajos manuales habrían de realizarse por trabajadores forzados mantenidos al nivel de la mera subsistencia; los hombres que llevaran a cabo tales trabajos no tendrían derechos políticos, ni libertad de residencia, ni elección de lugar de trabajo, y probablemente ni siquiera una permanente vida de familia; serían, de hecho, esclavos. Todo esto puede verse ya en sus inicios en el sistema alemán de tratar la cuestión del paro; ciertamente, es el resultado inevitable del capitalismo falto de la fiscalización de la democracia, y las condiciones similares del trabajo forzado en Rusia sugieren que es el resultado inevitable de cualquier dictadura. En el pasado, el absolutismo ha sido acompañado siempre por alguna forma de esclavitud o servidumbre.

Todo esto ocurriría si el fascismo hubiese de triunfar, pero difícilmente pueda triunfar y estabilizarse, porque no puede resolver el problema del nacionalismo económico. La fuerza más poderosa del lado de los nazis ha sido la industria pesada, especialmente la del acero y la de productos químicos. La industria pesada, organizada nacionalmente, es, hoy, el mayor inductor de la guerra. Si todo país civilizado tuviese un gobierno al servicio de los intereses de la industria pesada -como ya es el caso en una medida considerable-, la guerra, antes de mucho, sería inevitable. Cada nueva victoria del fascismo aproxima la guerra; y la guerra, cuando viene, tiene muchas probabilidades de barrer con el fascismo junto con la mayor parte de las cosas existentes en el momento de su estallado.

El fascismo no es una serie ordenada de opiniones como el laissez-faire, o el socialismo, o el comunismo; es, esencialmente, una protesta emocional, en parte de los miembros de la clase media (como los pequeños comerciantes) que sufren las consecuencias del moderno desarrollo económico, en parte de los anárquicos magnates industriales, cuyo amor al poder se ha convertido en megalomanía. Es irracional en el sentido de que no puede conseguir lo que sus defensores desean; no hay filosofía del fascismo, sino solamente un psicoanálisis. Si triunfara, el resultado sería una extendida miseria; pero su incapacidad para hallar una solución al problema de la guerra hace imposible su éxito, más allá de un breve momento.

No creo que Inglaterra y Estados Unidos estén dispuestas a adoptar el fascismo, porque la tradición de gobierno representativo es demasiado fuerte en ambos países para permitir tal evolución. El ciudadano ordinario tiene el sentimiento de que los asuntos públicos le conciernen, y no querría perder el derecho a expresar sus opiniones políticas. Las elecciones generales y las elecciones presidenciales son acontecimientos deportivos, como el Derby, y la vida parecería más insípida sin ellos. Con respecto a Francia, es imposible sentir idéntica confianza. Pero yo me sorprendería si Francia adoptara el fascismo, excepto quizá temporalmente, durante una guerra.

Hay algunas objeciones -y son las más concluyentes, a mi entender- que convienen igualmente al comunismo y al fascismo. Los dos son intentos de una minoría para moldear un pueblo por la violencia de acuerdo con una pauta preconcebida. Ambos consideran al pueblo del modo en que un hombre considera los materiales con que intenta construir una máquina: los materiales son sometidos a grandes alteraciones, pero según los propósitos del hombre en cuestión, no según ley alguna de desarrollo a ellos inherente. Cuando se trata de seres vivos, y sobre todo en el caso de seres humanos, el crecimiento espontáneo tiende a producir ciertos resultados, en tanto que otros pueden producirse tan sólo por medio de cierta compulsión y esfuerzo. Los embriólogos pueden producir animales de dos cabezas, o con una nariz donde habría de haber un pie; pero tales monstruosidades no encuentran la vida muy agradable. Del mismo modo, los fascistas y los comunistas, con una imagen en su mente de la sociedad en conjunto, deforman a los individuos hasta que se ajusten a un modelo; a aquellos que no pueden ser deformados adecuadamente, se les mata o se les encierra en campos de concentración. No creo que tal actitud, que ignora totalmente los impulsos espontáneos del individuo, sea justificable éticamente, ni que llegue a ser, a la larga, políticamente fructuosa. Es posible recortar arbustos dándoles forma de pavo real, y por medio de una violencia semejante puede infligiese una deformación semejante a los seres humanos. Pero el arbusto pemanece pasivo, en tanto que el hombre, sea lo que fuere lo que el dictador desee, permanece activo, si no en una esfera, en otra. El arbusto no puede transmitir la lección que el jardinero ha estado explicando acerca del empleo de la podadera, pero el ser humano deformado siempre puede encontrar seres humanos más humildes contra los cuales esgrimir tijeras más pequeñas. Los inevitables efectos de un moldeo artificial sobre el individuo son la crueldad o la indiferencia, quizá las dos cosas alternativamente. Y de un pueblo con estas características, nada bueno cabe esperar. 

