sábado, 31 de octubre de 2009

El hilo de Ariadna. De El Cuaderno Elefante, inédito. / De mi cuaderno Cor e Arte. A Oleira Parra / Del cuaderno Páginas de La Antigua / GUARIDA DE LOS POETAS. Antonio Gamoneda: Pero tú eres mi sacramento negro, la última sustancia de mis venas...


 

Aquí vuelvo, una vez más, tozudamente, a dejar rastros en esta bitácora del vivir. Sigo enfrascado en una lucha que, por un lado, me impulsa a practicar lo que Isaak Babel denominó como género del silencio y, por el otro, me empuja a seguir insistiendo, bogando, respirando y rayando papeles en horas de descuido. Transcribo algunas notas halladas recientemente en cuadernos, agendas y hojas sueltas y que me he propuesto ordenar.

Salud!

lacl


De El Cuaderno Elefante, inédito.


El hilo de Ariadna


En el camino de mi vida me ha tocado ver cómo se incrementa un tipo de mujer, cuyo rasgo fundamental pudiéramos calificar como el de un animus exacerbado. Se regodea en la exposición de sus facetas viriles y no oculta el rechazo y aborrecimiento de lo que antigua o clásicamente se tenía por el fino hilar de lo femenino.

Que la mujer había de ser redimida y resarcida por sí misma -en su psique y en la psique del hombre- tras largas centurias de oprobio y discriminación es un hecho que ningún hombre del mundo (que estuviera en su sano juicio) debería rebatir; independientemente de la patente peculiaridad que podemos divisar entre, por una parte, las sociedades regidas por los patrones culturales del hemisferio occidental -pautas de conducta marcadas por una sombra que ciega y fervorosamente aspira a imponer sobre el conjunto el reduccionismo y la unanimidad- y, por la otra, los patrones que conciertan la vida de los pueblos del hemisferio oriental, tan aparentemente divergentes de los de Occidente y tan parecidos en el unánime gusto por el uso de métodos coercitivos (eufemísticamente, designados como didácticos, ductores o correctivos) sobre esa singularidad que es la persona humana. Y no dejan de impresionarme las extraordinarias coincidencias que se suscitan en prácticamente todas las colectividades, en las que un insomne poder instituido lucha por defender un statu quo universalmente caracterizado por exhibir un talante represor del libre albedrío.

Lo asombroso -y lamentable- de esta redención femínea es que, para conquistarla, un grupo tan representativo de mujeres haya tenido que asumir como suyo el “manierismo” del esquema patriarcal, pues ello trajo como consecuencia un descuido o abandono de lo que podríamos denominar parcelas de remanso propias de la interioridad femenina, lo que -a su vez- trajo algo más nefasto: un olvido de sí. Siendo el alma un útero sutil, ¿cómo puede la mujer permitirse, ya no el olvidarse, sino incluso la posibilidad del recordarse? Tampoco deberíamos permitirnos -ni mujer, ni hombre- otro olvido: que en la médula de la palabra recordar, viaja enquistada la voz del corazón.

Acaso el accionar del hombre no le haya dejado otro camino a la mujer, dado que las más diversas expresiones culturales son, como dijimos, eminentemente patriarcales, esterilizadoras y paradójicamente priápicas, claro que en un sentido fálico-enmudecedor de lo femenino; pues el término patriarcal (como todo patrón cultural enmohecido) no trae nuevos ímpetus, no carga retoños, ni transporta simiente; es un bastón infecundo o, cuando menos, un inútil as de bastos. Hace milenios que el patriarca no es más que un falo enamorado de sí mismo.

Pero aquí las nociones de saber, de imaginar, de intuir o presentir tales desatinos, ni aminoran ni atemperan las dimensiones de los daños causados.

Y nadie sabe en dónde yace enterrado el hilo de Ariadna.
















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Hay cierto memorar en el olvido,
esto es,
como un recuerdo
que no necesita recordarse.


