lunes, 28 de septiembre de 2015

Algo de la luna, lacl / Tania Libertad Deja que salga la Luna (Cuando sale la Luna)


(28/09/2019, amanecer)
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Me he caído de la cama y le he tomado algunas fotos con el celular, antes de despedirse. Anoche, cuando ya decía adiós el eclipse, me fui a acostar porque estaba cansado. Y de pronto fui despertado (Yineska me llamó a clamores) ante la mágica aparición de eso que llaman un ovni. Duró varios minutos merodeando nuestros cielos. La mayor parte del tiempo emitía una luz roja. Pero un par de veces comenzó a brillar -por un instante- una intensa luz plateada, para pasar de inmediato a otra, igualmente intensa, de tono verdoso. No salíamos del asombro. En todo caso, poco me interesa convencer a nadie de la veracidad de lo observado.

Una lástima que no dispusiera de las cámaras de mejor resolución, a una porque no le consigo las baterías adecuadas y a la otra porque, luego de andar varios meses perdida (apareció en el fondo de un sillón) no le consigo el cargador… No soy el mejor ejemplo de buen orden…

Esta madrugada, al volver a despertarme, noté que el resplandor de la luna era muy vivo. Así que decidí levantarme para contemplarla. Impresionante sello de plata que ya amenazaba ocultarse tras las montañas. Y con la misma camarita del celular le hice varias tomas.

Agrego unas palabras que anoche merodeaban en torno mío mientras contemplaba un eclipse que en lugar de eclipsarme me reveló. Fueron escritas antes de que clareara el día. Y a continuación agrego algunos otros bocetos inspirados a la sombra de la luna, en distintas fechas.
(lacl)
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Las dos precarias capturas del eclipse de ayer (27/09/2015)

(eclipse 27 09 2015) 

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Algo de la luna


Sombra de mi sombra
veo asombrado mi silueta
pespuntar en la cara de la luna,
que se sonroja al vernos frente a frente.
Nunca pensé que iba a darte un beso así,
le dije, en plena boca.

(28  09  2015, amanecer.)

* * * * *

La luna y los frutos taciturnos
aprovechan el desacato de los relojes
para embelesarse sin vergüenza alguna,
mientras la ciudad desarma sus carriles
y los últimos de los descaminados vuelven
corriendo hasta sus lechos para sofocar un canto
que no se decide a desnudarse

(17 de marzo, 2013.)

* * * * *

Veneración
 A Yineska
A Mery

Los árboles veneran a la luna.
Desde lo más hondo de su callada inquietud,
desde el trasfondo de esa vida que se cumple en apacible fruición, 
elevan el sabor de la tierra en sus cantos de fervor.
Nadie (o casi nadie) coloca su oído en el tronco de un árbol.
Si por las noches lo hicieran
sabrían del rumor que,
entre sombras y abanicos de luz,
laboriosamente construyen hoja y flor,
al hacerse eco del murmullo del humus,
trepando desde sus raíces
para –ahogadamente- gritarle
sus amores al ombligo de Selene.

(23 de Enero, 2015)
(Enmienda 11 de Mayo, 2015)

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Lanzo mis cenizas
a la orilla
de una veta
esquiva
Toda veta es una luna
herida

[ contracorrientes (sentencias en incertidumbre), bid&co editor]

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Una sombra aguarda por mí en el reverso de la luna

[ contracorrientes (sentencias en incertidumbre), bid&co editor]

* * * * *
La luna pende amarilla,
cenicienta, vaga, dulce,
cruel.
Dos niños de nadie juegan
al fútbol a la medianoche
(es la plaza Brion);
entre árboles asediados
por banquetas y bloques de cemento,
discuten la validez de cada gol,
mientras una bruma nauseabunda
espolvorea sus cabellos y los míos.
La luna o, mejor, el color hepático de su risueña agonía
no logra conmover cielo ni tierra.

Prosigo mi camino.