El efecto moral sobre el dictador es otro asunto al que ni el comunismo ni el fascismo prestan la necesaria atención. Si el dictador es, para empezar, un hombre con escasa simpatía humana, será, desde el principio, indebidamente despiadado, y en la persecución de sus fines impersonales no se detendrá ante ninguna crueldad. Si, inicialmente, padece, por simpatía, con los sufrimientos que la teoría le obliga a infligir, o bien tendrá que dejar paso a un sucesor de materia más rígida, o tendrá que sofocar sus sentimientos humanitarios, en cuyo caso es probable que llegue a ser aún más sádico que el hombre que no ha pasado por tal conflicto interior. En cualquiera de los dos casos, el gobierno estará en manos de hombres implacables, en los que el afán de poder podrá ser disfrazado de anhelo de un determinado tipo de sociedad. Pero, por la inevitable lógica del despotismo, aquello que de bueno haya podido haber en los propósitos originales de la dictadura, desaparecerá gradualmente de la vista, y la preservación del poder del dictador emergerá cada vez más como el escueto propósito de la máquina del estado.

La preocupación por las máquinas ha producido lo que podríamos llamar la falacia del manipulador, que consiste en tratar a los individuos y a las sociedades como si fueran inanimados y como si los manipuladores fuesen seres divinos. Los seres humanos cambian según el tratamiento a que se les somete, y los mismos operadores cambian como resultado del efecto que las operaciones tienen sobre ellos. La dinámica social es, pues, una ciencia muy difícil, acerca de la cual se sabe mucho menos de lo que sería necesario para garantizar una dictadura. En el manipulador típico está atrofiado todo sentimiento respecto del desarrollo natural de su paciente; el resultado no es, como él espera, una adaptación pasiva al lugar preconcebido en el esquema, sino un desarrollo enfermizo y deformado, conducente a otro esquema grotesco y macabro. El argumento psicológico último en pro de la democracia y de la paciencia es que es esencial un elemento de libre desarrollo, de "haz-como-quieras" y de indisciplinado y natural vivir, si los hombres no han de convertirse en monstruos deformes. En todo caso, creyendo, como yo creo, que las dictaduras comunistas y fascistas son igualmente indeseables, deploro la tendencia a considerarlas como únicas alternativas y a tratar la democracia como algo obsoleto. Si los hombres las tienen por únicas alternativas, se convertirán en lo que corresponda; si los hombres piensan de otro modo, no será así.




Nota. Forma parte de los ensayos contenidos en el libro Elogio de la ociosidad, Bertrand Russell, 1935.







Andrew Lloyd Webber, Sarah Brightman, Paul Miles-Kingston - Pie Jesu



viernes, 11 de mayo de 2018

Un trío de anotaciones. Enigma y poesía, Canto de Cristofué... / Guarida musical: You and the night and the music





Un trío de anotaciones

Hace tres noches me ha despertado un cristofué desesperado, en el mero ombligo de la madrugada. Me hizo levantarme y darle vueltas a las orillas de la noche. Tres veces mudó su canción de sitio y yo iba tras su queja repetitiva, insistente, vertiginosa; como queriendo dar un parte a un mundo sin escuchas.

Pero esta madrugada y, también, en el puntual ombligo de la noche, hora del pulmón, ha hecho su primer canto del año el pájaro que borda en el aire una cruz de trinos, con el remate de una o dos sonoras puntadas en el centro. Y éste también me ha sorprendido pues, bordaba dos veces la cruz enunciativa, es decir, repetía su zurcido de voces ocho veces, algo no muy estilado por los visitantes de años anteriores…

(1ro de Mayo, 2014, en mi cuaderno de bolsillo Bitácora acuariana)

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Nadie adoró tanto el canto del Cristofué, como mi madre. Cuando yo era un infante que apenas despuntaba a lidiar con la lengua me quedaba encantado de escucharla hablar del Cristofué. Sin duda, en mi amor por la palabra y su poética esencia ella ha tenido mucho, mucho que ver... 

(lacl, 08 de Mayo de 2018, Bitácora Acuariana)

P. D. No he contado con el tiempo para buscar un registro hecho de los contrapunteos propios del Cristofué, en una montaña aledaña a nuestra morada. Lo intentaré... Entre tanto, aquí dejo un canto donde se entiende la razón de este nombre que le damos acá...



Guarida musical. Chet Baker: You and the night and the music 







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La poesía es superior a los poetas, porque la poesía nace de una voz que supera lo humano. Cuando el poeta cree que él es la poesía, en mi humilde opinión, ha comenzado a distanciarse de ella. Hybris llamaban los griegos al pecado de orgullo, entendiendo aquí pecado como un exceso, una ausencia de templanza, una intemperancia. En muchos de esos pueblos que cultivaron la poesía desde tiempos ancestrales, ser poeta era entrar a una escuela donde lo primero era cultivar la memoria, tenían que memorizar lo que los aedas les cantaban a los discípulos, y en ello invertían largos años...

(lacl, 10 de Mayo, 2018. Bitácora acuariana)





Fotos de lacl (DR)