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Es bueno saber cómo olvidarse.
A condición de que,
de cuando en cuando,
sepa uno cómo recordarse.



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De mi cuaderno Cor e Arte.

A Oleira Parra

Yo tuve una amiga que lloró a mares (en realidad, la sigo teniendo, aunque ella ya no está aquí)… y lloró a mares, decía, cierta vez que se sentó en un café de Nueva York para tomar su almuerzo.

Mi amiga, mi hermana, que en cierto modo había emprendido una huída para encontrarse, para lavarse de inocencia en virtud de una culpa que ella no forjó, estaba -de pronto- bañada en lágrimas. Las manos. Los ojos. Las manos y los ojos del joven que, como un guerrero solitario, en la mesa de enfrente, levantaba pausadamente bocado tras bocado…

Era un ser extremadamente hermoso y desvalido. Y, sin embargo, una oceánica impasibilidad, como la que nos comunican los mares sin vientos ni corrientes, parecía insuflar su corazón. No se percataba de ser un ser alado. O, al menos, eso parecía.

Mi amiga, mi hermana que hoy ya no está aquí, pero que no se atreve a dejarme porque no quería dejarme, se vio impulsada a salir a trotes del café.

¿Dionisio? ¿Pan? ¿Orfeo?

No lo sé.

¿Acaso Eva, madre universal, erotia redimida?

Menos aún lo sé.

Sólo sé que la pasión marcó ese día. Y que él y ella cruzaron sus miradas, lo cual bastó para que se percataran de estar vivos y felices. Impasible y quemantemente vivos y felices.

Octubre, 2008

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(Texto escrito en una agenda)


Todo punto de vista está irrebatiblemente supeditado a las bondades y miserias que puede ofrecer un punto de mira, un espacio agonizante sosteniendo las plantas de los pies de un ser que se desmaña por conocer la razón de su anonimia.

Pero a mí me luce que nada ha incidido más, en ese divino don de la enunciación de opiniones, que la azarosa circunstancia de tener llenas o vacías las vías digestivas.

Topografía y digestión son divas de nuestro drama.

Y el alma no hace ruido al respirar.


Mayo 14, 2007


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Del cuaderno Páginas de La Antigua



En los últimos tiempos mi cuerpo ha tomado una, no sé cuán sabia, pero sí sé cuán gustosa decisión: la de adoptar poses de baile sobre el lecho, al son que anochece la conciencia.
Me despierto varias veces brevemente, en el transcurso de la noche y me descubro aéreo, flotante, sobre un colchón de aire, con un paso y una pose cada vez distintas sobre un plano que, para nada, es yaciente.
¿Será acaso una fuga que ha hallado mi cuerpo para el encuentro, en medio de este desarritmado y diurno mundo de los hombres?

Páginas de Antigua, Guatemala (Cuaderno de La Antigua, Agosto de 2009)

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Las ciudades son cadalsos, La Antigua un expuesto milagro.

Páginas de Antigua, Guatemala (Cuaderno de La Antigua, Agosto de 2009)

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Proveniencia de las imágenes:

1. La pícara mirada de Gloria, con quien sostuvimos grandes conversas durante nuestra estadía en La Antigua, Guatemala, un paraíso en la tierra…
2. Foto de Isaak Babel.
3. Dos tomas de esa maravillosa mujer que fue Isadora Duncan, emancipada mujer que no cayó en la trampa de representar el papel del hombre.
4. Hestia y Demeter.
5. Una de las hermosas pinturas de Chagall.
6. El nacimiento de Venus, de Botticelli.
7. El volcán de agua visto desde La Antigua, Guatemala.

Y las que siguen. todas de La Antigua, Guatemala.


GUARIDA DE LOS POETAS

Antonio Gamoneda

Pero tú eres mi sacramento negro, la última sustancia de mis venas...

Poema inédito, Antonio Gamoneda

https://www.youtube.com/watch?v=vuGNtMwASg8