Pienso, quizás egoístamente, que hace meses no escribo un poema, pero inmediatamente surge una voz que me dice que eso importa un bledo.
¿ Qué dilema es éste de conciliar mi mundo con el mundo ? Hace poco sí escribí un verdadero poema, sencillo y hermoso porque tan sólo era el registro de un “fresco” que observé en la calle, pero lo perdí en la calle misma, tal vez al meter la mano en el bolsillo. Así, pues, es como si no hubiera escrito nada. Como un doble relámpago, acuden a mi memoria dos  sentencias, una es de Auden y la otra de Rilke. Auden postula la incertidumbre de todo poeta, sobre si volverá a encontrar las perlas de un nuevo poema, después de haberse encontrado con aquellas que le
señalaron el develamiento del último poema escrito. Rilke dice que todo poema (en realidad, toda obra de arte) ha de nacer de una profunda necesidad. Infiero de la conjugación de ambas sentencias, que poesía y poema son el padecimiento, la incertidumbre de una magia necesaria.

En mi camino pienso que había que estar allí, deberían haber estado allí, en la plaza, a medianoche; todos y cada uno de los hombres y mujeres que viven en el mundo, deberían tener un encuentro como ése, sin otra compañía que la de su yo interior, sin otros testigos que sus propios ojos:

Dos niños en un insólito campo de juego,
azuzándose con voces avejentadas.
Dos niños
corriendo bajo una luna de hiel,
con sus cabellos blancos.
Dos niños
lúdicos y endurecidos.

Hace tiempo que no escribo un poema.

[ contracorrientes (sentencias en incertidumbre), bid&co editor]

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Las tomas del amanecer, 28 09 2015






Tania Libertad: Deja que salga la Luna (Cuando sale la Luna)





sábado, 26 de septiembre de 2015

Cartas… Un apéndice dentro de una carta pública…Se trata de lo dionisíaco.

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Dionysus Sarcophagus


Katsimbalis y Durrell
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Se trata de lo dionisíaco. En una publicación abierta en las redes sociales, se estableció una suerte de carteo colectivo entre varias personas. Todos versando sobre lo leído y lo tatuado en nuestras memorias. Todo sobre lo vivido. Y todo sobre lo danzado. Porque de danza y Dionisos es que versaba la conversa.
No son libros, son gentes, gentes de carne y hueso, las que se instalan en la sala de la memoria y comienzan a vivir con nosotros. Así lo siento yo, que tengo la certeza de haber visto a Katsimbalis danzar y cacarear como un gallo, despertando a todos los gallos de una dormida Atenas, cual le cuenta Durrell a Miller en el hermoso colofón de El coloso de Marusi… Razón por la que agrego ahora estas palabras que afortunadamente guardé pues, al final (no lo recordaba) transcribí la hermosa carta de Larrence Durrel a Henry Miller y que sirve de maravilloso cierre a esas espléndidas memorias que llevan por título “El coloso de Marusi”.
(lacl)



[…  Gracias Carlos. “En llegando” a casa… Me acabo de suscribir a Artesanato (nombre que me fascina), pues una pequeña infamia de no importa quien, me ha inhibido de poder solicitar amistades en esta red social, infamia acaso originada en ese espíritu represivo y policial que en toda región se da de suyo, como las zarzas... Alguien supuestamente alegó que yo soy generador de mensajes SPAM… Nada que ver, por supuesto. 
Me encanta contemplar la red tejida.
Esa imagen de artesanato hace juego perfecto con lo expresado por ti. En mi caso, lo señalado se originó en el cruce de lecturas tales como las memorias de Isadora Duncan (Mi Vida), el luminoso Coloso de Marussi, de Henry Miller, Las Bacantes de Eurípides (obra genial), amén de esas dos joyas que conforman Los Griegos y lo Irracional, de Dodds y el Nacimiento de la Tragedia, de Nietzsche. Por supuesto, no quiero decir que descubrí el agua tibia. Lo que quiero decir es cuán radiante me pareció que Isadora llegara a las mismas conclusiones a que llegaran Dodds y Nietzsche, por ejemplo, a partir de la contemplación del arte griego. Reproduzco parte de lo escrito en mi blog, en la ocasión de hacer memoria de lo que, para mí, fue un prodigioso hallazgo.
“…Quiso el azar que por aquellos días, amén de las lecturas de Mi Vida y El Coloso de Marussi (por las que debemos dar las gracias a Mery Sananes), cayeran en mis manos libros como Las Bacantes de Eurípides, Los Griegos y lo Irracional, de Dodds y el Nacimiento de la Tragedia de Nietzsche (gracias a Hanni Ossott, María Fernanda Palacios y López Pedraza, entre otros). Es inenarrable la conmoción espiritual que me causó el haber podido comprobar que lo que Isadora dedujo de la contemplación de las imágenes de la danza griega, afortunadamente preservadas en las piezas arqueológicas, fuera en cada una de esas obras igualmente reseñado: que la experiencia dionisíaca se manifestaba en las Bacantes como un arrebato o secuestro de la psique en la que el cuerpo toma una peculiar postura, con la cabeza cayendo hacia atrás. Aquel que guste de la lectura, compare lo que Isadora dijo sobre los griegos y lo dionisíaco con lo que Lawrence Durrell cuenta a Miller en una carta y que éste coloca al final de su Coloso de Marussi. Las coincidencias son más que evidentes. No hay edad ni era para que Dionisos haga su aparición. Simplemente viene y toma lo que es suyo…”
Agregaré algo. Se me ocurre que quien sintiera el deseo de intuir o presentir la revelación de lo dionisíaco, podría intentar su búsqueda leyendo la carta en que Durrell le narra a Miller una anécdota sobre Katsimbalis. Por supuesto, El coloso de Marussi es libro que invita a ser leído de cabo a rabo, con verdadera fruición. Y disculpen si les parece que abundo demasiado al agregar la cuartilla referida a continuación. Con un abrazo… LA   …]


(Katsimbalis)

(Isadora Duncan)
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(Escribe Miller en su apéndice de El coloso de Marussi)
APÉNDICE
Acababa de escribir la última línea cuando el cartero me entregó una característica carta de Durrell, fechada el 10 de agosto de 1940. La transcribo para completar el retrato de Katsimbalis.

Los campesinos están tumbados sobre cubierta comiendo sandías; las canaleras chorrean jugo de sandía. Es una gran muchedumbre que va en peregrinación a la Virgen de Tinos. Acabamos de salir precariamente del puerto, escrutando la línea del horizonte por si aparecen submarinos italianos. Lo que verdaderamente quiero contarte es la historia de los gallos de Ática; servirá demarco a tu retrato de Katsimbalis, que todavía no he leído, pero que parece maravilloso según todo lo que me dicen. La historia es ésta: la otra tarde subimos a la Acrópolis, muy borrachos y exaltados por el vino y la poesía; hacía una noche oscura y muy calurosa, y el coñac rugía en nuestras venas. Estábamos sentados en los escalones, ante la puerta principal, pasándonos la botella, Katsimbalis recitando y G. lloriqueando, cuando de repente K. fue preso de una especie de arrebato. Dando saltos, gritó: «¿Queréis oír a los gallos de Ática, malditos modernos?». En su voz había un asomo de histeria. No le contestamos, pero él tampoco lo esperaba. Dio una carrerilla hasta el borde del precipicio, como una reina de cuento de hadas, una reina negra y pesada en su negra vestimenta, echó la cabeza hacia atrás, golpeó con la empuñadura de su bastón en su brazo herido, y lanzó el clarinetazo más terrible que he oído. ¡Quiquiriquí! El grito repercutió por toda la ciudad —una especie de bola sombría punteada de luces semejantes a cerezas. Retumbó de montículo a montículo, y subió como una rueda hasta debajo de los muros del Partenón...Estábamos tan asombrados que nos quedamos mudos. Y mientras nos mirábamos unos a otros en la oscuridad, allá en el horizonte, matizado en su oscuridad por una plateada claridad, un gallo contestó soñolientamente; después otro, luego otro más. Eso enloqueció a K. Pavoneándose como un pájaro que va a lanzarse al espacio, y sacudiendo las puntas de la chaqueta, lanzó un terrorífico alarido, y los ecos se multiplicaron. Siguió vociferando hasta que las venas casi le saltaron de la piel, semejando de perfil a un gallo cascado y envejecido, batiendo las alas sobre su propio estercolero. Aulló de una manera histérica, y su auditorio del valle siguió creciendo hasta que de un extremo a otro de Atenas, gallo tras gallo lanzaron su canto contestándole. Finalmente, entre risa e histeria, tuvimos que pedirle que se detuviera. La noche estaba llena de cantos de gallos, y toda Atenas, toda el Ática, toda Grecia y hasta llegué a imaginar que te despertabas del sueño que habías echado en tu despacho neoyorkino al oír aquel aterrador clarinetazo argentino: el canto del gallo katsimbaliano que resonaba en el Ática. Fue algo épico: un momento grandioso y del más puro Katsimbalis. ¡Si hubieras podido oír a esos gallos, el frenético salterio de los gallos de Ática! Soñé en ello durante dos noches seguidas. Bien, nos dirigimos a Mykonos, resignados, ahora que hemos oído los gallos del Ática desde la Acrópolis. Me gustaría que escribieras esto; es parte del mosaico...
     LARRY
 .
Ménade sobre leopardo

 (Miller)


Aspiración mayor de la poesía, un poema de María Isabel Saavedra. / Simone: Paz y poesía.


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          Aspiración mayor de la poesía, la de una creación de la naturaleza en la que el ser humano se borre, no porque se le anule, sino porque se ha verdaderamente integrado a esa naturaleza… Eso es este poema. Canto mayor de la acrisolada brevedad, que no por ser síntesis espiritual deja de ser obra maestra, en el entrañable antiguo sentido de la expresión. 
(lacl)
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Ciertas libertades


Un antiguo desvalimiento siempre finge algo
como si se tratara de una tonta sabiduría.
¡Ya sabes! Algunas veces cuando escucho
el estruendo de tu ala quebrada me yergo
sobre una pura apariencia de remolino
para que me crees otra vez.
Pero no te alcanzo.
Y no es que yo no te vea ahí
en tu esquina
soberbio como un olivo en espacios de cosecha.
Mírame a mí:
solo un poco de grieta de junco.
Una voz plegada de tiempo sobre el semblante.
Cuando te nombro el párpado bordea un tajo de luz
como esta noche oscura que sibila cosas entre la llovizna. 

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© María Isabel Saavedra – Aquello que un día…. 2015

Simone: Paz y poesía.  




sábado, 19 de septiembre de 2015

Aromar los recuerdos.


Generalmente lo que se escribe en este blog alimenta mi página personal. Hoy vamos a proceder de modo distinto y traeremos de nuestra página personal una glosa que tiene que ver con los recuerdos más íntimos…
Salud,
lacl.
 
Aromar los recuerdos.

(20 de Junio de 2013)
  
Hoy Yineska me ha llevado a recordar una vieja melodía, guardada entre pañuelos y como con aromados pétalos de azahar, en un cofrecito de esos que le acompañan a uno a lo largo de su vida y que puede volver a abrir, de cuando en cuando, para aromar los recuerdos.

Uno lleva el cofrecito en un lugar secreto de esa morada nómada y volátil que atisba y ausculta debajo de la piel, esa entidad que alienta en la casa que es el cuerpo; y uno lo ha guardado, exprofeso, en un lugar un tanto indeterminado, que nadie más pueda hallar, entre el camino que va del corazón a la memoria. Y lo ha guardado con la intención de que sea, incluso, una ardua tarea para sí mismo el dar con la vereda que le permita, una vez más, acunarle entre sus manos. Y agradece que sea así, porque lo que desea es sentir el calorcito que alienta dentro de ese pequeño e imperecedero baúl. No es necesario abrirlo muy a menudo, a veces basta con llevarlo como flor en la solapa, pues nadie lo verá más que uno. Aunque, alguna vez, pueda también uno toparse con un avezado vislumbrador, uno de esos seres capaces de advertir las invisibles presencias y, por ello, igualmente incapaces de enunciar a voz en cuello lo que ve.

Mi hermana Nella (Marianella) fue una persona sencilla, extremadamente franca (de una sinceridad que desnudaría a la más dotada de las armaduras) y, sin embargo, grácilmente alada. Creo que muchos de quienes tuvieron la fortuna de conocerla se habrán sentido extrañamente tocados por esa grácil sencillez de vuelo que alumbraba el entorno, cuando se estaba al lado suyo. No era magia ni milagro de un ser divino puesto en la tierra, sino sencillez alada que, eso sí, llegaba a deslumbrar en la más humilde de las llanezas, una llaneza como de piedra y fuego o como de agua y luz, avivadas por su presencia. Dónde pueda hallarse la razón para explicar los orígenes de esa luz, de esa señal que bulle, con más ímpetu, en la savia rumorosa de algunos seres, eso acaso jamás lo sabré. Pero puedo dar fe de que es así. El tiempo, en tales existencias, es vivido de una forma enteramente distinta a ese nominal engaño que el ser humano se ha construido para profesar que el tiempo no es más que una maleable baratija.

Dada esa condición, a Nella le absorbían las cosas sencillas y en tales veía lo que uno no está capacitado para ver a flor de piel.

Yo, casi siete años menor que ella fui, lo sé, como un protegido suyo. Me hablaba mucho. ¿Por qué, si era tan joven, estaba marcada por esa palabra que es legado, misteriosa misión del espíritu y del corazón? Repito, jamás lo sabré. Pero doy gracias a los hados el haberme permitido compartir los primeros años de mi vida con un ser que no era de este mundo.

En la inocencia engreída que caracteriza a quien ya despunta como un ser con vida y gustos propios, me mofaba yo de algunos de sus gustos musicales, por considerarlos extremadamente románticos y triviales. No tomaba yo nota de la sencillez, creía que era en lo complicado donde había de hallar motivo sustancial para el vivir.

Varios años después de su partida me hallaba yo guarecido de la lluvia en un añejo y legendario comedor caraqueño, ubicado en una casa colonial del viejo centro de Caracas, hoy lamentablemente desparecido; aquel que respondía al nombre de El Álvarez. Era muy amplio, con una gran cantidad de mesas en el comedor y un acogedor bar de prolongada barra y tiempo detenido, en la que varias veces me cité con mi padre para explayarnos en nuestras no menos prolongadas, emotivas y sabrosísimas conversas.

Era mediodía. Estaba solo. Me tocaba laborar en el centro, pero la lluvia fue el magnífico pretexto para refugiarme en una mesa que daba a una de esas inmensas ventanas de un par de siglos atrás, si no más…

Y de pronto, mientras contemplaba cómo aceleraba el paso una agitada y anónima muchedumbre del centro de la ciudad, a la par que se hacían densas y precipitadas las gotas de lluvia, una voz comenzó a susurrarme precisamente una de esas canciones que a Nella tanto le gustaban y que yo, en mi presumida pubertad, consideraba de mal gusto. Era un mensaje para mí. Esa letra sencilla y directa, era un mensaje para mí, como lo podría ser para cualquiera, pues toda palabra, por directa y llana que sea, no deja de tener sentido. Y es en el seno de la sencillez donde más nos llevamos a engaño, quienes esperamos encontrar siempre un tesoro de Aladino. Por buscar míticos tesoros, se nos pierde el regalo. Bueno, en realidad, yo creo que no lo perdí completamente, sino que lo recuperé.
El estribillo reza así:

Mañana me iré, amor mío, qué triste estaré, te digo,
Mañana me iré, amor mío, pero esta noche,
pero esta noche, la paso contigo

Te voy a dar, mi corazón,
te entregaré todo mi ser,
con que pasión, te besaré,
tú me darás, todo tu amor
Mañana me iré, amor mío, pero esta noche,
pero esta noche, la paso contigo

Mañana me iré, amor mío, pero esta noche,
pero esta noche, la paso contigo

No sé por qué me parece que esa canción se tomó toda la tarde en el bar. Era como la reina de lugar. Creo haber pedido que la repitieran, pero de haberlo hecho sería de modo taciturno, como el de un corazón que demanda en silencio y obtiene lo que inesperadamente quiere, por lo que creo que alguien, además de mí, estaba signado por esa escueta letra aquella tarde. También creo que la canción se quedó reverberando dentro de mí. Acaso toda las demás canciones que siguieron aquella tarde sonaban a ella.

También supe y tuve la certeza de que era un mensaje para mí, tanto como lo era para todos aquellos que la amaron y todos aquellos a quienes amó.

Se estaba despidiendo y nadie lo sabía.

A su salud!
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https://www.youtube.com/watch?v=KjiblNthuK4